Kaouther Ben Hania. Foto: Surtsey Films

Kaouther Ben Hania. Foto: Surtsey Films

Cine

Kaouther Ben Hania: “Arte y poder son dos conceptos inseparables”

La directora tunecina cuanta la odisea de un refugiado sirio que 'vende' su propia espalda a un artista a cambio de un millón de dólares y un visado a Europa en un filme nominado a mejor película extranjera en los Óscar 

8 abril, 2022 02:59

En 2012 hubo una retrospectiva en el Louvre sobre el artista belga Wim Delvoye. Llamó mucho la atención una de sus obras titulada El hombre tatuado. Durante varias semanas, un tipo se sentaba de espaldas al público para exhibir como una obra de arte la ilustración que lucía en el dorso. La historia dio la vuelta al mundo e impactó de manera especial a la cineasta tunecina Kaouther Ben Hania (Sidi Bouzid, 1977). “Hice otras películas, pero esa imagen permanecía en mi cabeza", explica Ben Hania. "Me preguntaba quién sería ese hombre. También tenía la idea de contar la historia de un refugiado y sus dificultades. Luego pensé en juntar las dos ideas y mezclar la situación de los refugiados con la del arte contemporáneo”.

Así nace El hombre que vendió su piel, en la que vemos la odisea de Sam Ali (Yahya Mahani), un refugiado sirio que está ansioso por huir de Líbano para instalarse en Bélgica, donde vive su novia, casada con otro hombre por imposición familiar. Para conseguirlo, “vende” su propia espalda al artista Jeffrey Godefroi (Koen de Bouwe) a cambio de un millón de dólares y el ansiado visado en Europa.

Partiendo de una premisa tan peculiar como significativa de nuestro tiempo, Ben Hania prosigue su indagación en los conflictos del mundo tras películas como Aala Kaf Ifrit (2017), en la que narraba el drama de una chica tunecina violada por la propia policía, presentada en el Festival e Cannes. Con El hombre que vendió su piel, ganadora en el Festival de Venecia del León de Plata a la mejor interpretación masculina para Mahani, la cineasta ha obtenido su mayor éxito con una cinta que reflexiona sobre la mercantilización de los seres humanos en la era del “capitalismo triunfante”, la forma en que los desposeídos acaban teniendo solo su propio cuerpo como “moneda de cambio” o la relación entre arte y poder a partir del contraste entre un artista millonario y ese refugiado “impulsivo y orgulloso”.

Pregunta. ¿Quería abordar el drama de los refugiados evitando los tópicos?

Respuesta. Hace tiempo que quería hacer una película sobre la situación de los refugiados y los emigrantes, pero que no fuera una historia de barco y frontera. Esta es una historia improbable en la que un ser humano se convierte en una obra de arte. Hay una idea que me interesa y es que desde el momento en el que eres una víctima estás en el lado del bien. Eso no es verdad, puedes ser una víctima y un malvado. No quiero buscar tampoco la complicidad del espectador mediante el melodrama. Me interesa la complejidad, las personas tienen diferentes facetas, se equivocan…

P. ¿Se ha explotado el sufrimiento de los refugiados para crear espectáculo?

R. Vivimos en un mundo que favorece la distracción. Estamos en la era del consumo inmediato y la actualidad todo el tiempo. El cine es importante precisamente porque permite profundizar en todos esos asuntos que el flujo informativo solo trata de manera superficial. Se habla de los refugiados como una amenaza, como una “ola” y de manera despersonalizada. Las películas nos permiten abordar la complejidad de la situación y finalmente humanizar a estas personas, forjar una identidad y una consistencia. Quiero darles un rostro humano a esos que llamamos “refugiado”.

Una imagen de la película

Una imagen de la película

P. Podría pensarse que esta es una historia de “refugiado víctima bueno” contra “artista millonario perverso”, sin embargo, es más complejo. ¿Quería huir de los clichés?

R. Por supuesto. En la vida las cosas no son tan claras y limpias. Hay un contraste entre ambos personajes. Por un lado ese hombre que tiene un gran poder, económico, mediático, cultural, etc, frente a un personaje insignificante que está en modo de supervivencia. Entre ellos se establece una relación de fuerzas muy desigual. Es muy fácil decir que uno es el malvado y el otro el bueno, uno es el “bo-bo” (en el sentido de “bohemio burgués”) y el otro la víctima. Es un poco más complicado que eso. El personaje del refugiado no es una víctima, no es unidimensional, y el del artista no es un malvado. Hacia el final, la idea que me interesaba es que a partir de este reencuentro cada uno haya aprendido algo del otro. Surge una forma de igualdad después de que al principio haya habido una forma de dominación.

P. En un momento del filme el artista cita el “precio” de distintas figuras, una mujer vendida como prostituta son unos 10 mil euros, Bin Laden 25 millones... ¿En nuestro mundo las personas tienen un precio?

R. En todo caso vivimos en el sistema del liberalismo triunfante, no hay más comunismo, es la ideología más practicada en el mundo. A través de esta ideología todo se convierte en monetizable, el tiempo mismo tiene un valor económico. Es algo que vemos con los iconos del propio comunismo, como el Che Guevara. Todo pude convertirse en merchandising. En este sentido, el arte siempre ha estado ligado al poder. El primer arte nace en el templo, que es un lugar de poder, con la Iglesia, las grandes familias, los mecenas… Arte y poder son conceptos inseparables. Hoy ese poder pertenece a los ricos y el arte está en manos de los coleccionistas. Es una ligazón que no es inocente sino que establece una serie de códigos en los que quería profundizar a través de esta situación un poco extrema. Vemos a un artista muy inteligente y provocador que crea una obra humana que se sitúa en la frontera de muchas cosas. Al mismo tiempo no escoge a un tipo tranquilo sino todo lo contrario, Sam Ali es impulsivo y tiene un carácter orgulloso. Es algo que también hace para testar esos límites del mercado del arte. Es alguien que trabaja en la frontera.

P. El protagonista no solo “vende” su espalda por el visado y el dinero, todo lo hace por reunirse con su amada. ¿En el fondo la película es una historia de amor?

R. Efectivamente, es una historia de amor porque es el motor principal del protagonista. Al principio va a prisión por culpa de esto y debe partir de Siria como consecuencia. Y se quiere ir a Bélgica porque allí está ella. Ese es su motor vital. Es también un personaje romántico, le mueven las emociones, no está en el cálculo frío. Eso también crea ese contraste con el personaje del artista.

P. Europa ha acogido a los refugiados ucranianos con las puertas abiertas y se lo puso mucho más difícil a los sirios. ¿Es una cuestión de racismo?

R. El racismo no me interesa. De alguna manera todos somos racistas. Todos hemos vivido la mayor parte de la historia de la humanidad en tribus. El “otro” es siempre una amenaza y eso está incrustado en nuestro cerebro más primitivo. Eso viene de la historia de la humanidad y el hecho de que hayamos vivido en una tribu. A mí lo que me interesa es esa relación de dominación. Es algo mucho más pernicioso y político, también mas reciente. No acepto pero comprendo por qué los europeos piensan que los ucranianos, que tienen la piel blanca, están más cerca de ellos porque se les parecen físicamente, ese “otro” no es tanto, esa idea de tribu se ha ampliado. Cuando hay una crisis sale a la superficie lo más primitivo del ser humano, esa es una constante en la historia. Si el protagonista de esta película fuera un ucraniano ese contraste sería menos fuerte y para hacer una película necesitas ese contraste. La vida está formada por contrastes.

P. Hace poco en Madrid se destapó que un centro de acogida de menores en situación irregular los explotaba con fines sexuales. ¿La vulnerabilidad de los refugiados los convierte en víctimas propicias de todo tipo de abusos?

R. Creo que una persona que no tiene nada al final lo único que posee es su cuerpo. Eso es lo único que nos queda. El hombre que vendió su piel es también una metáfora porque ese hombre finalmente lo único que tiene es su piel. Es lo mismo que esas personas que acaban prostituyéndose, es lo único que pueden vender a cambio de dinero o de compasión. Por eso para mí era muy importante empezar la película en la prisión. En una dictadura es fácil acabar encerrado porque puede quitarte hasta tu cuerpo. Me interesa esta idea del cuerpo como moneda de cambio.