Imagen | 'Última noche en el Soho': agárrame esos fantasmas

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Cine

'Última noche en el Soho': agárrame esos fantasmas

No hay nada que moleste en este thriller psicológico de Edgar Wright, ni nada que se quede pegado a la retina durante mucho tiempo

19 noviembre, 2021 15:53

De Edgar Wright siempre esperamos lo mejor y hasta ahora siempre nos lo había entregado: en su trilogía del Cornetto, con esos hilarantes acercamientos a las películas de zombies (Zombies Party), a las de acción de los 90 (Arma fatal) o a las de cataclismos e invasiones alienígenas (Bienvenidos al fin del mundo), siempre desde la cotidianidad de la clase media inglesa (¡que los no muertos no nos estropeen la pinta nuestra de todos los días!), en la imaginativa traslación visual del cómic a la pantalla de Scott Pilgrim o esa maravilla de mezcla de musical y heist movie que es Baby Driver. Wright siempre ha demostrado ser uno de los directores más divertidos e imaginativos en su ambición de llegar al gran público. 

Obviamente, es un director al que le gusta retorcer los géneros y quizá el problema de su nuevo filme, Última noche en el Soho, muy disfrutable en muchos sentidos, con un trabajo de diseño de producción y de montaje sublime, es que resulta demasiado convencional en su acercamiento al thriller de terror entre psicológico y fantasmal. El filme, que bebe mucho de Repulsión (1965) de Roman Polanski, se ve lastrado por unos golpes de efecto que se ven venir desde bien lejos. 

La película está protagonizada por Eloise (Thomasin Mckenzie), una joven de un pequeño pueblo del norte de Inglaterra que viaja a Londrés para estudiar moda. Con un pasado en el que se atisban ciertos problemas mentales y cargando a cuestas con el trauma del suicidio de su madre, la chica llega a la metropoli con escasos recursos para socializar y con el miedo de no saber adaptarse a ese nuevo mundo. Efectivamente, sus orígenes y sus obsesión por el estilismo y la música de los años 60 enseguida son tomados por una rareza inaguantable por algunos de sus compañeros de residencia. Por eso, Eloise decide mudarse y encuentra una habitación en una vieja casa, propiedad de Ms. Collins (Diana Rigg). Y allí comienza a tener unos extraños y vívidos sueños que la transportan precisamente a los años 60, en los que habita el cuerpo de Sandie (Anna Taylor-Joy), una aspirante a estrella.

Como suele ser habitual en el cine de Wright, los mejores momentos son aquellos en los que la narración queda supeditada a la música, con una selección de temas de altura, algunos trucos visuales son de lo más llamativos, las interpretaciones funcionan (en especial las de Terence Stamp y Taylor-Joy)... En realidad, no hay nada que moleste en este filme, pero tampoco nada que se quede pegado a la retina durante mucho tiempo, y es quizá por eso que a la postre fracasa. Sobre todo por un final tan obvio como resuelto con desgana. Si Wright quería acercarse al terror -a pesar de que la película proporciones pocos sustos- bien podría haberse acercado a un tono más lúdico como el de Peter Jackson en Agárrame esos fantasmas (1996).

@JavierYusteTosi