Image: El negro cuento de hadas de Garrone

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Cine

El negro cuento de hadas de Garrone

9 noviembre, 2018 01:00

El actor Marcello Fonte protagoniza Dogman

El director italiano regresa en Dogman a los suburbios de Nápoles con la crónica de una venganza que alcanza la categoría de fábula moral, simbólica y universal. Marcello Fonte recibió el premio al mejor actor en Cannes.

En El cuento de los cuentos (2015), Matteo Garrone adaptó algunas de las fábulas del escritor italiano del siglo XVII Giambatistta Basile, precedente directo de Charles Perrault y los hermanos Grimm, pergeñando para la gran pantalla un universo medieval y fantástico no apto para menores: sangriento, sicalíptico, macabro y, sobre todo, trágico. La película, una rareza muy estimable en la filmografía del director italiano, no cumplió sin embargo las expectativas comerciales que generaron su rodaje en lengua inglesa y su reparto internacional (Salma Hayek, Vincent Casel, John C. Reilly…), pero la huella de este proyecto se percibe felizmente en Dogman, su nueva creación que llega este viernes a las salas españolas.

Garrone regresa a ese Nápoles del lumpen proletariado que ya fuera el escenario de Gomorra (2008) y Reality (2012). Sin embargo, se desliga del afán de realismo de aquéllas para apostar por una atmósfera de negro cuento de hadas que dota a la película de una dimensión simbólica y universal, aunque apenas salgamos del entorno que rodea a la modesta peluquería de perros que regenta Marcello (Marcello Fonte). El barrio en el que se sitúa el negocio del protagonista, tan inhóspito y solitario como cualquier poblado fronterizo del oeste americano -y con la misma proporción de hombres rudos-, está regido por la ley del más fuerte y las autoridades están a años luz de distancia. El criminal de poca monta Simone (Edoardo Pesce), un enorme exboxeador enganchado a la droga que se mueve por violentísimos impulsos, es el despótico rey que aterroriza a la comunidad de vecinos.

Marcello, por contra, es un hombre enclenque, de aspecto ciertamente cómico, que ha logrado levantar su negocio desde el trabajo y la humildad, aunque tenga que menudear con cocaina para llegar a fin de mes. En ocasiones tiene que acicalar a los peligrosos perros de presa de sus clientes, lo que nos permite percibir que Marcello no es tan débil como parece: sabe lidiar con criaturas que son a veces más grandes que él, sabe cómo dominarlos con una mezcla de firmeza y cariño. Quizá por ello, se cree capaz de tratar con Simone aplicando con él la misma fórmula. Lo que no entiende Marcello es que Simone es un perro rabioso al que no se puede someter. O que más bien él es el que desempeña el papel de perro apaleado, capaz de aguantar carros y carretas con tal de que le pasen la mano por el lomo. Pero todos tenemos un límite. También Marcello.

Algo más que una venganza

Desde un principio, el espectador percibe que nos encontramos ante la crónica de una venganza, pero Dogman es mucho más que eso. Es una película que habla sobre la enfermedad de la masculinidad -tan solo hay un personaje femenino, la hija pequeña de Marcello-, sobre lo que significa la dignidad, sobre las decisiones que tomamos para sobrevivir y sobre la diferencia de lo que en realidad somos y lo que creemos que somos. Una película, por tanto, profundamente interesada en bucear en los aspectos más oscuros del alma humana.

Con un guión preciso que funciona como una bomba de relojeria -y que está pespunteado con impagables momentos de humor negro-, una cámara tensa y con nervio, y un trabajo de iluminación que dota a la película de un aura de pesadilla, Garrone elabora un filme crudo y brutal que tiene en la mirada y en los gestos de un magistral Marcello Fonte su piedra de toque.