Image: Phoenix y Ramsay, realidad y catarsis

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Cine

Phoenix y Ramsay, realidad y catarsis

24 noviembre, 2017 01:00

Joaquin Phoenix protagoniza En realidad, nunca estuve aquí

Proyectada en Cannes casi sin terminar, En realidad, nunca estuviste aquí, de la británica Lynne Ramsay, se convirtió en uno de los filmes más impactantes de la competición. Basada en una la novela de Jonathan Ames, Joaquin Phoenix encarna a un veterano de guerra que resuelve el presente ajustando cuentas con su pasado.

Echando mano de hemeroteca, las crónicas del Festival de Cannes de 1979 arrojan hoy una romántica luz retroactiva sobre las expectativas y ansiedades que generó la película que finalmente se alzaría con la Palma de Oro: Apocalypse Now. A su lado compitieron filmes como Días del cielo, El tambor de hojalata o El síndrome de China, pero las miradas estaban puestas en la obra maestra de Francis Ford Coppola. Una de las razones de tanta ansiedad es que los allí presentes nunca tuvieron la certeza de poder ver la película. La expectación venía dada por el hecho de que ni los organizadores del certamen tenían la seguridad de que Coppola llegara a tiempo con el trabajo terminado.

Algo similar sucedió con la película 2046 de Wong Kar-wai, que en 2004 se proyectó por sorpresa al final del certamen. Cuenta la leyenda que mientras se proyectaba la primera bobina, la última aún estaba en camino. En la pasada edición de Cannes, el programa a competición anunciaba la proyección de la nueva película de la escocesa Lynne Ramsay (quien ya había competido con Tenemos que hablar de Kevin en 2011) en el penúltimo día de la cita festivalera. Trascendió el rumor de que el comité de selección había visto You Were Never Really Here incompleta pero que había decidido incluirla porque detectaron "el potencial de un artista, un poeta, un autor". Los rumores se centraban también en que Johnny Greenwood aún estaba terminando el score musical. El título, En realidad, nunca estuviste aquí, le venía al pelo pues preconizaba una situación embarazosa...

Un viaje interior

Aunque fuera sin créditos de apertura ni clausura, la película llegó a tiempo. Automáticamente se convirtió en uno de los filmes más apreciados de la competición, su impacto (en todos los sentidos) parecía irrebatible, respaldado poco después por los premios del jurado presidido por Almodóvar a Mejor Guión y a Mejor Actor. La corporeidad aplastante de Joaquin Phoenix, su transformación física para que la presencia revelara su esencia, llenaba la pantalla en combinación con el viaje interior de su mente desquiciada. Basada en la novela de Jonathan Ames, es un relato monocular con profundas resonancias de Taxi Driver (1975) sobre un ex agente del FBI y combatiente de la guerra de Irak convertido en justiciero y vigilante de la infancia extraviada en las calles de Nueva York.

La trama aparente y sangrienta de la película se centra en la búsqueda y rescate de la hija de un senador capturada por una red de pederastia, pero el motor determinante del relato acontece en la mente de Joe (Phoenix) mediante un frenético montaje en staccato, en busca de la precisión minimalista. El montante de recuerdos, traumas, flash-forwards y proyecciones mostrados en fugaces, afilados y reveladores cortes, van añadiendo información a su esquiva, atormentada personalidad. El relato interior, que construye calculadamente el esbozo de una infancia cruel en la que no podía defender a su madre (magnífica Judith Roberts) de un padre abusivo y las secuelas del estrés postraumático de su intervención en Irak, determina el comportamiento exterior, distante y violento de Joe. Los jirones del pretérito, como un caleidoscopio de espectros y fracasos, revelan que, efectivamente, nunca estuvo ahí para quien lo necesitó -las víctimas de la violencia doméstica o bélica-, y que la misión justiciera que tiene ahora entre manos obedece no tanto a un impulso de venganza como a una redención personal que le conduce al infierno de una poderosa, tentacular red de corrupción de menores. La brutalidad del filme se expresa en la elipsis mayormente, pero eso no impide que sintamos la sordidez y violencia en el periplo existencial del sicario, aquel que propulsa cada uno de los movimientos en la crónica redentora del anti-héroe.

La pequeña Ekaterina Samsonova y Joaquin Phoenix

La gran virtud de En realidad, nunca estuviste aquí, expresada de algún modo en el mismo título, es que nunca tiene que recurrir a la literalidad de las sensaciones de degeneración, miedo y pérdida que generan sus imágenes, o más bien la combinación de ellas, pues todo significado surge de la confrontación entre lo que se muestra y se intuye, entre el sueño y la realidad, el campo y fuera de campo, entre lo que amaga con decirnos y lo que finalmente dice, entre el presente y el pretérito. De ese modo puede funcionar como funciona la extrañeza de una agonía sangrienta cantando un tema pop, el confort que un hombre roto puede transmitir al asesino de su madre, la comunicación puramente gestual entre un justiciero atormentado y la víctima paralizada (la pequeña Ekaterina Samsonova) a quien rescata de las garras de la más abyecta perversión. Sin duda, hay un lirismo siempre en juego en las imágenes tenebristas del filme, que huyen de la espectacularidad de la violencia, de su placer voyeurístico y de la red de seguridad que el espectador siente cómodamente sentado en la butaca del cine.

Atmósfera seca y cruel

La atmósfera seca y cruel del cuarto largometraje de Ramsay nos conduce a la estilización de A quemarropa (1967) de John Boorman, el espectral protagonista y su martillo nos hace pensar en Oldboy (2003) de Park Chan-wook y su designio narrativo en la infravalorada Venganza (2008) de Pierre Morel y en León, el profesional (1994) de Luc Besson. Pero las referencias no están ahí para la distracción cinéfila, sino más bien para acabar revelando el sentido cinemático con el que Ramsay quiere construir algo nuevo a partir de materiales viejos o familiares. Su propósito pasa por que la humanidad que respira el filme sea intoxicante, y no un mero entretenimiento a costa de un dolor que desaparece cuando las luces se encienden, ni tampoco un deslumbrante ejercicio de estilo a lo Winding Refn. La mirada silenciosa que las imágenes arrojan sobre el físico de Phoenix revelan una profunda colaboración entre el actor y la directora, que juntos se lanzan a un vacío cuya única red de seguridad puede encontrarse en la moviola. El resultado es un filme catártico.

@carlosreviriego