Image: La eternidad según Sokurov

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Cine

La eternidad según Sokurov

3 junio, 2016 02:00

Imagen de Francofonía, de Alexandr Sokurov

Con la hipnótica Francofonía, el maestro ruso Alexandr Sokurov viaja a la ocupación nazi de París para componer una reflexión sobre la idea de Europa desde el Museo Louvre como concepto de la modernidad.

Mantiene Michel Foucault en De los espacios otros que los museos, como las bibliotecas, son lugares de privilegio de la modernidad. La idea es cumplir en ellos el proyecto decimonónico de acumular el tiempo de forma indefinida. El filósofo francés llama a estos sitios heterotopías y, en el caso concreto de las galerías de arte o de conocimiento, heterocronías. Con el paso del tiempo, la Ilustración hizo de ellos el archivo general en el que encerrar, para el regocijo de Borges, "todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas, todos los gustos".

Sobre todo esto trata la película Francofonía, de Alexandr Sokurov. Y más en concreto sobre la heterocronía más depuradamente perfecta que ha dado el hombre moderno: el museo del Louvre. Para el estructuralista francés, los museos son las zonas herederas de esos espacios privilegiados, sagrados o prohibidos en los que las sociedades antiguas escenificaban sus miedos y sus esperanzas. Un museo, en definitiva, funciona como una Iglesia en la que, en vez de encontrar a Dios, el hombre moderno aspira a dar con la mejor definición de sí mismo: el hombre elevado a divinidad de sí mismo.

Pues bien, Sokurov recrea en su película un espacio mítico desde el que reconstruir todos los significados posibles del museo de Napoleón. La película no puede permanecer en reposo ni siquiera un instante. Hablar de lo que es hoy el Louvre obliga a llevar a escena los días inciertos en los que el París ocupado por los nazis le mantuvo acosado. Y así veremos al oficial alemán Frans Wolff-Metternich en plena negociación con el responsable de la pinacoteca en 1940 Jacques Jaujard. En ese momento crucial, lo que se ventila es algo más que el destino de un legado de valor incalculable, se trata del futuro y posibilidad mismo del proyecto humanista. Del sentido del sentido.

Entonces, la política del régimen nazi consistía en trasladar a un lugar seguro todas las obras susceptibles de caer víctimas de la guerra. Éste era el razonamiento oficial para lo que a todas luces significaba una "deportación". Sokurov nos recuerda cómo el educado aristócrata, además de nazi, hizo todo lo posible para que los tesoros del Louvre no se movieran.

Pero, con todo, este episodio no deja de ser una anécdota. Los cuerpos ya muertos de Chejov y Tolstoi se suceden sobre la pantalla al lado de las imágenes históricas de una ciudad asediada. Entre medias, el propio Sokurov mantiene una conversación vía Skype con el capitán de un barco que, real o figuradamente, transporta lo más valioso del arte de todos los tiempos en plena tormenta. Soltar lastre, arrojar al agua la historia de Occidente y sobrevivir, o, al revés, hundirse con el cargamento, conscientes de que ya no hay vida posible sin él. Y todo ello, sin olvidarse del propio Napoleón. "Todo esto lo traje yo", grita el emperador corso entre las salas nobles del edificio. Y no lejos, la mismísima Marianne le responde: "Libertad. Igualdad. Fraternidad". Lo que lleva a cabo el maestro ruso es un deslumbrante ejercicio de cine irónico, inteligente y grave. Si se quiere, la película se puede leer como una continuación heterodoxa y mucho menos grave de El arca rusa, donde en un único plano-secuencia encerrado en el Hermitage, Sokurov se despachaba con la historia de Rusia y, de paso, del mundo.

Un puzle surreal

Francofonía se deja interpretar como la refutación de aquella película. Entonces, la estrategia consistía en hacer unir el concepto de inmutabilidad eterna con la continuidad ininterrumpida de un único plano que lo captura todo. Ahora, la idea es justo la contraria. Se huye de la sensación de uniformidad eterna para ofrecer al espectador un puzle surreal, ucrónico y heterogéneo desde el que atisbar siquiera la profundidad y eternidad del proyecto.

Nos recuerda Foucault, de nuevo, que otra de las características de la heterotopía es su capacidad para yuxtaponer múltiples emplazamientos que son en sí mismos incompatibles. "Es así que el cine es una sala rectangular muy curiosa, al fondo de la cual, sobre una pantalla bidimensional, se ve proyectar un espacio en tres dimensiones", escribe. Y, en efecto, es en este lugar extraño en el que quiere Sokurov ofrecer su propuesta. Todo se yuxtapone en el empeño del cine por reflejar la eternidad de la mayor de las heterotopías: la del museo de los museos como imagen inmutable de Europa; como la única posibilidad de sentido.

@luis_m_mundo