Image: El desgarro de la belleza y los amores fálicos

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Cine

El desgarro de la belleza y los amores fálicos

21 mayo, 2015 02:00

Fotograma de The Assassin del taiwanés Hou Hsiao-hsien

El taiwanés Hou Hsiao-hsien reinventa el ‘wuxia' apelando a la depuración y el esplendor estético con la milagrosa The Assassin. El cine primario de Gaspar Noe regresa a Cannes con un pretencioso, irrelevante atracón de sexo en tres dimensiones .

Las expectativas motorizadas por el morbo estaban puestas este año en Love, en la que el siempre pretencioso Gaspar Noe prometía entregar un atracón de sexo en tres dimensiones. Eso es en esencia su último largometraje. Aunque presentado fuera de concurso, la mayor parte de la prensa de Cannes no ha podido entrar en ninguna de las dos primeras proyecciones (son tres), para la que se han formado colas imposibles. Esto se explica porque el autor de las apreciables Solo contra todos e Irreversible acostumbra a realizar películas cuyo acontecimiento casi nunca es el resultado, sino la premisa del artefacto. En este caso, seis años después de presentar en este mismo escenario la extenuante Enter the Void (donde proponía la visión subjetiva de un alma en pena en su tránsito de ultratumba), su cometido consistía, según reza la nota de prensa, en "filmar la dimensión orgánica de estar enamorado, con todo su exceso físico y emocional". De tal suerte, lleva los códigos del erotismo de alto voltaje (lindando con el porno) al territorio de su cine primario y burdo, claustrofóbico y ególatra, exuberante y exhibicionista, tan grave en sus formas como banal en su contenido.

Love es exactamente aquello que podíamos imaginar sin tener que comprobarlo. Cine impactante pero irrelevante. El sexo no se representa, se practica, y Noe lo filma con pretensión estética, sin ataduras aparentes, diseñando los polvos en largas secuencias coreografiadas para privilegiar el gozo de la vista y obviar su pertinencia dramática. El exceso de la dimensión física nunca termina de casar con la pretendida energía emocional. La coartada es el apasionado romance en París entre el joven americano Murphy (Karl Glusman) y su voluptuosa novia Electra (Aomi Muyock), que entra en crisis cuando después de practicar un trío con la vecina de diecisiete años (Klara Kristin), ésta se queda embarazada. El éxtasis y el accidente (se rompe el condón, claro), bajo la noción eminentemente pesimista y melancólica de filme, van de la mano. El romance se quiere trascendental y definitivo, pero Noe parece no entender que no basta con gritar "te quiero" hasta el agotamiento para que nos creamos (ya no digo que sintamos) el amor eterno que supuesta (des)une a la pareja.

La estructura del relato es cautiva del recuerdo de Murphy durante un día de año nuevo, de manera que el director francés introduce el dispositivo del monólogo interior y los constantes saltos en el tiempo, al igual que en Enter the Void, hasta que el drama erótico alcanza el presente y se dispara hacia lugares que buscan desesperadamente el impacto de la sorpresa y la épica emocional, sin reparar por supuesto en la verosimilitud narrativa. Irónicamente, lo que está diseñado para proponer una experiencia sexual inmersiva no hace sino distanciarnos cada vez más de lo que acontece en la pantalla. La violencia sentimental no es más que fachada, el morbo se agota prácticamente en la primera corrida, que el efecto tridimensional escupe al patio de butacas. "Quiero hacer un cine sobre sangre, esperma y lágrimas, sobre la esencia de la vida", dice Murphy, que aspira a ser director de cine. En su apartamento, entre cuyas paredes transcurre la mayor parte del filme como si fuera Habitación en Roma de Julio Médem, cuelgan carteles de Saló de Pasolini, de Taxi Driver de Scorsese, de M de Fritz Lang, pero nada más nos hace pensar que haya que tomar sus aspiraciones fílmicas en serio. Tampoco las del egocéntrico Noe.

Fotograma de Love de Gaspar Noe

A quien sí debemos tomar muy en serio es al maestro taiwanés Hou Hsiao-hsien. Uno de los misterios que más ansiedad ha generado estos días entre la cinefilia consistía en descubrir de qué modo el autor de obras mayores como El maestro de marionetas o Millenium Mambo llevaría los códigos del wuxia (el cine de artes marciales) al rigor estético, baziniano de su cine. La respuesta es a través del vaciado absoluto del género, de la depuración total, aproximándose así a un grado de abstracción hipnótico -la historia de intrigas palaciegas durante la decadencia de la dinastía Tang es a la larga lo de menos-, que recuerda a operaciones similares realizadas con el western, como Meek's Cutoff de Kelly Reichardt o Jauja de Lisandro Alonso, con la que comparte el formato cuadrado de pantalla. La insondable belleza estética del filme, que Hou ha preparado a lo largo de cinco años, es simplemente inaudita. Podríamos firmar el tweet en caliente de un prestigioso crítico norteamericano: "Es la película más bella que he visto en mi vida". Probablemente lo sea.

En cierto modo, el taiwanés se muestra fiel a las conquistas formales de Flores de Shanghai (1998), sobre todo mediante la puesta en escena en interiores de verdaderos grabados pictóricos, riquísimos en detalles, apenas sin cortes y en plano general, donde los personajes no se mueven aunque hablan mucho, mientras que todo lo que acontece alrededor de ellos conduce la psicología y la emoción del drama. No se había visto nada así desde las composiciones formales del mejor Akira Kurosawa. El taiwanés lleva el arte de la contención al límite. Y es que acaso la gran novedad respecto al género es que las secuencias de acción son fugaces y expeditivas, irrumpen súbitamente, ocupan un porcentaje mínimo de esta historia protagonizada por una mujer a quien apenas vemos el rostro, una asesina errante con el cometido de matar a su primo, gobernador de una provincia insurgente con quien años atrás estuvo a punto de casarse. Esta asesina piadosa, encarnada por la bella Qi Shu, es descrita por su maestra como una contendiente sin rival, "pero cautiva de los sentimientos humanos".

No hay apenas en este wuxia intervenciones digitales, ni guerreros que vuelan espoleados por cables o montajes histéricos y aparatosos. The Assassin se articula en esencia mediante la sucesión de piezas de cámara, pero no por ello carece de espectacularidad visual. De hecho, su espectáculo no es desesperado, sino un trabajo de precisión y sofisticación extremos. Toda corporeidad es palpable, el deslumbrante cromatismo de la hermosísima fotografía (que firma Mark Lee Ping-bing) corta el aliento con su brutal expresividad (ríanse de la imagen plástica de Zhang Yimou), la desafectada estilización del filme se alimenta de una clase de belleza que no es solo aparente, sino que surge del interior de las imágenes: espacios que Hou Hsiao-hsien nos invita a habitar o a espiar detrás de cortinas, mostrados generalmente desde puntos de vista frontales. No solo los interiores, las secuencias en exteriores, subrayando la exuberancia de la naturaleza devorando a los personajes (la magnitud de la tragedia empequeñeciendo al ser humano), adquieren una cualidad fantástica mediante el naturalismo, diríamos que hiperrealismo, de la imagen. Leo en mis notas tomadas durante la proyección que "la belleza duele, desgarra, emociona".

Obra monumental, inabarcable en un primer visionado, sobre la que volveremos con irrefrenable placer para destilar todas sus capas de significado y milagros estéticos, The Assassin se postula junto a El hijo de Saúl y Carol, a falta de dos días para que termine el festival, como la más firme y sin duda merecedora candidata a la Palma de Oro. Qué gran festival estamos viviendo.