Image: Guzmán o el veneno de estar vivo

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Cine

Guzmán o el veneno de estar vivo

8 mayo, 2015 02:00

Todo lo que se ve en A cambio de nada presenta el aspecto y la textura de la autobiografía. Daniel Guzmán, Biznaga de Oro en Málaga, construye un trabajo en el que describe nuestras dudas sin nostalgias ni falsa emoción.

"Un niño no necesita escribir, es inocente. Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado", dice Henry Miller. Daniel Guzmán comparte con el autor de Sexus el sabor agrio de la culpa del pasado. Le quema lo que fue porque sabe que de la justa comprensión de todo lo que ha sido depende lo que es. Si se lee despacio, se puede llegar a entender. Pero sabe que no basta con contar la realidad. "Lo real sin más no existe, no puede ser contado porque no hay nada. Para poder acceder a algo, se necesita que tenga sentido, y para que algo se entienda tiene que haber un relato compartido. Y éste lo impones tú desde la memoria de los hechos", explica a medio camino entre la lucidez y el agobio el propio Guzmán.

El testigo de tanta reflexión torturada es A cambio de nada, la película recién premiada en el Festival de Málaga con los máximos honores. Para ella ha sido la Biznaga de Oro, el premio a la Mejor Dirección y una mención obligada al actor por accidente Antonio Bachiller. Cuenta el director que el proyecto le ha llevado diez años; que lo ha vivido como una catarsis, como la única forma de arrancar de sí los demonios y los venenos. "Siento que he vuelto a nacer".

Y, en efecto, todo lo que se ve en este deslumbrante prodigio, presenta el aspecto, la textura y, si se quiere, hasta el olor (y dolor) de la autobiografía. Pero no de una cualquiera. No se trata de regresar al pasado para componer con él una especie de ceremonia heroica de la impostura: lo que fuimos y lo que hemos llegado a ser. Tampoco la idea es construir un relato nostálgico de la última infancia y primera juventud. Al revés, lo que importa es la descripción pautada, triste, divertida y agria de la primera duda; una duda que permanece inmutable como testigo de lo que somos. No sólo el director, sino todos. Y así desde el instante siempre confuso de su aparición. Allí estuvimos y ahí, nos pongamos como nos pongamos, nos quedamos. Sin nostalgias, sin la ridícula ceremonia de la falsa emoción.

Lo que hace ejemplar A cambio de nada no es el heroísmo de su autor y su empeño por desnudarse ante la cámara. No es el morbo de lo accidental, por particular, sino el ruido de lo necesario, por universal, lo que importa. Resumiendo mucho, y salvando los accidentes, su relato es el de todos.

La película cuenta la historia de un chaval, Darío, castigado por la calle. Algo de él recuerda al Ricetto de Muchachos de la calle ("...más que alguien que va a hacer la comunión, parecía uno de los remeros del Tíber", escribe Pasolini divertido y desolado a la vez). Su existencia discurre en equilibrio inestable enredada en un complejo sistema de lealtades. Allí están Luismi, su amigo y vecino; ‘Caralimpia', el dueño del taller y la viva imagen del ‘superhéroe' de barrio, y, por encima de todos, Antonia, una anciana castigada por el olvido (la magnífica actriz es la abuela nonagenaria del director). Y frente a este bastión inexpugnable de fidelidades, se levanta amenazante lo otro, lo duro, lo real, el paisaje turbio del extrarradio de cualquier ciudad.

La película no aspira más que a medir el hueco entre lo uno y lo otro, entre la realidad y el deseo. La duda, decíamos, que toda decisión lleva consigo. Se trata de fotografiar el instante preciso en el que la vacilación en el salto conduce necesariamente al vacío. Y a ello se aplica, sin rubor y sin engolados lirismo, un director empeñado en retratarse y retratarnos, puesto que cada fotograma que escupe de él mismo acaba por ser el veneno de todos nosotros. Y todo ello, con total honestidad.

La cinta navega entre el dolor y la euforia con la misma facilidad con la que alterna los registros de la comedia y el drama. Decía Chaplin que "para reírte de verdad tienes que ser capaz de agarrar el dolor y jugar con él". Y, en efecto, es en este terreno entre la tragedia y lo absurdo donde Daniel Guzmán acierta a componer, entiéndase bien, su particular venganza. Ya no es tiempo de inocencias.