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Freud versus Jung
David Cronenberg estrena hoy Un método peligroso, trágico y genial alegato sobre los padres del psicoanálisis
Viggo Mortensen (en primer plano) y Michael Fassbener, Freud y Jung en Un método peligroso
David Cronenberg, apoyado en las interpretaciones de Viggo Mortensen, Michael Fassbender y Keira Knightley lleva hoy a las pantallas Un método peligroso, película que podría ser una de las mejores de 2011. Ambientada en una Europa de grandes convulsiones, resume algunas de las claves de su mejor cine con un discurso de múltiples capas sobre la fragilidad de las emociones y la ruindad del ser humano.
Existe bajo las imágenes de Un método peligroso una violencia soterrada, amenazante, capaz de explotar en cualquier momento, bastante más belicosa que la que existía a modo exploit en películas como Rabia (1977) o Cromosoma 3 (1979), películas primerizas del cineasta canadiense David Cronenberg (Toronto 1943). Si en sus últimas películas -Una historia de violencia (2005) y Promesas del este (2007)- el director abordaba los juegos de máscaras y los terrores ocultos de forma singular, en Un método peligroso el salto es totémico, al retratar la amoralidad existente bajo los gestos nobles de la burguesía de finales del siglo XIX así como de trazar una mirada antropológica hacia una sociedad que sería la responsable de algunas de las mayores barbaries del siglo XX. Lo verdaderamente increíble de todo esto es que Cronenberg lo consigue mediante el sencillo uso de la palabra, ya sea escrita o hablada, entre los doctores Sigmund Freud y Carl Gustav Jung, y la paciente (y futura doctora) Sabina Spielrein. "Me gusta regresar a la palabra -afirma-. Curiosamente, acabo de finalizar una película, Cosmopolis, donde también se habla mucho. Y es que uno puede creer que el cine está lleno de diálogos pero lo cierto es que esos diálogos son la misma esencia del cine". Diálogos, palabras. Eso es lo que no dejan de hacer los protagonistas de Un método peligroso: hablar y escribirse misivas. Porque por primera vez en la historia la palabra parecía ser la solución a los problemas de la humanidad (de la psique). Esa fue la revolución impulsada por Freud: alguien que se atrevió a verbalizar los miedos que anidaban en el inconsciente humano. El inventor del psicoanálisis fue el primero en situar sobre el tapiz de lo cotidiano la sexualidad como el mayor de los condicionantes a la hora de atenazar los miedos que sumían al individuo.Jung, que fue colaborador de Freud en sus inicios, se distanció del mismo al expandir su trabajo hacia otros terrenos de carácter más controvertido: caso de la alquimia, la mitología o la parapsicología. "Si lo piensas -reflexiona Cronenberg-, Jung y Freud son los responsables de las relaciones del siglo XX: hasta su llegada nadie hablaba abiertamente de temas sexuales, sueños, problemas familiares o traumas infantiles". Una ruptura, la de maestro y discípulo, que sería también la quiebra de Europa.
El corazón del odio
Y es que bajo la falsa quietud que esconden las bellas imágenes de la campiña suiza y de la ampulosidad de los edificios de Viena, se nota el corazón palpitante de un odio a punto de degenerar en la más violenta de las acciones. "La violencia, al igual que ocurría con otra de mis películas, Crash, aquí se encuentra escondida. Yo diría que Un método peligroso es una película violenta porque se desarrolla en una época muy convulsa con unos personajes que transgreden todo tipo de tabúes socialmente aceptados. Hay algo en esa valentía que exige violencia", añade. De hecho, el gran logro de Un método peligroso, es el de poder hablarnos sin tabúes de todos los terrores que habitaban en Europa a principio del Siglo XX a la vez que nos narra el azaroso triángulo sentimental que ata a sus protagonistas. Un relato que se adentra en el sadomasoquismo y las relaciones de dependencia que existen en los encuentros sexuales de Jung y Spielrein como clara metonimia de un continente destinado a la autodestrucción (un camino ya recorrido por cineastas europeos como Lars Von Trier o Michael Haneke).La falsa ética de las clases pudientes -las mismas que retrataría con tanto placer como saña Marcel Proust- es mostrada por Cronenberg bajo una fachada de buena educación. En la obra del canadiense hay muy pocos elementos situados al azar, por no decir ninguno. En Un método peligroso cada plano está cortado bajo un mismo patrón: el de la dictadura autárquica de la imagen. Cada objeto posee su significado, cada detalle su significante. De ahí la abundancia de éstos, bien sea para retratar objetos -rudimentarios, pero aún así, de carácter futurista, convirtiendo los trazos de Videodrome (1983) y La mosca (1986) en un steam-punk abocado a la ciencia médica-, bien sea para realizar elaboradas composiciones plásticas conjugando los rostros de sus protagonistas en función de la relación que existe entre ambos en ese momento de la narración. En el último tramo de la película, en los rótulos finales, se nos informa de su destino: mientras que Jung moriría en 1961 tras vivir una vida apacible en Suiza junto a su familia (y sus amantes), los judíos (dato nada baladí) Freud y Spielrein vivieron en sus carnes la pesadilla nazi, muriendo el primero de cáncer en 1939 y la segunda asesinada por el ejército alemán junto a sus hijos en 1941. La fractura es entonces total: entre médico y paciente, entre maestro y discípulo, entre lo místico y lo empírico, entre la barbarie y la razón. El milagro es que Cronenberg sea capaz de realizar todas estas reflexiones sin tener la necesidad de mostrarlas in situ en la película, puesto que todas ellas son ideas extrapoladas que surgen innatas de la narración.
Y es que desde que el director se despidiera de los postulados de la "nueva carne" con eXistenZ (1999) una transmutación ontológica ha sacudido los códigos que regían su obra, más interesado en descifrar los mecanismos que rigen la mente, que en la materia orgánica (y sus mutaciones y/o alteraciones) que conforma el cuerpo humano. Una dualidad que ya se hizo patente cuando se comparó el estreno de Crash (1996) con el de Vinieron de dentro de... (1974), ambas adaptaciones de dos textos de J. G. Ballard: Crash (1973) y Rascacielos (1975), la primera haciendo énfasis en las relaciones de dominación sadomasoquista entre unos apasionados de los accidentes automovilísticos (el fetichismo mecánico llevado a su máximo auge), la segunda convirtiendo el cuerpo en un instrumento infeccioso capaz de vampirizar/zombificar otros cuerpos siguiendo las pautas de un maníaco sexual.