Image: Las dos edades de Rumanía

Image: Las dos edades de Rumanía

Cine

Las dos edades de Rumanía

Cuatro directores rumanos, entre ellos el brillante Mungiu (autor de 4 meses, 3 semanas, 2 días), dan cuenta del fulgor del cine de este país en Historias de la edad de oro

16 diciembre, 2010 01:00

Un fotograma de Historias de la edad de oro.

El, irónico, título de esta película podría entenderse de dos maneras. Por una parte, esa "edad de oro" se refiere a los últimos 20 años de la dictadura de Ceaucescu, décadas aciagas para los sufridos rumanos durante las que un régimen cruel en su propio sinsentido se dedicó, con vehemencia, a hacerle la vida imposible a sus ciudadanos. Pero la gracia y el encanto de estas cinco historias también nos remiten a otra "edad de oro", y es el momento de fabuloso esplendor que está atravesando el cine de ese país, un fulgor aún más meritorio si se tiene en cuenta que Rumanía sigue siendo la nación europea con menos salas de cine o, sobre todo, lo que vemos en la propia película: el cúmulo de despropósitos y barbaridades que tuvo que sufrir bajo el yugo de un sistema en el que una burocracia kafkiana, el culto al líder o la enorme distancia entre la verdad oficial y la realidad de la vida de la gente hicieron prácticamente imposible que la sociedad pudiera desarrollarse con un mínimo de normalidad.

Cristian Mungiu, el hombre que ganó la Palma de Oro con su primera película, 4 meses, 3 semanas, 2 días, es el escritor detrás de una película dirigida por, además de él, otros tres nombres del nuevo cine rumano, todo ellos desconocidos: Hanno Höfer, Iona Uricaru y Razvan Marculescu. Es imposible saber quién ha dirigido qué porque firman el filme al alimón, pero la película mantiene una insólita coherencia a la hora de explicar, mediante fragmentos breves pero muy reveladores, que adoptan la apariencia de fábula cruel, cómo un Gobierno puede no sólo inmiscuirse en la vida privada de las personas, también machacarlas sin piedad. Porque tras las risas que nos provocan las cuitas del fotógrafo oficial del presidente, siempre sometido a la insoportable presión de favorecerlo, cuando se produce la visita de Giscar D'Estaing o los rocambolescos intentos de un policía que quiere matar a un cerdo sin hacer ruido para que sus vecinos no se enteren de su amarga prosperidad, subyace la realidad sin gracia de una población muerta de hambre que, para más inri, está obligada por ley a jalear y agradecer a aquellos mismos que les están arruinando la vida.

Sin duda, con semejante material, sólo caben dos vías. La dramática la exploró el propio Mungiu en su portentoso debut, la cómica la hemos visto ya en aquella excelsa La muerte del señor Lazarescu y consiste en echar mano del humor negro como única forma, quizá, de hacer soportable lo insoportable. De esta manera, no es difícil adivinar detrás del tono amargo y jocoso del filme la larga influencia de Luis García Berlanga, maestro en estas lides. Una mano que se puede notar de forma notoria en una de las historias (que el propio filme llama "leyendas") ésa que nos cuenta cómo un pueblo se prepara con esmero para el paso de la comitiva oficial del Partido Comunista aun a sabiendas de que lo más probable es que pasen de largo, o incluso no pasen. En ese episodio, en el que vemos a los mismos burócratas codiciosos y la misma desesperación de la gente, nos explica muchas cosas no sólo sobre Rumanía, también sobre como todas las dictaduras acaban pareciéndose y por qué la pobreza aboca muchas veces al que la sufre a la indignidad.

Hay mucho que disfrutar en Historias de la Edad de Oro. La historia de un camionero que reparte huevos se convierte tanto en una contundente denuncia sobre la ineficacia de la burocracia como del hambre de la época, así como en una melancólica historia de amor frustrado en la que Mungiu logra hilar con inteligencia las miserias de todo un sistema con las íntimas cuitas del corazón de un ciudadano abocado al pillaje. Y hay ecos de aquella pareja de Plácido en la historia de dos jóvenes que, para comprar un coche, se embarcan en un delirante timo basado en vender botellas vacías que dicen estar envasadas con aire. Al final, queda la imagen, de una gran fuerza dramática, de todo un pueblo engañado, frustrado pero aun sumiso a una ortodoxia paralizante que da vueltas y vueltas en carrusel sin que nadie pueda apretar el botón para pararlo. A pesar de su excesiva duración, Historias de la Edad de Oro es un filme divertidísimo que, además, ofrece un retrato incisivo y trágico sobre una época de la historia de Europa.