Image: Anvil, pasión por el metal

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Cine

Anvil, pasión por el metal

Sacha Gervasi muestra el lado melancólico del rock

25 junio, 2010 02:00

Steve "Lips" Kudlow en Anvil.

Un documental lleva esta semana a nuestra cartelera a la veterana y olvidada banda canadiense Anvil. Gervasi va más allá de las notas musicales.

Hacer rock por el triunfo. Hacer rock por el dinero. Hacer rock por la fama. ¿Y si el triunfo, el dinero y la fama nunca llegan? ¿Hasta cuándo pueden perpetuarse las pasiones y los pactos adolescentes? ¿Cómo se filma a unos personajes abonados al fracaso y el patetismo cuando se es un admirador incondicional? Este tipo de cuestiones (y de peligros) son las que una y otra vez plantean al espectador las imágenes de Anvil. El sueño de una banda de rock, un encantador rockumentary en el que, paradójicamente, al final lo que menos importa es la música, eclipsada por el caudal de humanidad que recorre la película. Casi toda su emoción procede de Steve Lips Kudlow, el carismático líder de la no menos emblemática banda de heavy metal canadiense Anvil, que aunque nunca haya ganado discos de oro, al menos puede presumir de llevar nada menos que treinta años de historia sobre sus castigadas espaldas. A finales de los sesenta, Kudlow formó con el batería Rob Reiner, su mejor amigo del instituto, un grupo trash que se ganó un prestigio en el escenario heavy del momento, formando parte de giras colectivas con otras bandas como White Lion, Bon Jovi o Scorpions. Pero en la rueda de la fortuna (o de las compañías discográficas, donde la suerte es con frecuencia más determinante que el talento), Anvil no fue elegida para retozar en las riquezas del éxito. En aquellos tiempos incluso se ganó el respeto de Metallica y otros monstruos del metal, pero no el de un público cegado por la MTV. Y aunque nunca estuvieron en la cima del negocio (apenas intuyeron qué se puede sentir ahí), para bien o para mal Anvil fue de las pocas bandas que sobrevivió a la borrachera de los excesos. Hasta hoy, que lo siguen intentando. Cuatro cincuentones sobreviviendo en la decadente escena del heavy metal. Cuestión de fe.

Impulsos puros y nobles
La honestidad la convocan no sólo los personajes retratados, que se adueñan literalmente de la película, sino de un director, el debutante Sacha Gervasi -guionista de La Terminal (Steven Spielberg, 2004)-, que se acerca a ellos con la comprensión de un fan y la ternura de un amigo. Si por momentos parece que estamos ante un filme subsidiario del mítico falso rockumentary This is Spinal Tap (Rob Reiner, 1984), es porque la extravagante realidad invita ya de por sí a la autoparodia o a la compasión. En tiempos en los que la fama se cotiza tan barata, Anvil nos devuelve la melancolía del rock que emerge de los impulsos más puros y nobles. El valor emocional del filme se concentra en un travelling cargado de intención, un movimiento de las bambalinas al escenario en el concierto al que pensaban que nadie asistiría, cansados de tocar para tres, diez o veinte personas. En esa maniobra de la cámara para mostrarnos el aforo frente a ellos hay algo más en juego que una última oportunidad para Anvil. También se juegan su supervivencia en un mundo que se ha hecho adulto mientras ellos preferían seguir siendo adolescentes.