Image: Paul Newman

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Cine

Paul Newman

Llega a España 'la biografía' del mítico actor

6 noviembre, 2009 01:00

Paul Newman. Foto: Photofest

Por Shawn Levy

Un año largo después de su muerte, la editorial Lumen publicará en España la biografía de Shawn Levy sobre uno de los grandes iconos del mejor Hollywood, Paul Newman. En estas páginas adelantamos uno de sus mejores fragmentos.

"Soy dos personas -decía a la prensa-, soy yo, Paul Newman, y también soy Paul Newman, el actor. El primero no está en venta. Cuando alquilo el segundo, intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo, pero nadie tiene derecho a decirme cómo he de vivir, vestir o pensar."

Desde luego tenía razón: existía un Newman público y otro privado, pero cada uno era un mosaico del otro compuesto por identidades más pequeñas, algunas potentes y patentes, otras oscuras y oblicuas. Era actor, marido y padre desde hacía una década. Había dirigido un cortometraje y empezado a interesarse de verdad en las actividades del Actors Studio. Como intérprete, había creado su propia imagen, que no era la de un nuevo Marlon Brando ni la de quien tuvo un golpe de suerte cuando James Dean desapareció, sino la de un hombre cuyo talento, compromiso y, sí, también apostura, lo situaban en un lugar aparte, incluso entre sus compañeros de Hollywood. Era un símbolo sexual cuyo encanto trascendía generaciones, y que poseía una especie de tranquila e inteligente masculinidad, conjugada con un estilo eternamente joven. Y por si eso fuera poco, era la otra mitad de una famosa pareja del mundo del espectáculo, de un dúo moderno cuyas maneras, francas y despreocupadas, lo habían convertido en el icono de la nueva familia norteamericana.

Era una superestrella en ascenso, carne de escenario y de gran pantalla,un semental con talento para la interpretación, atractivo, curioso, romántico, un camaleón de sangre azul capaz de parecer gélido, apasionado, roto, cruel, hablador, malhumorado, decente, desvergonzado, reprimido o cortante; y a menudo, una combinación de todo ello en una demostración de talento, matices y profundidad.

Y también tenía éxito entre una variedad de gente y de público. Al igual que Brando, Dean y Steve McQueen, era un rebelde que se vestía como un patán (pero con gusto), que frecuentaba lugares poco distinguidos, que iba por ahí conduciendo motocicletas o coches deportivos, que se mantenía lo más alejado posible de Los ángeles, que interpretaba a canallas insolentes, a verdaderos sinvergöenzas y, de vez en cuando, algún papel con pretensiones artísticas, y que lo hacía de forma convincente mientras se lo pasaba en grande. A pesar de que ya había cumplido los treinta, al público más joven le encantaba todo lo anterior. Pero, al mismo tiempo, también era hijo de un pragmático hombre de negocios, veterano de guerra, ex alumno de facultades distinguidas, tenía hijos a los que mantener y todo eso se lo tomaba lo bastante en serio para contar con la aprobación de una generación que había crecido con Henry Fonda, James Stewart y Clark Gable. Era apuesto y el hombre por excelencia.Era encantador, aunque no exactamente gracioso, y decidido, aunque no demasiado heroico. Siempre se llevaba a la chica (¡qué demonios,los protagonistas masculinos siempre se iban con la chica!), pero resultaba fácil intuir que no le habría importado de no ser así. Sus victorias resultaban satisfactorias, pero a veces sólo él y los espectadores sabían la verdad sobre ellas y, curiosamente, incluso sus derrotas conseguían complacer: al fracasar en sus propósitos, sus personajes parecían alcanzar un triunfo mayor que el ambicionado originalmente. Ese era el sello del antihéroe contemporáneo.En septiembre de 1959, firmó para protagonizar éxodo y, a lo largo de la década siguiente, no sólo se convirtió en la estrella más importante del mundo del cine, sino que se labró una imagen con la que encajaría el resto de su vida. Interpretó algunas películas realmente notables (El buscavidas,Un día volveré, Hud, Harper investigador privado, Un hombre, La leyenda del indomable) y algunas rematadamente malas (El premio, Lady L, Cortina rasgada, Comando secreto). (...)

En casi todas las películas en las que intervino como actor se tomó la molestia de dotar a sus personajes de una personalidad creíble, aplicando los métodos que había aprendido en las escuelas de arte dramático y en el Actors Studio: con la dedicación, el análisis riguroso y la exploración emocional necesaria para construir un personaje que resultara espontáneo y de carne y hueso cuando lo presentara. Fue uno de los pocos astros de Hollywood que se interesó por el oficio de la interpretación hasta el punto de distraer a los directores, incordiar a los guionistas y aburrir a sus entrevistadores con discusiones sobre motivaciones, técnica y estructura. Aunque en más de una película se lo puede ver aplicando su método deliberadamente (cierta rigidez y falta de espontaneidad son características de su primera década en el cine), siempre se las arregló para parecer normal y llano, de tal manera que resultaba fácil perdonarle algunas de sus decisiones equivocadas, como hacer de bandido mexicano (en Cuatro confesiones), de anarquista francés (en Lady L) o desoldado gamberro con tendencia a ausentarse sin permiso (en Comando secreto).

Fue lo bastante trabajador para echarse las malas películas a la espalda y tuvo el suficiente talento y buen gusto para protagonizar una mayoría de buenos trabajos que permitieron que el público también se olvidara de los que no lo fueron. Y fue lo bastante bueno desde el principio para que verlo evolucionar, hasta convertirse en un maestro, no resultara un calvario. Era un experto en muchas cosas, pero nunca supo cómo interpretar un papel romántico. Tal vez se debiera a lo felizmente casado que estaba. Su matrimonio con Joanne Woodward ha pasado a formar parte de la leyenda.

(...) Se quejaba de los estudios con su maquinaria publicitaria y de las intrusiones de sus seguidores, e insistía en que no por haber escogido la profesión de actor había renunciado a sus derechos como persona. Creía que lo único que le debía al público era una buena interpretación y nada más, especialmente nada que concerniera a su vida privada. Se trataba de una cuestión que podía irritarlo de verdad. "He visto artículos sobre Joanne y sobre mí en las revistas de cotilleos que me han dado ganas de vomitar. Y ya no hablo de las tonterías que llegan a decir, sino de la cara dura que hay que tener para atribuirme comentarios que no he hecho. No soy la típica estrella de cine. ¡Si no soporto acudir ni a los estrenos!". Con el tiempo, llegó un momento en que incluso dejó de firmar autógrafos. Se veía estrictamente como un profesional, una persona que hacía su trabajo lo mejor que podía y que después se marchaba a casa. Que ese trabajo lo hiciera famoso o que la gente se sintiera identificada con él por lo que hacía eran cuestiones que no había buscado ni deseado. Sin duda, esa actitud le granjeó numerosas antipatías en el mundillo del cine y entre sus seguidores más fanáticos, pero, como le gustaba decir: "La persona que no tiene enemigos no tiene carácter". Así era el hombre y el artista en el que se convirtió durante los años que mediaron entre éxodo y La leyenda del indomable, y en muchos aspectos importantes así fue durante el resto de su vida. En algún lugar del pasado había enterrado todas las raíces étnicas y religiosas de la familia Newman, aunque conservaba su curiosidad creativa, su inteligencia, su tenaz dedicación al trabajo y su impecable integridad. (...) Había tardado más de treinta años en convertirse en ese Paul Newman, en el Paul Newman que todo el mundo recordaría en las décadas venideras. Y ese hombre, con su plenitud, sus contradicciones, sus defectos, su talento, sus inclinaciones, sus costumbres, sus manías y su humanidad era el que sería a partir de entonces.