Cine

El verdadero rostro de la Mafia

'Gomorra' abre una nueva etapa en el cine de gángsters basada en el realismo

6 noviembre, 2008 01:00

Entrevista con Matteo Garrone



El próximo 14 de noviembre se estrena Gomorra, extraordinaria adaptación del libro sobre la mafia napolitana que ha condenado al escritor, Roberto Saviano, a vivir bajo la amenaza de uno de los grupos más violentos del mundo. La película, de una crudeza extrema, supone un nuevo paso hacia la desmitificación de un entorno que obras maestras como El padrino o Uno de los nuestros han "glamourizado". Por fin ha llegado el momento, como demuestran otras producciones recientes (Sólo quiero caminar, Promesas del este o la serie The Wire), en el que el cine revela el verdadero rostro de una lacra que ha logrado inmiscuirse en todos los ámbitos de la sociedad. Analizamos la reciente filmografía de mafiosos y hablamos con el director de Gomorra, Matteo Garrone -que visita el 7 de noviembre nuestro país- sobre las claves de un trabajo polémico y arriesgado.De entre los muchos datos, historias y referencias que habitan en el libro de Roberto Saviano (Nápoles, 1979), Gomorra, hay una que resulta especialmente esperpéntica. En la misma, un veterano oficial de la policía científica comenta al escritor que los killers de la Camorra han embrutecido sus actos comportándose como los gángsters prototípicos del cine de Hollywood. En sus propias palabras: "¡Hoy, después de Tarantino, ya no saben disparar como Dios manda! Ya no disparan con el cañón recto. Lo tienen siempre inclinado, hacia abajo. Disparan con la pistola torcida, como en las películas, y esta costumbre provoca desastres. Disparan al bajo vientre, a las ingles, a las piernas; hieren gravemente sin llegar a matar. Así, siempre se ven obligados a rematar a la víctima disparando en la nuca. Un charco de sangre gratuito, una barbarie del todo superflua en una ejecución".

Lejos quedan los tiempos en que los elegantes descendientes de inmigrantes sicilianos de Francis Ford Coppola / Mario Puzo se movían por un tan estricto como singular código ético que imponía a la familia como prioridad absoluta y que, junto a la extorsión, la amenaza e, incluso, el asesinato, también exigía la protección y los favores a los amigos así como respeto a los enemigos. Han sido El Padrino (1972) y secuelas una de las películas que ha configurado la palabrería de los jóvenes napolitanos que empuñan el arma con pasmosa facilidad. Es una prueba más de que el cine, retratando la realidad, también la transforma produciéndose una simbiosis que merece ser tenida muy en cuenta.

De hecho, antes del filme protagonizado por Marlon Brando, nadie tildaba de "padrino" a los distintos capos de los clanes, antes eran "compadres" o simplemente "jefes". La conquista metafórica del inconsciente por parte de Hollywood ha llevado a las nuevas hornadas de jefazos, soldados y demás quincalla a imitar a sus héroes del cinematógrafo: unos quieren tener la misma casa, literalmente, lo explica Saviano en su libro, que el Tony Montana de Scarface: El precio del poder (1983; Brian de Palma); otros provocan a sus contrincantes como el Travis Bickle de Taxi Driver (1976; Martin Scorsese), y los más salvajes quieren aplastar cabezas en tornos como el personaje de Joe Pesci en Casino (1995; Martin Scorsese).

El periodista cinematográfico Tim Adler, experto en las conexiones entre la mafia y el cine -es autor del libro Hollywood y la mafia, escribió que El Padrino "aún siendo una obra maestra de Coppola, ha realzado muchos mitos de la mafia, que quedan muy ornamentales pero no responden a la verdad. En el filme los mafiosos no trafican con drogas, sólo se matan entre ellos y siempre hay un traidor que es el culpable. La realidad es que la mafia asesina a quien quiere, está volcada en el tráfico de drogas y abundan los traidores. El Padrino embellece a la mafia".

Viaje a la realidad

El cine contemporáneo ya no cree en la idealización estilizada de unos gángsters vestidos de Armani. El cine actual bebe de la realidad más putrefacta, aquélla en la que si alguien es considerado un enemigo, ha de ser eliminado de la forma más abyecta: freído a balazos, incinerado, decapitado, descuartizado, estrangulado etc... Ni siquiera el tóxico retrato que proponía Abel Ferrara en sus crónicas del inframundo gangsteril en El rey de Nueva York (1990) y El funeral (1996) se acerca al verdadero horror absoluto procedente de las distintas mafias actuales: napolitanas, rusas, gitanas, chinas…

Nápoles es, a día de hoy, la ciudad más violenta de la Unión Europea. La Camorra, como se conoce al crimen organizado de la ciudad, ha asesinado en los últimos treinta años a más de 3.500 personas, más gente que la que murió en las Torres Gemelas. El desempleo en la ciudad ronda el 20% . El abandono escolar alcanza los diez mil jóvenes cada año. Una de las villas colindantes al norte de Nápoles, Scampia, es el principal supermercado de la droga del conti- nente. El puerto de Nápoles es el principal foco de entrada de todo tipo de mercaderías ilegales en Europa: telas chinas, videojuegos, cocaína, relojes y ropas de marca, todo tipo de bisutería... La situación es tal que se calcula que el 50% de la economía de la provincia depende de actividades ilegales, por lo que no es de extrañar que buena parte de las decisiones políticas del país estén determinadas por la Camorra. Los holdings de los diferentes capos poseen un vasto imperio que extendido por todo el planeta reconvirtiendo los asesinatos, el tráfico de drogas, la piratería textil y el desecho de basuras en lucrativos negocios, desde conocidas cadenas de restaurantes a sofisticadas tiendas de alta costura.

Todo está explicado por Roberto Saviano con minuciosidad de médico forense en su seminal Gomorra. El escritor publicó el libro a los veintiocho años y, desde entonces, vive recluido y vigilado las veinticuatro horas del día. El capo de los Casalesi, Francesco Schiavone, apodado ‘Sandokán’, ha ordenado (desde la cárcel donde cumple cadena perpetua) su asesinato con fecha límite para la próxima Navidad. Por supuesto, Schiavone lo ha desmentido, y lo ha hecho de una forma muy italiana, a través de un comunicado vía fax a un programa de la televisión en el que aseguraba: "Este gran novelista, que hace de portavoz de no se sabe quién, debe dejar de calumniarme relacionándome con señores que nunca he conocido".

Saviano, sin embargo, no quiere ir de víctima. En declaraciones a El Mundo aseguraba que "Rushdie fue condenado a muerte por escribir un libro. Yo, por tener lectores (…) No estoy amenazado de muerte por escribir este libro sino porque ha tenido éxito". La obra de Saviano, que también tiene una adaptación teatral realizada por el propio autor en colaboración con el dramaturgo Mario Gelardi, ha multiplicado su celebridad con la adaptación cinematográfica de Matteo Garrone (notable director italiano completamente desconocido en nuestro país hasta la fecha). La película, tras su triunfal paso por Cannes donde se alzó con el Gran Premio del Jurado es una crónica de sucesos ficticios que parten de los aterradores hechos reales narrados por Saviano -un ejercicio que recuerda al realizado por Martin Scorsese cuando adaptó el libro-reportaje de Herbert Asbury Gangs de Nueva York en su fallida película homónima de 2002.

Gomorra es, sin ningún tipo de dudas, una de las mejores películas estrenadas este año. Un relato poliédrico y multidireccional donde las historias sólo parecen encontrarse en la extrema violencia que anida en su interior. Rodada con mirada documental y despojada de todo artificio. Todo es real. Desde el modistillo al servicio de un clan mafioso que confecciona a escondidas trajes para el mercado ilegal chino hasta el niño que ayuda a matar a una vecina (y amiga) para ser admitido en uno de los bandos que practican una infame guerra abierta, nunca está claro quiénes son los unos y quiénes los otros. En palabras del propio director: "La zona gris entre el bien y el mal se confunde continuamente".

Metáforas bíblicas
La película de Garrone es aún más extrema que la novela, entre otras cosas porque la imagen siempre es más cruda que la imaginación del lector. El cúmulo de datos agrupados por Saviano, testigo directo de muchas de las villanías relatadas, toma un cariz crudo y directo. El terror es mucho más claro en la película, mucho más cercano a la vida real por lo que tiene de gráfico. Los sufridos protagonistas viven atrapados en la madeja de una guerra interna que escapa a su comprensión y sólo son testigos de la absoluta barbarie presente en su ciudad. Sería poético, como sugiere el título, afirmar que Nápoles sufre el castigo bíblico que redujo a cenizas las ciudades de Sodoma y Gomorra, pero no sería justo. La metafórica Gomorra de Saviano/Garrone no es castigada por un Dios vengativo, son sus propios habitantes los que la están convirtiendo en un infierno.

Regresando a Coppola y su obra cumbre, El Padrino, vale la pena rescatar el momento en el que Vito Corleone (Brando) se niega a entrar en el negocio del narcotráfico desencadenando la posterior guerra entre clanes. Hoy en día sería impensable ya que el contrabando de droga es una de las principales vías de enriquecimiento de la mafia. Más brutal es descubrir que las conexiones entre la inmundicia y los negocios aparentemente legales. Una de las sorpresas más extravagantes que nos depara la investigación de Saviano habla del tráfico de drogas en las denominadas como ‘Casas Celestes’ de Secondigliano. La minuciosa organización de los traficantes, la mayoría de ellos menores de edad, los mecanismos de pedido, cobro y entrega del material, la movilidad continua de los zulos donde almacenan la droga, la rápida reposición de vendedores en caso de una redada... todo ello nos lleva a una ciudad muy lejana a la italiana, concretamente a Baltimore, en el Estado de Maryland, en los EE UU, lo cual demuestra la internacionalización del crimen y sus prácticas, como puede verse en la recién estrenada película de Díaz Yanes, Sólo quiero caminar.

Entre inmobiliarias y políticos
Lo cierto es que hoy en día estamos viviendo "la edad de oro" de las series de ficción producidas para la televisión norteamericana. Y la mafia, tan terrorífica pero también tan fácilmente exportable a la pantalla, vuelve a jugar un papel fundamental. Destaca la sobresaliente ficción creada por David Simon, The Wire (2002-2008), un poderoso retrato de los mecanismos de enriquecimiento de los clanes ilegales y su incursión en la legalidad, empezando por la construcción inmobiliaria y terminando en la corrupción de políticos. La minuciosidad de Saviano es la misma que la de Simon y sus guionistas: a través de las cinco temporadas de The Wire asistimos a la construcción de una estructura complejísima cuya base económica parte del tráfico de drogas y se expande como un tumor a todos los ámbitos. No es de extrañar que uno de los principales capos de la serie, Stringer Bell, compagine sus actividades delictivas con la facultad de economía.

En un grado de implicación menor se encuentra otra serie tótem. Creada por David Chase y con seis temporadas en su haber, Los Soprano (1999-2007) ofrece un retrato apasionante de los negocios de la mafia a media escala. La rima con Gomorra vuelve a ser escalofriante: el capo Tony Soprano se enriquece con el desecho ilegal de basuras, con el tráfico de fibras textiles, con camiones llenos de fármacos robados... demostrando cómo la economía sumergida de la mafia en parte sustenta los servicios de todo un país. Retomando a Tim Adler, "lo que nos ha enseñado Los Soprano es que los mafiosos se han vuelto gente de clase media, en la que hay abogados, contables… Gente de apariencia normal, pero mafiosos". Y en esa normalidad de clase media, desprovista de glamour y plena de terror, está la muerte de la mafia como icono deseable. Como demuestra Gomorra, el crimen es una cosa muy sucia y desagradable. Definitivamente, se terminó la era de la idealización del mal. O no.

Maestros seducidos por la Mafia

Dice Agustín Díaz Yanes a propósito de Sólo quiero caminar que la mafia es atractiva para el cine por lo que tiene de mundo regido por unas normas que se parecen poco a la vida normal. Son numerosos los directores que han labrado su (merecido) prestigio tratando el tema. En primer lugar, Francis Ford Coppola con la trilogía El Padrino, cuya segunda parte es para muchos la mejor película de la Historia. Muy populares son Martin Scorsese y Quentin Tarantino. El primero ha realizado indiscutibles obras maestras sobre el asunto como Uno de los nuestros (1990), radiografía sobre la codicia y las debilidades humanas en un entorno hiperviolento, o Infiltrados (2006), en la que reflexiona sobre la línea que separa a la policía de los criminales. Tarantino es un maestro del cine posmoderno, un demiurgo capaz de convertir lo más chusco de la cultura popular en sublime como en las excelentes Reservoir Dogs (1992) o el díptico Kill Bill (2003). Otro que ha probado suerte con gran éxito es David Cronenberg infiltrándose en el mundo de las mafias rusas en la capital de Londres para realizar un demoledor retrato sobre la noción del deber y el mal. El cine oriental ha dado grandes joyas. Takeshi Kitano deslumbró en los 90 con la árida sequedad de filmes rotundos como Hana Bi (1997). En Japón ha tomado el testigo Takashi Miike, autor de Koroshiya 1 (2001) o la trilogía Dead or Alive (1999-2002). Hong Kong es otro de los focos. Johnny To ha dado credibilidad, carácter y agresividad a un cine proclive a la lluvia de balas con filmes como el díptico Election (2005) y Exiled (2006). Obligado es reconocer los logros de Brian De Palma (Scarface, 1983), Abel Ferrara (El funeral, 1996) o Guy Ritchie (Lock and Stock, 1998).