Image: Roland Emmerich

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Cine

Roland Emmerich

“El cine político sólo sirve para los convencidos”

28 febrero, 2008 01:00

Hoy mismo Roland Emmerich inicia una visita a España para presentar 10.000, epopeya multimillonaria sobre los albores de la humanidad que llegará a España el próximo 7 de marzo. Se trata de un filme monumental destinado a convertirse en uno de los más taquilleros de 2008. Antes, el director de Independence Day o El día de mañana habló en exclusiva con El Cultural sobre su condición de cineasta fetiche de superproducciones de acción (conocidas como "blockbusters"). Además, el crítico Jesús Palacios analiza los títulos en cartelera y por estrenar más importantes de un género que arrasa en taquilla y al que Hollywood siempre acude en época de crisis.

Roland Emmerich (Sttutgart, 1955) es el indiscutible rey del artefacto explosivo. Director de películas tan populares como Independence Day (1996), Godzilla (1998) o El día de mañana (2004), su cinematografía transcurre por los caminos de lo monumental y lo espectacular. Sin embargo, las apariencias engañan y en las distancias cortas Emmerich es un hombre que habla con un volumen tan flojo que apenas resulta audible, de maneras suaves y educadas más propias de lo que imaginamos de un director de filmes a la francesa que del ídolo del cine de acción por excelencia.

Su última apuesta es 10.000, una superproducción de 100 millones de dólares en la que se reproduce, de forma apabullante, la existencia 10.000 años antes de Cristo. Un dineral, además, gastado exclusivamente en efectos especiales ya que, como es habitual en Emmerich, la verdadera estrella de la película (protagonizada por los desconocidos Steven Strait y Camilla Belle) es su fastuosa espectacularidad. Cuenta la historia de un hombre que lidera la revolución de los esclavos, un asunto que permite adivinar el ensalzamiento de valores tan al gusto de Hollywood como la libertad y el liderazgo mesiánico (la entrevista se realiza cuando 10.000 aún está en fase de posproducción). Sin embargo, Emmerich defiende con uñas y dientes tanto su condición de artista como su propia visión de las cuestiones políticas.

- Usted se graduó en la universidad con el corto más caro realizado en toda la historia de Alemania. ¿De dónde le viene esta afición a lo grandioso?
- Siempre me engaño a mí mismo y me prometo que en mi próxima película gastaré menos dinero y haré las cosas de otra manera. 10.000 a.C. debía costar unos 50 millones de dólares, pero el presupuesto se disparó. No tengo forma de evitarlo. Efectivamente, desde el principio me interesé por las grandes producciones con multitud de efectos especiales, ése fue el motivo por el que Hollywood se fijó en mí. Es el cine que me interesa y el que me sale mejor. Aunque no pierdo la esperanza de hacer algún día otro tipo de película (risas).

Voluntad autocrítica
- La mayoría de la gente asume que los cineastas de grandes producciones de Hollywood no son verdaderos artistas, más bien ejecutores de los deseos de los ejecutivos.
- Si de los ejecutivos dependiera, es posible que no se rodara nunca nada. La mayoría están muertos de miedo. Todas las películas, incluidas las mías, surgen de un grupo reducido de gente, si no hay pasión sería imposible llevarlas a cabo porque llevan tantísimo trabajo que no hay otra forma de hacerlas. Puedo decir con orgullo que siempre he hecho lo que he querido. Jamás he realizado ni una sola secuela, y no por falta de ofertas. Hollywood también es un buen lugar para los visionarios. Allí está Peter Jackson para demostrarlo, fue una osadía darle el dinero para que rodara la trilogía de El señor de los anillos del tirón, sin esperar a ver cómo funcionaba la primera parte. Sin duda, Hollywood hoy es el único lugar en el que encuentro el dinero suficiente para desarrollar mi fantasía.

- Da la impresión de que ustedes se lo pasan muy bien manejando esos presupuestos monumentales, rizando el rizo de la espectacularidad y lo visualmente posible...
- Desde luego, muchas veces me siento como un niño al que Papá Noel le ha traído el mecano más grande que se pueda imaginar. Pero el proceso también es muy duro, incluso físicamente. Es difícil mantener el optimismo los dos años y medio que pasa entre que empiezas hasta que acabas. Surgen los momentos en que tienes ganas de tirar la toalla, y allí tienes que olvidarte del niño y pensar en el profesional.

- Después de Independence Day surgieron voces que le criticaban por haberse vendido a la ideología más rancia de Hollywood, a la exaltación estadounidense gratuita. ¿Le dolieron esas críticas?
- Sí, me dolieron y las analicé con mucho cuidado. En el caso de Independence Day siempre creí que eran ataques injustos porque yo concebí esa película como una defensa de otro tipo de valores, lo que quería decir es que blancos, negros o ju- díos podían luchar bajo la misma bandera en defensa del bien común. Después, cuando realicé El patriota (2000) sí que cometí algunos errores, empezando por el título. Lo que yo quería que se viera cómo una reflexión sobre el papel de los más desvalidos en las guerras fue percibido como una exaltación patriotera. Llegué a la conclusión de que jamás volvería a hacer algo que pueda ser interpretado de forma que atente contra mis principios. De allí surgió El día de mañana, un filme con el que quise alertar contra el cambio climático y también contra la hipocresía de los políticos, que sólo resuelven los problemas cuando les estallan en la cara. A partir de entonces me resulta fundamental ser muy claro, evitar malinterpretaciones.

Responsabilidad ética
- En este sentido, ¿de qué forma cree que 10.000 se ajusta a sus convicciones éticas?
- Para empezar, el malo, que es realmente pérfido, es blanco y el héroe tiene un aspecto más étnico. La película cuenta el principio de la primera gran civilización de la Historia, y el líder es alguien que une no que divide. Yo creo en ese tipo de liderazgos integradores, por eso me de-sagrada tanto la polarización que ha conllevado la administración de Bush, un presidente que ha hecho peor todo lo que podía hacer mal. Sin duda, los espectadores llegarán a entender la forma en que creo que debe hacerse política, los valores que defiendo. Insisto, en este tipo de superproducciones, que tienen un público tan amplio en tantos países distintos, he aprendido que uno no debe andarse por las ramas, debe decir sin ambages lo que piensa y es lo que he hecho con 10.000.

- ¿Cree que este tipo de películas, que son vistas por decenas de millones de personas, pueden tener un impacto real que otro tipo de producciones comprometidas no pueden alcanzar?
- Hay un determinado cine político que sólo sirve para los convencidos. Yo podría haber realizado un filme mucho más purista científicamente que El día de mañana pero ¿qué hubiera pasado? Que sólo hubieran ido a verlo quienes ya estaban concienciados con el problema ambiental. Cuatro universidades de distintas partes del mundo realizaron un estudio y llegaron a la conclusión de que El día de mañana había ejercido una influencia fortísima sobre la gente, que había servido mucho más que cientos de miles de artículos periodísticos juntos. Lo que sucede con películas como las mías es que las ven muchas personas jóvenes, cuando tienen una edad en que se está mucho más abierto a recibir ideas nuevas. Pero soy lo suficientemente listo como para saber que se trata sólo de películas, las cosas verdaderamente importantes las deciden los políticos y, en último término, la gente. Los cineastas podemos influir pero jamás podemos aspirar a cambiar las cosas. De todos modos, esa tarea no nos corresponde.

Artistas e ingenieros
- Los avances tecnológicos aplicados a las disciplinas artísticas hacen que se confunda la figura del artista con la del ingeniero. ¿Dónde está la línea que separa a unos de otros? ¿Avanzamos hacia una hibridación de ambos conceptos?
-Es curioso porque provengo de una familia de ingenieros pero en el colegio siempre fui un pésimo estudiante de ciencias, las matemáticas y la física fueron mi cruz durante largos años. Ahora, extrañamente, muchas veces tengo la impresión de que me dedico a lo mismo que hacían mis padres, y lo vivo como algo muy natural, me sale de una forma muy espontánea. Es cierto que ocupo gran parte del día en resolver ese tipo de detalles técnicos. Pero para hacer una película se necesita algo más que un gran conocimiento de la tecnología. Sin ese "algo más" no sería posible. Mi intención siempre ha sido que la ciencia se pusiera al servicio de la narración, jamás al revés. Hacer cosas muy complicadas y que, al mismo tiempo, pasen desapercibidas. Cuando los espectadores están pensando en los efectos especiales, has fracasado.

- Tiene fama de ser un cineasta super perfeccionista. ¿En qué se ha inspirado para recrear un mundo tan lejano como el de 10.000 años antes de Cristo?
- Me gusta ser muy preciso. No quería una visión idílica o hollywoodiense del pasado sino que se viera que fue un mundo muy duro, sólo hay que pensar en cómo se construían las pirámides. Hay alguna literatura respecto a esa época y también he dejado volar mi imaginación. El filme no sólo trata del primer héroe, también sobre el nacimiento de la narrativa, al menos tal como la conocemos en Occidente.