Image: Gerry

Image: Gerry

Cine

Gerry

Director: Gus Van Sant

19 mayo, 2005 02:00

Matt Damon y Casey Affleck en Gerry, de Gus Van Sant

Intérpretes: Matt Damon, Casey Affleck. Guionistas: Matt Damon, Casey Affleck y Gus Van Sant, 92 min.. Estreno: 20 mayo

Tirarse al vacío sin paracaídas debe ser lo mismo que empezar desde cero: un ansia de muerte y un anhelo de renacimiento. Era evidente que Gus Van Sant quería deshacerse de una mochila llena de piedras (y dólares) que empezaba a resultar demasiado pesada. Desde su remake de Psicosis, que podía entenderse como una broma conceptual o como un ejercicio de estilo con ganas de provocar, el director de Drugstore Cowboy nos estaba explicando, a su manera irónicamente oblicua, que quería desaparecer. Lo hizo, y resucitó, anticipando la violenta belleza de Elephant, con este Gerry que es a la vez un borrador y una depuración extrema y minimalista de la que iba a convertirse en su doble Palma de Oro. No es Gerry una película fácil porque exige del espectador un nivel de participación solidario y entregado. Como el Sleep o el Empire de Andy Warhol (o el Wavelenght de Michael Snow), Van Sant propone un cine de no-acción donde las coordenadas de espacio y tiempo se reúnen en un punto de fuga que desconocemos. Es, no obstante, una no-acción circularmente dinámica que se materializa en un western abstracto, un cruce entre el paisajismo existencial de John Ford o Anthony Mann y el cruel teatro del absurdo de Beckett.

Largos planos secuencia contemplan el naufragio de dos jóvenes llamados Gerry en un desierto cada vez más horizontal, cada vez con menos horizonte. Casi sin diálogos (los que hay son improvisados por los actores Matt Damon y Casey Affleck), Gerry ofrece una excelente oportunidad al espectador contemporáneo de relacionarse activamente con el texto fílmico; de comprender, en definitiva, en qué consisten los lazos entre imagen y sonido, cuál es el papel del fuera de campo en la construcción de la coreografía de ritmos de dos rostros que cabalgan juntos, cómo inventar dos personajes que son el reflejo mutuo del Otro y contemplar el modo en que se integran en el paisaje. No hay otro camino que interpretar y llenar huecos en un lienzo sólo parcialmente coloreado por el director. Por ejemplo, en una secuencia, que dura casi los diez minutos que tarda el sol en amanecer, vemos cómo los dos Gerrys, diminutas figuras en la frontera izquierda del plano, se mueven torpemente, hastiados por el calor y el cansancio, como zombis a punto de volver a morir. Es entonces cuando, con la diáfana claridad de un maestro zen, Gus Van Sant nos obliga a morir como espectadores convencionales, a limpiar nuestra mirada para transformarnos en un solo Gerry quemado por el sol, víctima y verdugo, silente voz de la conciencia de una obra maestra absoluta a la que sería injusto darle la espalda.