Image: Robert Mitchum, el actor de los ojos tristes

Image: Robert Mitchum, el actor de los ojos tristes

Cine

Robert Mitchum, el actor de los ojos tristes

por Lee Server

21 noviembre, 2002 01:00

Robert Mitchum

En el papel de inocentes trágicos (La hija de Ryan) o de duros sin remisión (La noche del cazador), los personajes de Robert Mitchum siempre fueron el reflejo de su controvertida personalidad, un outsider de la industria. A los cinco años de su muerte, Lee Server publica próximamente Baby. I Don’t Care (T&B Editores), excelente y detallada biografía de la última gran estrella de Hollywood, de la cual adelantamos un fragmento.

Le gustaba llamarse a sí mismo la puta más vieja del lugar. Lléveme a Hollywood, diría en una ocasión, y yo haré de lo que sea: enanos, lavanderas chinas... ¿El papel ideal? Amigo, debe estar bromeando. Quizás la Dama de las Camelias: echada en un sofá y tosiendo durante veinte bobinas seguidas. Rodar películas era una alternativa económica, no se sentía orgulloso de ello. No olvide nunca, comentaría, que una de las mayores estrellas del mundo fue Rin Tin Tin, y era una perra con cuatro patas. Había quienes disfrutaban atrayendo la atención, y Robert Mitchum lo sabía. Si no fueran estrellas de cine, estarían pudriéndose en la cárcel por exhibirse en el parque. él seleccionaba sus trabajos en función de los días libres. Hizo un total de ciento veinte películas, cuarenta de ellas enfundado en la misma gabardina. Quizás fueran ciento veinticinco, difícil llevar la cuenta. Pero había visto bien pocas. No le pagaban por verlas. Y, además, encontrar aparcamiento siempre era un coñazo.

(...) La mayoría de las estrellas de Hollywood eran, hasta cierto punto, exponentes de un método basado en la personalidad según el cual interpretar consistía en ser: los personajes estaban inspirados, de forma predominante, en la propia personalidad individual del actor y en su punto de vista (si es que tenían alguno). En el caso de Mitchum, su imagen y la que daba en el cine parecían ser particularmente compatibles. Las experiencias personales y una perspectiva filosófica eran las fuerzas vitales que se escondían tras esas caracterizaciones del desengaño, de la marginación, de la oposición a la autoridad y a las convenciones, detrás de la mirada turbia y obsesiva de quien ha visto las peores cosas y sabe que aún le quedan muchas por ver. La frontera entre la realidad y la ficción llegaría a ser en algunas ocasiones notablemente imprecisa: las noticias y las reseñas cinematográficas eran casi intercambiables cuando se referían a ese tipo duro, mujeriego y pendenciero, siempre metido en líos, dentro y fuera de la pantalla, relacionados con peleas, delitos, cárceles y mujeres guapas. El arte daba paso a la vida, o a alguna otra cosa, lo que fuera. La prensa le llamaba "el chico malo de Hollywood". Los titulares sensacionalistas trazaron su peculiar estilo de vida (...). En 1948, un escándalo relacionado con drogas y, posteriormente, su estancia en la cárcel, deberían haber acabado con su carrera cinematográfica, habría sido el fin para cualquier otro actor más consagrado; pero, en el caso de Mitchum, la conmoción y las repercusiones entre los espectadores -él solía llamarlos "la plebe"- fueron mitigadas a la larga por la propia expectación.

él se burlaba de ese personaje público, frívolo, infernal, juerguista, fuera de la ley, incluso cuando suministraba nuevas historias de anarquía y nuevos episodios iconoclastas a todo periodista novato que le llamara para hacerle una entrevista. De hecho, su imagen pública sólo revelaba la superficie de una realidad mucho más compleja, generalmente oculta, que no dejaba examinar las contradicciones, las imprevisibles reacciones y los secretos de Mitchum como persona: el Mitchum poeta, autodidacta, el filósofo lírico, de ideas izquierdistas, el excéntrico, el individualista deprimido, el marido acosado. Hombre de muchas caras, poca gente supo cómo encajaban todas esas piezas, ni siquiera quienes mejor le conocieron. "Mi familia no entiende nada. Los más allegados (es decir, cuatro personas) siguen preguntándome dónde estoy, quién soy...".

(...) Fue una estrella de cine durante más de medio siglo, permaneciendo en activo casi más que cualquier otro. Su carrera tuvo altibajos. Se dio por vencido en más de una ocasión, pero luegro regresaba, grande como siempre: El Dorado, La hija de Ryan (Ryan’s Daughter), El confidente (The Friends of Eddie Coyle), Adiós, muñeca (Farewell, My Lovely), Vientos de guerra (The Winds of War). Su presencia colosal y sus a menudo brillantes interpretaciones llegaban, como de costumbre, sin hacer ruido. Siempre afirmó que ser actor de cine era un trabajo como cualquier otro, como arreglar una cañería o reparar un coche, sólo que con algo más de maquillaje. El lugar privilegiado que ocupaba en el panorama cinematográfico le convertía en alguien con el talento de la época dorada abocado al crepúsculo. "Es el único Gary Cooper viviente", dijo el productor de la serie Vientos de guerra. La gente sabía lo que eso significaba. Ya no había otros como ellos. Mitchum fue único y el último de una estirpe. Su talla y su leyenda crecían incluso cuando sus trabajos eran indignos o trillados. "No es posible trabajar mejor -le gustaba decir-. Sólo es posible trabajar más". Cuando ya habría cumplido los setenta años continuó siendo, por ínfimo que fuera un proyecto, el mejor outsider del cine, el gran aventurero de ojos tristes, el pesimista amargamente divertido.