Los científicos James Clerk Maxwell (izquierda) y Ludwig Boltzman (derecha). Diseño: Rubén Vique

Los científicos James Clerk Maxwell (izquierda) y Ludwig Boltzman (derecha). Diseño: Rubén Vique

Entre dos aguas

El "estilo" en la ciencia

Es habitual en las artes encontrar la impronta que caracteriza la forma de trabajar de un autor. Algo que, tradicionalmente, no se suele asociar con el mundo científico.

Más información: Los escarabajos y la amenaza del invierno nuclear

Publicada

Una característica a la que se suele recurrir para diferenciar a la ciencia de las humanidades es que, en estas, sobre todo en la literatura, música y pintura, se puede y debe hablar de "estilos", que incluso son fáciles de reconocer en algunos de sus practicantes, especialmente en aquellos que rompieron moldes.

No es difícil, efectivamente, identificar el estilo, la manera de narrar e imaginar de Gabriel García Márquez. Y qué decir del, para muchos, inextricable estilo literario de James Joyce. Los cuadros de Vincent van Gogh, Pablo Picasso o Fernando Zóbel no suelen dejar dudas sobre quién los pintó.

Más complicado para el lego, pero no para el experto, es reconocer a Arnold Schönberg en sus composiciones de música atonal. Por su parte, Le Corbusier dejó una marca indeleble en los edificios que diseñó.

Pero ¿y en la ciencia? ¿Existe en ella, en algunos de sus grandes científicos, algo que podamos asociar a un estilo propio, que se revele en sus obras, especialmente en las teóricas?

O, por el contrario, ¿es la ciencia una empresa que avanza venciendo las oposiciones, aplicando un método basado en la observación y en una especie de "reflexión inductiva" de la que terminan surgiendo teorías que acompasan a esas observaciones de la naturaleza?

Es cierto que mantener la idea de "estilo en la ciencia" a veces resulta difícil. En libros tan apasionantes como exagerados —pienso especialmente en Contra el método—, el filósofo de origen austriaco Paul Feyerabend defendió que "todo vale".

Yo no creo que todo valga, pero sí que existen —la historia de la ciencia lo ha mostrado con claridad— múltiples maneras de estudiar y sintetizar en teorías los fenómenos que se dan en el universo. Y que estas diferentes maneras se corresponden en ocasiones con estilos bien definidos.

El vienés Ludwig Boltzmann (1844-1906), uno de los grandes personajes de la historia de la ciencia —fue uno de los fundadores de una rama muy fecunda de la física de finales del siglo XIX y comienzos del XX: la física estadística—, defendió la existencia de estilos científicos en un artículo que se publicó en 1888.

Su título ,"Sobre el equilibrio de la fuerza viva entre el movimiento progresivo y de rotación en moléculas de gas", muestra con claridad que se trataba de un trabajo técnico. Pero, aun así, en él Boltzmann escribía: "Un matemático reconocerá a Cauchy, Gauss, Jacobi, Helmholtz después de leer unas pocas páginas, al igual que los músicos reconocen, a partir de las primeras líneas del pentagrama, a Mozart, Beethoven o Schubert".

Si el estilo se relaciona con la belleza, hay que señalar que la ciencia no es ajena a sentimientos que denominamos “artísticos”

Y explica: "Una suprema elegancia externa pertenece a los franceses, aunque en ocasiones esté combinada con alguna debilidad en la construcción de las conclusiones; el mayor vigor dramático pertenece a los ingleses, y, sobre todo, a Maxwell. ¿Quién no conoce su teoría dinámica de los gases? En primer lugar, se despliegan las variaciones de las velocidades en un orden majestuoso; a continuación, entran por un lado las ecuaciones de estado, y por el otro las ecuaciones del movimiento central; surge con frecuencia cada vez mayor una riada caótica de fórmulas, hasta que, de repente, resuenan las cuatro palabras: 'Hagamos n=5', y el maligno demonio V [la velocidad relativa de dos moléculas] desaparece, igual que una salvaje y poderosísima nota puede ser reducida repentinamente al silencio en el violón. Como si una aparentemente desesperada confusión fuese llamada al orden con una varita mágica. No hay tiempo para explicar por qué se hace una u otra sustitución; dejemos que aquel que no lo sienta en sus huesos abandone el libro. Maxwell no es un compositor de programas de música que tenga que introducir su obra con una explicación escrita. Obedientemente, sus fórmulas proporcionan resultado tras resultado, hasta que alcanzamos el efecto final de sorpresa. El problema del equilibrio térmico de un gas pesado ha sido resuelto y el telón cae".

Pero prescindamos de ese "ruido de fondo", del adorno del admirador de la obra de James Clerk Maxwell, como era Boltzmann, y quedémonos con lo esencial, con la afirmación de que, efectivamente, también en la ciencia se pueden distinguir estilos personales.

Boltzmann citaba a algunos matemáticos, a los que se puede añadir fácilmente a David Hilbert y al grupo Bourbaki, ambos posteriores, ambos buscando siempre asentar todo sistema matemático en unos sólidos principios básicos (axiomática), pero también en la física se pueden encontrar ejemplos.

El trasfondo, la manera en que llegó Albert Einstein a sus dos aportaciones más importantes, las teorías especial y general de la relatividad, lo muestra. Ambas dependieron fuertemente de la muy singular, digamos, "sensibilidad" o "intuición" con respecto al comportamiento de la naturaleza que Einstein poseía, que queda plasmada en dos "experimentos mentales", esos que solo tienen lugar en la mente.

La relatividad especial surgió de la idea —contada en sus Notas autobiográficas (Alianza Editorial)— de qué pasaría si se montara en una onda electromagnética, ¿la vería en reposo, estática? No era eso lo que su intuición le decía, y de ahí al principio de constancia de la velocidad de la luz, independientemente del movimiento del cuerpo que la emite, apenas hay un paso, sutil y difícil, por supuesto.

En cuanto a la relatividad general, fue la dificultad que tendría un observador en un ascensor cerrado para saber si le afectaba la gravitación de un cuerpo celeste, o para deducir si el ascensor estaba moviéndose con la misma aceleración que produciría la gravedad de ese cuerpo.

Y podría referirme también a los estilos propios de Niels Bohr, Paul Dirac, Werner Heisenberg o Richard Feynman, entre otros, tal y como revelan sus contribuciones más importantes.

Así que, si se quiere distinguir entre ciencias y humanidades, mejor buscar en otras características diferentes al "estilo".

Y si el estilo se relaciona —no es necesario— con la belleza, hay que señalar también que la ciencia no es ajena a sentimientos que habitualmente denominamos "artísticos"; porque aquellos que son capaces de leer los textos científicos y las expresiones matemáticas que estos incluyen, pueden encontrar en ellos una belleza, una armonía, un estilo que otros únicamente reconocen en disciplinas como la música, la literatura o la pintura.

Boltzmann, ciertamente, fue alguien que podía apreciar los estilos y la belleza que algunos albergan. Tal vez porque él era un hombre especialmente sensible, tanto que se terminó suicidando.