James B. Irwin, miembro de la tripulación del Apolo 15, operando con el róver lunar de la misión. Foto: NASA

James B. Irwin, miembro de la tripulación del Apolo 15, operando con el róver lunar de la misión. Foto: NASA

Ciencia

Ingredientes para un satélite: un libro desgrana la geología de la Luna y las incógnitas que aún esconde

El geólogo Eulogio Pardo desvela detalles poco conocidos que pueden ser esenciales para nuevos avances en el ámbito aerospacial o, incluso, una colonización futura.

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Cuando el 20 de julio de 1969 Neil Armstrong se apeó del módulo de aterrizaje Eagle y pisó la Luna por primera vez para la humanidad, una onda de alivio debió de recorrer todo su cuerpo. En parte, claro, la serenidad se debería al orgullo por estar viviendo en sus carnes un hito para el hombre. Pero algo mucho más banal pasó por su mente: gracias al cielo, el suelo bajo sus pies no se hundía más de la cuenta.

Hasta esta primera toma de contacto del ser humano con la superficie lunar, se desconocía su naturaleza. De ser el suelo demasiado blando, el módulo lunar Eagle se hundiría demasiado durante el alunizaje y le sería imposible volver a despegar de vuelta a casa. Ahí se quedarían, viendo el contador de oxígeno bajar.

Para prevenir esta situación, los ingenieros del vehículo lo diseñaron para poder hundirse hasta 60 centímetros. No hizo falta tanto. Apenas 3 centímetros de un polvo grisáceo cubrieron las patas del módulo.

El compañero de Armstrong, Buzz Aldrin, conductor del módulo de aterrizaje, fotografió la pisada de su propia bota por motivos científicos. Es la imagen de la huella que todos reconocemos y que muchos confunden con la de Neil Armstrong. De ella se podría extraer información valiosísima para los expertos en mecánica de suelos.

La alfombra de detritos y polvo lunar que recubre el único satélite natural de la Tierra recibe el nombre de regolito. Consiste en una mezcla de cinco tipos de partículas, a saber: rocas cristalinas, fragmentos de minerales, brechas, vidrios y aglutinados. Todo ello pulverizado como en un molinillo de café por la gracia de los meteoritos que asaetan la superficie de la Luna.

De la composición de este suelo, las piedras que lo adornan y su disposición orográfica, se pudieron extraer —y se siguen extrayendo— conclusiones fundamentales para las próximas misiones y proyectos que tienen a este astro como protagonista.

En su libro Geología de la luna. El octavo continente, el doctor en Ciencias Geológicas Eulogio Pardo repasa toda la información que se ha obtenido de todas estas investigaciones y la importancia que estas pueden tener en el futuro.

Tubos volcánicos, hogar de los selenitas

Al contrario de lo que sucede con nuestro planeta, la Luna no cuenta con grandes volcanes como el Mauna Loa en Hawái. Su actividad volcánica es nula y apenas cuenta con domos y conos inactivos y antiguas coladas de lava. Estas últimas pudieron formar a su paso o bien canales —en los que el fluido recorre la superficie—, o bien tubos, formados por flujos subterráneos.

El caso de los tubos volcánicos, una vez la lava es drenada y quedan huecos, es especialmente interesante en vistas a una futura colonización humana. Según cuenta Pardo en Geología de la luna, al situarse en el subsuelo, esta especie de enormes pasillos serían los más viables para las posibles bases humanas. Ello se debe, nos cuenta el geólogo, a que estos habitáculos son un tipo de cuevas que protegerían a los colonos de los impactos de micrometeoritos, de la radiación solar y de las temperaturas extremas.

Uno de los astronautas de la misión Apolo 12. Foto: NASA

Uno de los astronautas de la misión Apolo 12. Foto: NASA

De la misma forma, continúa Pardo en su libro, el tubo volcánico proporcionaría un fácil acceso a los recursos naturales de la Luna. Existen, sin ir más lejos, rocas con un contenido anormalmente alto de un conjunto de elementos que se ha denominado con las siglas KREEP: potasio (K), tierras raras (rare earth element) y fósforo (P). Las segundas, un grupo de 17 elementos químicos, han ganado relevancia los últimos años por ser un componente necesario para el diseño de chips electrónicos, lo que los ha convertido en motivo de tensión geopolítica.

Pero hubo un tiempo en el que la Luna sí que contaba con una intensísima actividad volcánica. Se cree que nuestro satélite, en sus orígenes, consistía en una bola incandescente surgida probablemente del impacto de un tercer astro con la Tierra. Fue entonces cuando algunos de los cráteres formados por el impacto de otros meteoritos fueron cubiertos por lava basáltica, formando los mares lunares o maria, extensas manchas grisáceas que se aprecian en las imágenes de su superficie.

También de la época de mayor actividad volcánica data la atmósfera lunar que, nos cuenta Pardo, era capaz de producir vientos y erosionar las rocas. Además, se cree que ese conjunto de gases primitivos pudo ser la fuente de parte o de toda el agua detectada en la Luna.

A todas estas conclusiones se ha llegado estudiando las rocas recolectadas por las misiones Apolo, en las que se ha analizado las inclusiones gaseosas en sus minerales, lo que permite conocer los gases que se emitieron con los flujos de lavas basálticas en el momento de la formación de los maria lunares. Ahora, sin embargo, tan solo existe una leve exosfera con una escasísima concentración de elementos gaseosos.

El geólogo Harrison H. Schmitt durante la misión Apolo 17 recolectando muestras de material lunar el 11 de diciembre de 1972. Foto: NASA

El geólogo Harrison H. Schmitt durante la misión Apolo 17 recolectando muestras de material lunar el 11 de diciembre de 1972. Foto: NASA

La principal razón de la leve actividad volcánica en nuestro satélite es la ausencia de tectónica de placas. Si bien la corteza de la Tierra está dividida en distintas porciones que chocan y friccionan entre sí, siendo la causa de accidentes geológicos como los volcanes, las montañas o los terremotos, todo esto no se da en la Luna, dado que su capa externa no está fragmentada.

Y, pese a todo, sí que existen los lunamotos, como también se forman montañas lunares, solo que de distinto origen al que estamos acostumbrados en nuestro planeta. En el caso de los sismos, estos tienen varias causas posibles. Entre ellas, las más importantes son la atracción mareal y gravitacional que genera la Tierra, el enfriamiento de la litosfera lunar y el impacto de meteoritos. Existe un quinto tipo, pero su origen está todavía rodeado de misterio.

Son los meteoritos también los causantes de la formación de las montañas, que alcanzan miles de metros. El bombardeo de la superficie del satélite con aerolitos de enorme tamaño provoca unos cráteres profundos cuyos bordes forman relieves positivos con picos de gran altura. Altas cumbres lunares desde las que los futuros colonos admirarán lo que para nosotros es todavía un sueño.