
Eduardo Hochschild. Foto: Archivo
Eduardo Hochschild, un magnate de la minería que se lava la cara en el Amazonas
Los negocios del coleccionista peruano, que ha celebrado ya tres exposiciones en importantes espacios madrileños, llevan a cuestionarse los motivos de su amor al arte.
Más información: Los acuerdos secretos. El Museo Picasso Málaga al servicio de intereses privados
Hasta este domingo, 6 de abril, pueden visitar en el Museo Lázaro Galdiano la exposición Amazonía Contemporánea, con ochenta obras de artistas peruanos de ese ámbito, al que la feria ARCO dedicó un programa especial en su última edición, Wametisé: ideas para un amazofuturismo. Forman parte de la colección de Eduardo Hochschild, que no es la primera vez que se deja ver en Madrid, siempre en el marco de ARCO.
En 2017, la feria concedió uno de sus premios A al coleccionismo a este magnate peruano de la minería, a quien Forbes acaba de declarar como el hombre más rico del país, al ser el único de su nacionalidad incluido en la lista "The World's Billionaires 2025". No ha ayudado en nada a nuestras galerías o nuestros artistas pero, en fin, supongo que la estrategia de ARCO consiste en dorarles la píldora a los millonarios latinoamericanos para atraer a Madrid a ese segmento del mercado, fundamental para defender su posición de "feria internacional".
Para acompañar aquel galardón, la Comunidad de Madrid —uno de los miembros del consorcio IFEMA, la institución ferial de Madrid— le ofreció la Sala Alcalá 31 para que montase una exposición, Próxima parada. Artistas peruanos en la colección Hochschild, comisariada por Octavio Zaya. Según publicó El Mundo, la coordinadora de la misma —y "vínculo" del premiado con España— fue María Porto, exdirectora de la Galería Marlborough y esposa del político Francisco Álvarez Cascos (Partido Popular, Foro Asturias); la Comunidad contribuía con "su espacio y su apoyo" mientras que el propio coleccionista financiaba el proyecto.
En ese momento debió de forjarse la alianza empresarial entre el coleccionista y esa pareja (a través de la sociedad Aqualium, aquella con la que se forraron vendiendo obras de arte a entidades públicas), que llevaría a la creación de Voxel School, centro universitario de artes digitales. El dinero lo puso enteramente Eduardo Hochschild a través de una sociedad en las Islas Caimán, World Wide University —según revelo El Español—, quien involucró en el proyecto a la UTEC (Universidad de Ingeniería y Tecnología, fundada por su familia en Lima). En 2020, cuando se divorció de Álvarez Cascos, Porto quedó al margen pero Aqualium ya había recibido cerca de 400.000 euros. Ana Sofía Hochschild, hija del coleccionista, supervisa ahora esta iniciativa que ha sido apadrinada por el PP madrileño (vean aquí fotos de Isabel Ayuso con Eduardo Hochschild).
En 2019, cuando Perú fue el país invitado de ARCO, se organizó una segunda exposición, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando: En orden de aparición: arte peruano y latinoamericano de la colección Hochschild. Los comisarios fueron Luis Pérez-Oramas, asesor de la colección, y Estrella de Diego, académica, quienes intercalaron las obras con las de la colección permanente del museo. No me consta que fuese el coleccionista quien corriese con los gastos pero no me extrañaría.

Smith Churay: 'El bufeo colorado entre los bora', 2021. Foto: Cortesía de la Colección Hochschild Correa
Respecto a la exposición actual, propuesta al museo por Luis Pérez-Oramas, sí he podido saber que Hochschild ha pagado todas las facturas, incluyendo los viajes y estancias de los artistas expositores que han querido desplazarse a Madrid. En todas las ocasiones ha convertido las inauguraciones en sonados eventos sociales (vean la crónica de la primera), con cenas opíparas, chefs invitados, famoseo nacional y, en esta última, hasta una presentación de moda con aires ancestrales.
Es sorprendente que un coleccionista extranjero haya colocado, en menos de una década, tres exposiciones en importantes espacios madrileños, sobre todo teniendo en cuenta que sus obras no han viajado a ningún otro país. Más aún: no tengo constancia de ninguna exposición de la colección en Perú, aunque, desde luego, sea bien conocida allí.
Hemos visitado las muestras, hemos leído las entrevistas en las que se alaba su apuesta por el arte peruano y en concreto por la plástica amazónica, así como su labor filantrópica en el ámbito educativo... Pero ¿qué sabemos sobre los negocios de Eduardo Hochschild? ¿Tienen alguna relación con esta proyección pública de su colección?
Se podría decir que Hochschild es un "recién llegado" al terreno artístico. Aunque había comprado algunas piezas anteriormente, empezó a coleccionar en 2009, como "algo familiar, un hobby y diversión", según dijo en una entrevista: le gusta confraternizar con los artistas a los que compra obras —muchas, a menudo series o exposiciones enteras— y comparte con su hija Alexia, que vive en Madrid, esta afición.

Vista de la exposición 'Próxima parada', en la Sala Alcalá 31, en 2017. Foto: Comunidad de Madrid
Cuando hizo aquí la primera presentación de su colección, solo ocho años después de ponerla en marcha, se dijo que constaba de 1.500 piezas. Hoy posee unas 3.000, de las que un millar son fotografías de su gran amigo el fotógrafo de moda Mario Testino. En este tiempo, además, ha adoptado la táctica de otros coleccionistas latinoamericanos para adquirir presencia en las instituciones, uniéndose a los patronatos del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) y del Museo de arte de Lima (MALI) —ambos privados— en Perú. También forma parte del MoMA's Latin American and Caribbean Fund, y subrayó ese vínculo comprándose por 8’5 millones de dólares un pisazo en la torre de Nouvel en cuya base se ha instalado la ampliación de este museo.
Me extraña que no esté en el patronato de la Fundación Museo Reina Sofía, en el que participan algunos de los coleccionistas latinos que tienen, como él, casa aquí o que nos frecuentan. Aunque sí figura en el patronato de la Fundación Princesa de Asturias.

Al MoMA estuvo vinculado durante años, como conservador de arte latinoamericano y caribeño, uno de sus asesores artísticos, Luis Pérez-Oramas. Anteriormente se había dejado guiar por el crítico de arte peruano Jorge Villacorta, quien además fue el comisario de la exposición que Hochschild hizo el año pasado en calidad de artista —composiciones geométricas con hilos de colores atados a clavos, como los que muchos hicimos en el colegio— a invitación de Livia Benavides.
Esta, al igual que otros galeristas en Lima, le debe a Hochschild seguramente un apreciable porcentaje de sus ventas. Lo obtenido en las que cerró en esa muestra se destinó a la ONG Misión Huascarán, que lidera la esposa del coleccionista y que tiene como beneficiarias a familias andinas sin recursos en un área, Áncash, en la que Hochschild Mining opera su principal mina, Inmaculada. Un lavado de cara que se integra en las acciones de "responsabilidad social corporativa" del grupo empresarial.
Hochschild estuvo comprando hasta 2017 solamente arte peruano, que sigue siendo el fuerte de su colección a pesar de que se abrió desde entonces a otros países latinoamericanos, imagino que con preferencia hacia aquellos en los que desarrolla negocios. Fue una elección inteligente. En estos años los artistas peruanos —hay muchos muy buenos— han ganado visibilidad internacional y nos han obligado a tener muy en cuenta aquella escena creativa, a la que él y otros coleccionistas, en un país en el que la estructura cultural pública es pobre, han brindado un apoyo que no se debe minusvalorar. Además, cuando aún pocos les prestaban atención, pudo hacerse a precios moderados con piezas significativas de décadas anteriores.
Una vez presentado Eduardo Hochschild como coleccionista, sepamos cómo ha llegado a poder financiar esta afición que le permite ofrecer al mundo su cara más amable.

Mauricio Hochschild
La saga de los Hochschild es novelesca. Todo empezó con Mauricio (Moritz), al que Robert Borckmann y Raúl Peñaranda caracterizaron en el libro Escape a los Andes. La historia de Mauricio Hochschild, 'el Schindler de Bolivia', como "un villano sin matices ni conciencia". Tras haberse iniciado en la industria metalúrgica en Alemania, donde había nacido en el seno de una familia judía asquenazi, y pasar por varios países, se instaló en Bolivia tras la I Guerra Mundial. Allí se convirtió en unos de los "barones del estaño" gracias a nuevos procesos de extracción, al acaparamiento de recursos y a la explotación brutal de la mano de obra, prácticamente esclavista.
A principios de los años treinta, Mauricio Hochschild era ya uno de los hombres más ricos en Sudamérica. Con el dictador Germán Busch tuvo serias agarradas pero las cosas se le pusieron aún más feas cuando los siguientes presidentes quisieron poner freno a la "rosca minera", poder económico que tenía sojuzgado al Estado. Después de ser encarcelado y secuestrado, optó por el exilio, que transcurrió en Estados Unidos y Francia.
Es un personaje muy correoso al que el hallazgo en 1999 de unos documentos superpuso una faceta hasta entonces desconocida: consiguió llevar desde Europa a Bolivia a un gran número de judíos (entre 9.000 y 15.000). Pero estableció algunas excepciones: "los inmigrantes de color y las personas que pudieran significar una carga para el Estado o un peligro para la conservación y mejoramiento étnico". Montó organizaciones para trasladarlos y acogerlos (a los blancos), y ofreció trabajo y servicios sociales a muchos.
En 1951 puso la mayor parte de su fortuna —aún muy grande a pesar de lo expropiado en Bolivia durante la Revolución— a nombre de un fideicomiso con sede en Nassau, Bahamas (entonces un paraíso fiscal). Al hacerlo, desheredó en buena medida a su único hijo, Gerardo, que, además de inestable e irresponsable, ¡era artista! e hizo dos exposiciones de fotografía. Al fallecer Mauricio en 1965 dejó como herederos a los ejecutivos de sus empresas y a un pariente que trabajaba para él: su sobrino Luis, el padre de Eduardo Hochschild, quien se haría en 1984 con las operaciones mineras sudamericanas del grupo dando origen a la actual Hochschild Mining.

Laboratorio de Mauricio Hochschild en Potosí, Bolivia, en 1932
Continúa así la saga, con tintes dramáticos: en 1998 Luis Hochschild fue asesinado por una organización criminal, "Los injertos del Fundo Oquendo" (¡!), y Eduardo fue secuestrado durante seis días. Lo liberaron tras el pago de dos millones de dólares y, a los 35 años, tuvo que hacerse cargo del grupo Hochschild.
Se puede afirmar que su gestión empresarial ha sido todo un éxito (vean el tono heroico del vídeo de presentación de su compañía minera). En la actualidad, Hochschild Mining opera varias minas de oro y/o plata: dos en el suroeste de Perú (Inmaculada y Pallancata), una en la provincia argentina de Santa Cruz (San José) y una en Brasil (Mara Rosa). Y se ha lanzado al negocio de las tierras raras. Es uno de los principales productores de metales preciosos en América, tiene unos 4.000 empleados y cotiza en la Bolsa de Londres, al igual que la mayoría de las grandes empresas extractivistas del mundo. En 2024, Hochschild Mining tuvo unos ingresos de casi 1.000 millones de dólares. El coleccionista posee el 38% de sus acciones a través de una sociedad offshore, Pelham Investment Corporation, registrada en las Islas Caimán, paraíso fiscal.
Además, es propietario del 50% de Cementos Pacasmayo, a través de Inversiones Pacasmayo SA (IPSA), cuyas acciones pertenecen a otras dos sociedades offshore de Eduardo Hochschild, también en las Islas Caimán. Es una estructura societaria enrevesada (y los trasvases de capitales entre ellas me parecen, ya, chino). No se trata al parecer de evasión sino de "elusión" fiscal, es decir, de aprovechar todos los recursos legales para pagar menos impuestos. Pero muy patriótico no es, en alguien que ondea, en lo cultural, la bandera peruana, y que presume de su labor social.
Corazón de Tinieblas
Más allá de su regateo al fisco peruano, los negocios de Eduardo Hochschild tienen un lado verdaderamente oscuro que ayuda a explicar, según interpreto, su apuesta por el arte amazónico. El Grupo Hochschild ha hecho bandera de la modernización de sus procesos para que sus actividades obtengan buena nota en sostenibilidad. No es tanto una cuestión de sensibilidad hacia las cuestiones medioambientales como una respuesta a las regulaciones estatales y, sobre todo, una necesidad de enlucir ante los inversores y ante la opinión pública el impacto negativo que las industrias minera y cementera tienen sobre territorios que, tengámoslo muy en cuenta, son habitados casi siempre por comunidades indígenas, en la sierra y en la selva.
La minería va acompañada de contaminación del agua —relaves mineros, vertido de aguas ácidas—, degradación y contaminación del suelo, deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación acústica y del aire por partículas y gases, o emisiones por combustión de la maquinaria pesada y los camiones. La regulación no extingue estos problemas sino que impone medidas de mitigación. Las empresas intentan almacenar los relaves de manera más segura y contener el consumo de agua o de energía Pero los accidentes siguen ocurriendo y el paisaje queda decididamente alterado.
De otro lado, y en relación con la imagen que la exposición en el Lázaro Galdiano quiere proyectar, la minería es en Perú un desencadenante de conflictos sociales. En su informe para el año 2023, la Defensoría del Pueblo señaló que "La minería se mantuvo como la actividad extractiva relacionada a la mayor cantidad de conflictos, pues en el 2023 representó el 68.9 % del total de conflictos socioambientales en el país".
Peor aún, produce un elevado número de accidentes mortales. "Entre enero de 2018 e inicios de mayo de 2023 se reportaron 138 accidentes en 67 minas formales del Perú, en los que murieron 220 trabajadores por diferentes causas". Entre los contratistas mineros con más muertes registradas figuraba al término de dicho período, en segundo lugar, la Compañía Minera Ares, una de las filiales más importantes de Hochschild Mining, con 20 fallecidos.
Así en la enorme Mina San José, en Argentina, que utiliza grandes cantidades de cianuro, las protestas de los trabajadores por los peligros a los que son sometidos han sido prolongadas. Se han producido allí intoxicaciones y muertes.
Entonces, ¿es tan ejemplar la postura del Grupo Hochschild respecto al medio natural y a las comunidades locales? Con alguna dificultad —hay que recurrir muchas veces a medios de comunicación locales o de organizaciones laborales y a informes de observatorios críticos—he podido recoger información sobre distintos casos que lo cuestionan. Es un relato largo que quizá no necesiten ustedes conocer al detalle, así haré mencionaré aquí solo algunos casos, y resumidamente.
En Cuzco, antes de que Eduardo Hochschild asumiera la presidencia, Hochschild Group obligó a toda la población de Machullaqta a trasladarse a otra población por los derrumbes provocados por la explotación subterránea de sus minas de plata, que abandonó sin ocuparse de los futuros y graves problemas de contaminación del entorno. Más recientemente, forzó a buena parte de los habitantes de Huancate a dejar sus tierras. Ese conflicto sigue vivo: en 2022 entraron en la mina y tiraron piedras a los camiones, y sus representantes fueron hasta Lima para intentar hablar personalmente con Eduardo Hochschild con el fin de hacerle conocer el hostigamiento que sufrían. Ignoro si los recibió. En 2024, el asunto concluía su largo periplo por los tribunales, que dieron la razón a la empresa.
Algunos pueblos han luchado a brazo partido contra el Grupo Hochschild. Uno de ellos obtuvo una victoria impensable: la comunidad Me'phaa de San Miguel del Progreso en el Estado de Guerrero (México) interpuso una demanda en 2013 por no haberse respetado su derecho como pueblo indígena a ser consultado —según el Convenio 167 de la Organización Internacional del Trabajo— cuando el Estado mexicano otorgó allí concesiones mineras que sumaban 2.800 hectáreas a Hochschild Mining, que las bautizó como Corazón de Tinieblas. Obtuvo sentencia favorable que admitía el riesgo que el proyecto suponía para su supervivencia y, tras recursos que llegaron a la Corte Suprema, Eduardo Hochschild desistió del mismo, cancelando la concesión. Lean La comunidad Júba Wajíin contra el Goliat minero (UNAM, 2022).
Peor les fue, en Ayacucho, a los pobladores en las vecindades de la más importante mina explotada por el Grupo Hochschild, Inmaculada, con 20.000 hectáreas de extensión y 40 concesiones mineras. Produce unas 200.000 onzas de oro al año (que tendrían ahora mismo un valor de mercado de 560 millones de euros); su actividad representa casi una quinta parte del PBI de la región y más de la mitad, de largo, de los ingresos de Hochschild Mining. Y, de acuerdo con esos vecinos, contamina agua y tierras. En 2021, la presidenta del consejo de ministros de Perú, Mirtha Vásquez, se comprometió con ellos a no renovar los permisos mineros. Al conocerse esta promesa, las acciones de Hochschil cayeron en picado. La compañía se revolvió contra la presidenta, acusándola de atribuirse poderes que no tenía por ley. A los pocos días, Vásquez tuvo que dar marcha atrás.
A finales de 2023 la mina volvió a ser noticia, por la renovación de su licencia ambiental, que le permitiría a Hochschild seguir operando Inmaculada hasta 2041. Se hizo público que la gerente del Servicio Nacional de Certificación Ambiental (Senace) había presionado a los técnicos para que aprobaran dicha renovación a pesar de las irregularidades detectadas. Las viceministras de Gestión Ambiental y de Desarrollo Estratégico de los Recursos Naturales tuvieron que dimitir ante tal (presunta, pues nunca se llegó al fondo del asunto) corrupción, y la primera de ellas informó al presidente del Congreso de que el Consejo de Ministros le había pedido su renuncia porque su labor resultaba "incómoda para el sector". Aquí un completo artículo sobre este conflicto.
Ya ven hasta qué punto son en Perú poderosos la industria minera en general y el Grupo Hochschild en particular. En noviembre del año pasado, Jorge Luis Montero Cornejo fue nombrado Ministro de Energía y Minas. Durante casi seis años, entre 2003 y 2008 había trabajado para la Compañía Minera Ares y, en los últimos tres años fue además gerente de la Asociación Sumac Turpay, ONG corporativa del Grupo Hochschild que se ocupa de la "inversión social" con el fin de evitar conflictos que comprometan la continuidad en la producción de las minas.
Ha habido otros conflictos sociales que han afectado al Grupo Hochschild, en diferentes zonas, recogidos en los reportes de la Defensoría del Pueblo. Y más denuncias de contaminación. Les remito, por ejemplo, a la que los comuneros de Cayarani, en Arequipa, presentaron, sin éxito, ante el OEFA por contaminación con cianuro de sus tierras y de la laguna Machuccocha (más información aquí). La mina responsable habría sido Arcata, que Hochschild ha vendido hace poco.
Corazón de cemento
El Grupo Hochschild tiene una segunda gran área de negocio: la fabricación de cemento, responsable del 8% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono. Genera, fundamentalmente en los procesos de calcinación y transporte, contaminación del aire por emisión de partículas y gases que afectan a las vías respiratorias, hasta el punto de poder desarrollar EPOC y silicosis, así como otros problemas de salud, por una exposición continuada.

Fábrica de cementos de Pacasmayo, La Libertad, Perú. Foto: JYB Devot / CC
Un estudio universitario de Ingeniería medioambiental analizaba esos efectos, centrándose en el caso de Cementos Pacasmayo, cuya planta está muy cerca de una población con cerca de 30.000 habitantes.
En un informe de la propia compañía (2023) para la Bolsa de Nueva York, en el apartado de costes que pueden afectar a los resultados empresariales, admitían muchos de los problemas que, en la promoción corporativa omiten o incluso niegan: manejo de materiales peligrosos, posible incumplimiento de la normativa ambiental, contaminación de agua y suelo por residuos, efectos en la salud… Además, "Los disturbios sociales por parte de las comunidades locales podrían tener un efecto adverso en nuestro negocio y resultados operativos".
La planta de Pacasmayo se alimenta de la cantera de caliza situada a 200 metros de Tembladera, en Cajamarca, donde hay protestas desde al menos 2011 por el ruido de las explosiones y los camiones y por el polvo, que afecta a la salud y a la agricultura. Las movilizaciones no parecen haber servido de mucho: en 2019 seguían los conflictos. Mientras la empresa se enriquecía con sus recursos naturales —y, al parecer, algunos políticos locales también—, muchos vecinos carecían de los más elementales servicios, como el agua potable y el alcantarillado. Y rogaban: "Señores Cemento Pacasmayo no muestren un corazón de cemento. (…) Jamás ha aportado, voluntariamente, un proyecto o una obra importante para mejorar la calidad de vida de los pobladores. Todo lo que ha soltado —que son nimiedades— es resultado de luchas corajudas del pueblo tembladerino".
El protector de la Amazonía
Visto lo visto, entenderán que el "mecenazgo" de Eduardo Hochschild en el ámbito amazónico pueda contemplarse como un maquillaje, mediante "el amor al arte" de la explotación de los recursos naturales y la manipulación de las comunidades indígenas.
Deberíamos preguntarnos si, consciente o inconscientemente, el actual interés de la intelligentsia por las culturas indígenas, sus formas de pensamiento y de expresión, que se manifiesta por ejemplo en la exposición que puede verse ahora en el CCCB de Barcelona, Amazonias. El futuro ancestral o en esta que comentamos, no forman parte de un enjuague de conciencia general con el que pretendemos exonerarnos de nuestras grandes o pequeñas culpas. El tinglado artístico se apoya cada vez más en filántropos, bien situados en patronatos de museos y fundaciones, que a la vez son empresarios cuyas prácticas quizá no resulten siempre ejemplares.
Cuando, en 2017, el coleccionista inauguró su exposición en Alcalá 31, agasajó a sus invitados con una cena en la que el chef Virgilio Martínez sirvió doscientos kilos de paiche, el pez de agua dulce más grande del mundo, traído para la ocasión desde la Amazonía peruana. El empresario hacía así "patria", celebrando la gastronomía nacional, y se presentaba como salvaguarda de la biodiversidad… pero también hacía publicidad a su negocio piscícola.

Dimas Paredes: 'El lago prohibido', 2020. Foto: Cortesía del artista y de la Colección Hochschild Correa
En el ramificado árbol de empresas del Grupo Hochschild encontramos una muy peculiar, que no tiene nada que ver con las minas de oro o el cemento. Es Acuícola Los Paiches SAC, nacida como proyecto de responsabilidad social y convertida en iniciativa comercial, con exportación a diversos países.
Cementos Pacasmayo —a través de su filial Cementos Selva— tenía una cantera de extracción de arcillas en Rioja, en una zona selvática que forma parte del departamento de San Martín, en el norte de Perú y cerca del Bosque de Protección Alto Mayo. Tras años de actividad había dejado el terreno lleno de socavones, que el agua de lluvia llenaba formando pozas. Para maquillar la erosión, en respuesta a la normativa sobre mitigación ambiental, quisieron convertirlos en estanques para la cría de algunas especies de peces, como la tilapia. Alguien introdujo unos paiches y se vio que se desarrollaban bien. Así que en 2006 compraron unos terrenos no lejos de allí, en Yurimaguas, provincia de Alto Amazonas, para montar una piscifactoría. En 2010 ya exportaba 60 toneladas y es desde 2012 el mayor exportador peruano de este producto.
La iniciativa ha tenido un efecto positivo, pues la especie, que estaba amenazada, ha recuperado población. Y de paso ha contribuido a suavizar el perfil de la empresa, cuyas actividades más agresivas con el medioambiente, que se desarrollan en la cercana Cantera Tioyacu, son observadas con aprensión por una parte de los habitantes de la zona. El mismo propósito tiene la financiación en la modalidad “Obras por impuestos” —pago de impuestos en forma de obras públicas— de unas infraestructuras turísticas en el nacimiento del río Tioyacu, enclave natural cuya posible afectación por la cantera generó debate en tiempos recientes.
La "misión amazónica" de Eduardo Hochschild ha adquirido recientemente forma de ONG con Amanatari, que ha venido a sumarse a los proyectos educativos que sostiene: UTEC (Universidad de Ingeniería y Tecnología) y TECSUP, en los que ha volcado hasta hoy sus mayores esfuerzos en responsabilidad social corporativa. Su “madrina” es Alexia, una de las hijas del millonario, que es también quien le ayuda a gestionar su colección artística.
Puertas giratorias trasatlánticas
La guinda final en este pastel es el vínculo de Eduardo Hochschild con una familia que ha tenido mucho protagonismo en la política española. Ana Botella, esposa del expresidente José María Aznar y exalcaldesa de Madrid, es desde al menos 2019 consejera de la Cementos Pacasmayo, donde ha ejercido como "directora independiente" y de cuyo comité de auditoría forma parte. Su marido, por cierto, es asesor de otra gran empresa en la minería del oro, Barrick Gold.
No sabría cómo explicar este fichaje de Botella si no es por una cuestión de networking político. Ella, como Aznar, ya no tiene ningún cargo público pero conserva una agenda deseable a través de la red de entidades de ideología conservadora en la que se integra el Instituto Atlántico de Gobierno. En el consejo consultivo de este participan varios expresidentes de países latinoamericanos con capacidad de mover ciertos hilos, además del peruano Mario Vargas Llosa, amigo de Eduardo Hochschild. Botella es directora de los cursos ejecutivos de este centro de formación de "líderes" especialmente orientado a América Latina y a la "integración entre autoridades públicas y empresarios". En colaboración con la Universidad Francisco de Vitoria —de los Legionarios de Cristo—, organizan el Máster Oficial en Acción Política, en el que Aznar es maestro de ceremonias.
Y si tienen dudas —imagino que no: las "puertas giratorias" existen por algo— sobre el alcance de la influencia de los exdirigentes en los negocios más suculentos, lean sobre las intervenciones de Aznar, al servicio de Barrick Gold, en Argentina y República Dominicana.
Con todo esto en mente, consideren si Eduardo Hochschild habrá venido con su colección y con sus artistas amazónicos a Madrid sin otra razón que el amor al arte.