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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

“El peón”, el ajedrez y la(s) vida(s)

A partir de la partida de Estocolmo entre Pomar y Fischer, Paco Cerdá construye un formidable vitral sobre el mundo en 1962, sobre los peones que jugaron su arriesgada partida por cambiar el estado de las cosas

27 marzo, 2020 18:27

En febrero de 1962, en el Torneo Internazonal de Ajedrez de Estocolmo, se enfrentaron e hicieron tablas Arturo Pomar, el niño prodigio español y gran, maestro del tablero mundial, y Bobby Fischer, el también precoz jugador norteamericano, que acabó con la hegemonía rusa en la disciplina y fue figura máxima y campeón del mundo durante varios años. El español, en declive, ya tenía entonces 31 años; el yanqui, en ascenso, 18. Con distinta entidad, dos leyendas, manejadas por la propaganda franquista y las estrategias publicitarias de la guerra fría, respectivamente. Confío en que el lector de estas líneas tenga suficientes referencias sobre ambos como para situarse, no voy a dar más datos sobre ellos y sobre su también desigual destino dramático al pasar de la gloria y sus lisonjas al patetismo del hundimiento en la mostrenca cotidianidad o en la extravagancia y el desvarío. En El peón (Pepitas), de Paco Cerdà (Genovés, Valencia, 1985), los datos, fruto de una investigación apabullante, no sólo son abundantísimos, sino que están magníficamente integrados en el relato: no son datos sólo destinados a apoyar documentalmente una historia real -muchas historias reales-, sino que forman parte de la propia y brillantísima textura literaria del libro.

Un libro excelente, quizás uno de los mejores, más compacto y de mayor personalidad propia, entre los escritos en España en los últimos tiempos. El juego del ajedrez, como metáfora de la vida. Esto ya es sabido, bien. A partir de ahí, Cerdà elige el peón, tan insignificante como importante, tan vulnerable y sacrificado como potencialmente eficaz. Sobre el contenedor, por así decirlo, sobre el hilo o río guadianesco narrativo de los 77 movimientos de los que constó la partida de Estocolmo entre Pomar y Fischer, Cerdá ha tenido una extraordinaria idea, básica y constitutiva de su libro: construir un formidable vitral -o mural, o mosaico, o tablero- sobre el mundo en 1962, sobre los peones -unos triunfadores en su empeño; otros más aparentemente derrotados- que jugaron su arriesgada partida, según convicciones diversas y en campos distintos, por cambiar el estado de las cosas, de una realidad que era y les resultaba injusta. Ellos y ellas -españoles y de otras latitudes, unos muy conocidos y otros, antes y ahora, más anónimos- persistieron en ir hacia adelante y abrieron caminos para que otras piezas pudieran dar o dieran jaque mate al, para cada uno de ellos, intolerable rey rival. Descubran sus nombres y los nombres de sus antagonistas leyendo el libro, altamente recomendable. Aquí, no obstante, dejo algunos, españoles, muy sonoros: Julián Grimau, Dionisio Ridruejo, Marcos Ana, Salvador de Madariaga, Dolores Medio…Escribe Cerdà al final, cuando cita sus fuentes principales: “Este libro nació con la premisa de que ni una sola palabra atribuida a sus protagonistas ni el más nimio detalle de las historias narradas fueran producto de la imaginación del autor o de una recreación novelesca. Igual que ocurre con el ajedrez, la crónica no admite ni trampas ni atajos. Lo contrario es su jaque mate”. O sea, El peón, para su autor, pertenece al género de la crónica.  

Cerdà ha puesto en página un extraordinario artefacto literario, extraordinario como artefacto -preciso, muy bien ensamblado, de muy eficiente mecánica por su estructura y ritmo de funcionamiento- y extraordinario como literatura, con sus frases cortas y pulidas, con su prosa exacta que no desdeña una poética bien dosificada, con su escritura, en definitiva, capaz de poner en pie vigorosos perfiles de personajes, de abarcar el mundo en un concreto momento histórico de transformación y pugna, de crear una intriga, una épica de perdedores/ganadores y, con ellos, una emoción y un drama secos. El peón consigue una perfecta adecuación -el ideal que no siempre se logra- entre el singular concepto inicial de su planteamiento y su implacable desarrollo y ejecución final.

Al modo de un collage o, si se quiere, de un patchwork, Cerdà cose en el tejido literario -con lograda armonía en los contrastes- no sólo el precipitado de los ingentes datos recabados, sino textos literales o muy bien reelaborados y manufacturados por él procedentes del botín de su investigación: entrevistas, libros, informes cartas, documentos, noticiarios, informaciones y crónicas del momento…Esa rugosidad poliforme de la textura, medida como todo, es otro de los aciertos de El peón.

Tengo dos reparos: uno, a propósito de la reiteración (casi inevitable) o persistencia en el texto de la metáfora del ajedrez y la vida (la partida, ser peón, el tablero, el jaque etc.) No sé muy bien cómo se podría haber evitado o acaso reducido esa explicitación de la metáfora y de su traducción. Y dos, un cierto énfasis, sobrecarga o solemnidad emotiva -siempre en breves y espaciados momentos- en el comentario político, en la exégesis o apología de la tarea y el ideal políticos de los distintos “peones” de la historia y de la Historia. Y no me refiero al contenido del comentario, sino al hecho de que haya comentario, cuando todo en este libro responde a la economía y, una vez mostrado, cae por su propio peso.

El lápiz del lector no deja de trabajar, de subrayar pasajes, frases, situaciones y anécdotas dotadas de fuerza, belleza, esplendor, significado o tragedia. La lectura se vuelve, en verdad, adictiva. El texto nos pide avanzar, y avanzamos sin chistar, sin acusar los saltos espaciales y temporales, nunca cuesta arriba, jamás con riesgo de caer en un bache de desinterés.

Escribe Cerdà: “El intelectual argentino Ezequiel Martínez Estrada indagó en la tragedia individual de las piezas que pueblan el tablero de ajedrez. De los peones, y él sabía lo que entrañaba ser pieza ignorada, analizó su pequeñez, su cuasi insignificancia. Los comparó con los niños: en su manera simple de pensar, en la lentitud de su andar, en su debilidad congénita, en la incertidumbre que envuelve su porvenir: tienen toda la partida por delante, pero la desproporción entre el peligro que les acecha y la endeblez de sus armas suele abocarlos al desastre…”

El ajedrez y la vida, decíamos, los peones del ajedrez y los peones de la vida. De la Historia. Éste es, por supuesto, un libro sobre el ajedrez, un juego -deporte, dicen, ciencia, arte…- entre la razón y la locura, y sin duda contagia pasión por él y ganas de practicarlo. Pero, adentrándose en la vida, da cuenta con detalle y nervio de las vidas de esos dos colosos con pies de barro que fueron Pomar y Fischer, vidas novelescas aunque no estén contadas con técnicas novelescas -sobre eso habría mucho que hablar-, nódulos en torno a los que giran en la crónica las vidas -sus vibrantes momentos críticos- de otros peones que, en 1962, se movieron con desigual fortuna en el peligroso juego de ganar la partida de los cambios políticos y sociales. Todas las capas, líneas y círculos de El peón se suman y se multiplican con un gran resultado literario.

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