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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Paula Fox, lectura imprescindible

¿Cómo es posible que esta novela y otras de Fox estuvieran en la penumbra hasta que Jonathan Franzen las pusiera en valor muy a finales de los años 90?

14 febrero, 2020 13:45

Sophie y Otto, una pareja en torno a los cuarenta años, atractivos, sin hijos, buena posición económica, una casa con jardín en Brooklyn, un Mercedes, una casa victoriana de descanso en Long Island, un barco de recreo compartido. Él, abogado; ella, traductora a rachas. Cultos, liberales, modernos, hedonistas, con buen gusto. Y un gato callejero. El gato, de improviso, muerde a Sophie en una mano cuando le mima, cuando le da de comer. La mano se hincha, se pone fea. Aquello tiene mala pinta, pero qué médico va a atender a Sophie esa noche y en el fin de semana. No será nada, hay que fingir que no será nada como se finge, para ir tirando, que nada es nada, que nada tiene demasiada importancia. Sólo faltaría que el gato tuviera la rabia. La rabia.

Sexto Piso nos da una nueva oportunidad, con traducción de Rosa Pérez Pérez, de descubrir a Paula Fox (1923-2017) y su gran novela, Personajes desesperados (1970). Fox, abuela que fue de la cantante Courtney Love, tal vez nieta de Marlon Brando. Pero no es seguro. Y ésa es otra historia. ¿Cómo es posible que esta novela y otras de Fox -Pobre George (1967), Los hijos de la viuda (1976), hasta seis- estuvieran en la penumbra hasta que Jonathan Franzen -autor del prólogo que encabeza esta edición- las pusiera en valor muy a finales de los años 90?

Paula Fox tuvo durante mucho tiempo una vida complicada, como lo había sido su infancia, abandonada por sus padres. No hizo vida literaria, no estuvo en la pomada de los escritores neoyorkinos. Escribió poco y tarde para adultos y brilló -mala cosa- en su abundante producción para niños. El dramaturgo y cineasta Frank D. Gilroy, en 1971, en años de auge de un cine norteamericano crítico y realista, llevó a la pantalla Personajes desesperados. Shirley MacLaine ganó el premio de interpretación femenina en el Festival de Berlín. El guión también se llevó un galardón. Pero nada. Es una historia dura, incómoda. También apasionante, casi hipnótica.

El gato. La mordedura del gato. El fantasma de la rabia. ¿Desata el gato la crisis de Otto y Sophie? Sí y no. La crisis ya está en ellos, larvada, crecida día a día bajo el peso de la cotidianidad, de una falta de aire y perspectiva. La crisis ya está en Otto, que acaba de romper con Charlie, su amigo y socio de bufete de toda la vida. Esta ruptura crispada metaforiza por interposición la posible ruptura de Otto y Sophie, que ya tuvo un romance absurdo hace unos años. Otro síntoma. Y eso que Otto y Sophie se quieren. No están en guerra abierta y partidos en canal como la pareja explosiva de ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962), la pieza dramática de Edward Albee, por citar una obra que, esa sí, refleja el infierno de un matrimonio. Lo suyo es más sutil, mucho menos a muerte, más con guantes de seda, pero haciéndose heridas, lanzándose tiradillas, arañazos.

Los arañazos del gato. Fox, desde luego, maneja con maestría los tiempos, las horas siguientes a la mordedura, la angustia, cierto suspense que capta al lector y ayuda a la lectura. Pero el interés está bajo el microscopio -diálogos, situaciones- que muestra las quiebras íntimas de la pareja, bajo el bisturí que disecciona su malestar. Y el de sus próximos. Nadie escapa al malestar, al no saber qué hacer con la vida, al desgarro. Al miedo. Se menciona mucho el miedo en la novela. Y la basura. La crisis, el miedo, la basura, la rabia. Están, en estructura de círculos concéntricos, también en la sociedad. En la calle, en el vecindario más proletario de los acomodados Otto y Sophie. En una violencia pequeña, pero dosificada y omnipresente, siempre amenazante, temida. Una piedra contra la ventana. Un asalto a la casa de verano. El odio de los paisanos de un pueblo a los veraneantes ricos, finos e ilustrados de Nueva York. Dos Américas distintas arqueando el lomo a punto de enzarzarse en una riña de gatos. Es impresionante, por cierto, la vigencia de esta novela de 1970, que, por lo que sabemos, parece describir la sociedad norteamericana de ahora mismo.

Con la mejor escritura, profundizando en lo psicológico con una lucidez analítica pasmosa, creando, a la vez, un paisaje exterior, social, incluso indirectamente político, lleno de matices y registros, con diálogos como agujas rusientes, llenando la novela de preguntas que sondean y nos sondean. Hay una, tan obvia como demoledora, que vale para lo personal y para lo colectivo. La hace Otto, que es la espoleta de todo, también el portavoz amargo de la requisitoria contra el país, contra la sociedad y la vida americana: “¿Cómo hemos llegado aquí?”. Y la pregunta no se dirige sólo a un proceso individual o histórico, sino que señala a un fundamento, a un origen de inevitable pesimismo existencial.

Hay una visita a Urgencias, no es mucho desvelar aquí: “Era un agujero infecto que olía a piel sintética y desinfectante, olores ambos que parecían emanar de los asientos rajados que ocupaban tres paredes. Olía a las cenizas de tabaco que habían rebosado de los dos ceniceros metálicos de pie. En el borde cromado de uno, había una colilla de puro mojada que parecía un trozo de carne masticada. Olía a cáscaras de cacahuete y a los pringosos envoltorios de caramelo esparcidos por el suelo; olía a periódicos viejos, un olor a tinta, reseco y sofocante, que recordaba al de un urinario; olía a sudor de axilas, entrepiernas, espaldas y caras, que salía a borbotones y se secaba en el aire exánime; olía a ropa -productos de limpieza incrustados en la tela que rebrotaban hediondos en el calor de ese ambiente sudoroso y se hincaban como espinas en las fosas nasales-, y todos los exudados de la carne humana, un abanico de efluvios animales…”

Y la descripción de la sala de espera de las Urgencias sigue en este tono un par de páginas más. A ver, no se asuste el lector, esta atmósfera pútrida, escatológica, de trazos expresionistas, es una excepción en la novela. Pero, aparte de ilustrar el detalle y la precisión con los que Paula Fox llega a estirarse cuando lo considera oportuno, con toda probabilidad metaforiza el alma y el cuerpo de los personajes y de la sociedad americana. Un clima moral. Todo y todos produciendo y respirando el mal olor. En Urgencias.    

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