Tengo una cita por Manuel Hidalgo

El narcisismo de Ferrer Lerín

26 abril, 2018 13:31

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Francisco Ferrer Lerín[/caption]

Estoy metido en un pequeño lío, lo confieso. No había leído nada de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942), y esta semana he abordado la lectura de Besos humanos (Anagrama) después de haber leído la entrevista de Andrés Seoane con el autor y la crítica del libro de Nadal Suau. Ya está todo dicho. Y aquí mismo, y muy recientemente. Nada que añadir. Aunque tendré que intentarlo.

Ignacio Echevarría ha hecho la selección de los textos de Besos humanos, rescatando piezas de medio siglo de trabajo del autor. Y ha escrito un epílogo. Ésa es otra. Menos mal que es un epílogo y no un prólogo. La precisión, minuciosidad y pertinencia del epílogo de Echevarría, caso de sustanciarse en un prólogo, condicionaría por completo la lectura del libro, en el sentido de que para el lector sería prácticamente imposible ver en sus páginas algo distinto de lo que Echevarría ve y comenta.

No tengo claro quién ha puesto el título, si Ferrer Lerín por su cuenta o Echevarría con el acuerdo de Ferrer. El caso es que Besos humanos me recuerda a Garras humanas (1927), la película de Tod Browning antecedente de los horrores y las anomalías de Freaks (1932). Ferrer es muy cinéfilo, cita y se sirve de muchas películas en sus textos. Ha de conocer muy bien a Browning. Pero, bueno, también podría parecer tontería mencionar aquí Garras humanas, pues su título original es The Unknown. O sea, en castellano, el desconocido.

Me aferraré a esto: el desconocido, lo desconocido, los desconocidos. Los hechos y personajes cotidianos o fantásticos, los acontecimientos violentos y los episodios sexuales -a menudo, también violentos- que dan carne a la galería de monstruosidades y anormalidades de los textos de Ferrer Lerín, sea posible que nos conciernan mucho o que nos conciernan menos, provocan, a la postre, una sensación de haber hecho funambulismo sobre lo desconocido: lo desconocido que asusta e intimida, mucho más allá de su literalidad desagradable, siempre con la ayuda del helador humor sardónico del autor, de su aparente alejamiento afectivo y moral de lo que cuenta. Pero hay una paradoja decisiva para la culminación del espanto: cuando se diría que el miedo ha brotado tras asomarnos a lo desconocido -a lo que, por muy anormal, nos es extraño y ajeno-, he aquí que no. He aquí que empezamos a pensar que, por vivido o imaginado, todo ese horror está a nuestro lado o, todavía peor, dentro de nosotros. La sospecha de que Ferrer Lerín no es el único anormal de esta función es lo que, página a página y línea a línea, nos sumerge en el estremecimiento. Lo desconocido nos es muy conocido.

La cuestión sería determinar si, desconocido o conocido, el universo cruel que Ferrer Lerín nos muestra con redoblada crueldad nos deja, al acabar el libro, un legado de conocimiento. La literatura también está para eso, ¿no?

Y tengo dudas sobre la respuesta. No sé si la inmersión en esa condensación de horror contribuye o no a enriquecer nuestra visión del mundo, de los otros, de nosotros mismos. No sé si nuestro balance de lectores no es otro que el de haber vivido una experiencia, además de aterradora y, mal que nos pese, entretenida, meramente literaria: una contemplativa abducción del narcisismo de Ferrer Lerín.

Porque el poeta y narrador Ferrer Lerín es narcisista por los cuatro costados. Lo de menos es que se convoque a sí mismo en sus relatos, que acoja lo autobiográfico con sus disfraces. El narcisismo está en su despiadada voluntad de estilo. El estilo es la persona, la persona es el estilo: dígase lo que se quiera, lo que suela decirse. La búsqueda implacable de ese conceptismo, de esa concisión y de ese despojamiento, hacer tanto ruido con tanto silencio, ese quitar mucho para que lo poco desborde, esa saña depuradora, tanto burlar lo previsto con lo inesperado, todo eso llama la atención porque está destinado a llamar la atención. El marionetista enseña sus manos, no quiere evitarlo. Francisco Ferrer Lerín, el escritor oculto, ocupa toda la escena atizando la hoguera en la que arde. Deslumbran las llamaradas.Y se dispara un tiro.

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