Celso-Castro

Celso-Castro

Tengo una cita por Manuel Hidalgo

sylvia, amante y madre

17 marzo, 2017 10:33

Como sucedía en entre culebras y extraños (2015), Celso Castro (A Coruña, 1957) vuelve a utilizar en la portada de sylvia (Destino), su nueva novela, un retrato del pintor chino Timmy Lo Cung, que expresa muy bien la fragilidad, la vulnerabilidad y el extravío del joven poeta protagonista de su relato. La obra de Lo Cung se titula The sky is white a clay, palabras tomadas de un verso de Philip Larkin: “El cielo es blanco como la arcilla”.

Se ve que Castro lo controla todo. Si ponemos las dos portadas juntas, observaremos su coherencia estética, psicológica y romántica, la misma que existe entre el estilo y el asunto de Entre culebras y extraños y sylvia, entre sus dos doloridos y “sucumbidos” personajes principales que si no son el mismo, poco les falta para serlo: muy jóvenes e incipientes poetas, amantes de la escritura, de los escritores y de los libros, golpeados por el odio y la ausencia trágica del padre, estabilizados y desestabilizados a la vez por la ingesta de sustancias, mimados por la entrega de una madre y agitados hasta la extenuación y el daño por la pasión amorosa y sexual hacia una mujer de más edad.

Son chicos enfermizos, enfermos, de rasgos infantiles pese a haber superado la adolescencia, inestables, buscadores de absolutos, anhelantes de pureza y de limpieza interior, inocentes y angélicos, pero, inmersos en una montaña rusa emocional, de máxima exigencia, pueden ser ocasionalmente violentos, capaces de autoherirse y herir, de matar y matarse. Y muy propensos a llorar, a deshacerse en lágrimas continuamente. A entrar en estados de delirante enajenación, de bloqueo o exaltación, de indiferencia y de exacerbación, de contracción o expansión espiritual. De vértigo.

sylvia se compone de once monólogos en continuidad cronológica o de un único monólogo dividido en once partes, donde el narrador se dirige a un tú que escucha y no interviene, un tú que, no se sabe, puede ser un amigo, el lector o, tal vez, un psicoanalista que atiende durante once sesiones al protagonista.

Ese tono monologante -en esta ocasión, con más trazas de narración oral- acoge citas de poemas y muchos diálogos y voces, todo ello en el brillante estilo ya acreditado por Castro en la novela anterior y con las mismas o parecidas peculiaridades: minúsculas siempre, ausencia de puntos al final de los párrafos, palabras o frases acotadas entre guiones… Digo lo que dije a propósito de Entre culebras y extraños, que podría pensarse en una impostación estilística -de hecho lo es, en cierta medida-, pero lo que vale es que Castro consigue desde el principio, amén de una voz propia y ya inconfundible, hacer natural y fácil para el lector su forma narrativa.

Sylvia es una mujer muy bella, culta y alegre, con mando en una revista literaria –la acción transcurre en A Coruña-, diez años mayor que el joven protagonista –autodefinido como “el más amable y profundo de los idiotas”-, que se enamora perdidamente, sin límite ni medida, de ella. Juntos van a vivir una pasión total, muy pronto con visos de imposible, acechada por el afán de posesión, los agobios, las huidas y los celos fundados, tan exultante como desgarradora. Una peripecia marcada por el deseo y que se desea curativa, pero que puede ser y es enfermante.

La novela, en lo esencial, es una historia de amor, sí, de arrebatado corte romántico -propia del Romanticismo, digo-, con sus escenarios de cielo y de infierno -el diablo en el cuerpo-, sin preocupación por otra verosimilitud que no sea la poética del exceso en la implacable búsqueda de la felicidad. Pero hay que añadir que, en rigor, sylvia no cuenta una sola historia de amor, sino dos. También cuenta la historia de amor, no menos radical, entre la madre y el hijo,  que, aunque muy distinta, contiene inquietantes y turbadoras coincidencias, más sugeridas que manifiestas, en el ámbito de la sensualidad, de la carnalidad: la amante puede ser madre y la madre puede ser amante. En el plano físico y en el espiritual, dos planos muy unidos y de la máxima importancia en esta novela.

Lamento, aunque poco, coincidir con el editor -¿o con el propio Celso Castro?- al escoger un párrafo de sylvia: “si nunca has suplicado de rodillas que no te abandonen, si no te has arrastrado a los pies de la persona que amas y no la has seguido babeando hasta el ascensor y por favor, por favor…,y que harás lo que quiera, pero por favor…si no te has desgarrado en la soledad de tu casa, ni has besado su fotografía con una ternura que desconocías, ni has apretado su camiseta contra tu cara y la has olido y la has empapado de tus lágrimas, entonces es mejor que me dejes en paz y te vayas por ahí, porque no entenderás ni una sola palabra de lo que quiero contarte, ni una sola palabra”

Está claro, ¿no? Después de todo lo dicho, poco más queda por decir, salvo dos cosas: el texto está cuajado de pinceladas de humor y, a mi entender, Celso Castro es una de las voces más originales, identificables y valiosas de la novela española actual. Está tardando demasiado que así se le reconozca unánimemente (si es que hiciera falta, que ésa es otra).

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