Una imagen del montaje de 'Convertiste mi luto en danza'

Una imagen del montaje de 'Convertiste mi luto en danza'

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'Convertiste mi luto en danza': ganas de vivir

La obra, en el Fernán Gómez, narra los últimos momentos de una joven con cáncer. Concebida como una fábula elegíaca, al final provoca una sensación reconfortante

29 enero, 2022 03:00

Convertiste mi luto en danza (en el Fernán Gómez) es una obra triste, el nudo en la garganta no lo evitas, y a la vez es un canto a la vida. De la mano de tres espléndidas actrices, recorremos los momentos de una joven que, afectada de cáncer, ha entrado definitivamente en la boca de la muerte. El viaje sin retorno. Sin embargo, concebida como una fábula elegíaca que ensalza el milagro de la vida, al salir del teatro se tiene una sensación reconfortante, acentuada por el eufórico y pegadizo tema Felicitá de Albano y Romina con el que los actores reciben los aplausos finales.

Aunque ha sido escrito por Eusebio Calonge y dirigido por Paco Zaranda, el espectáculo se presenta bajo el paraguas de la compañía La Extinta Poética, formada por un elenco completamente femenino: Ingrid Magrinyà, Laura Gómez-Lacueva e Inma Nieto (que se alterna con Celia Bermejo). No es La Zaranda, pero se mantiene el estilo simbólico y ritual de los de Jerez, que cuida con esmero la iluminación en busca de cuadros compositivos de acentuado claroscuro, aunque ya sin caer en la caricatura que tanto gustaban. Hace ya tiempo que la compañía abandonó su afinidad por los autos sacramentales laicos y las ceremonias a ritmo de bandas procesionales.

Ahora el grupo está en otro periodo artístico, menos expresionista. En esta obra abrazan un drama trascendente y real, de una dolorosa cercanía, pues la pieza está escrita como homenaje a María Pisador, una joven de treinta años, enferma de cáncer, cuyo deseo antes de morir fue presenciar un espectáculo de La Zaranda, algo que los dejó impresionados. Los poemas que la joven dejó escritos han sido un material inspirador para Calonge. Su texto huye del realismo como de la peste, con un lirismo que evita caer justamente en el drama realista, lo que sería difícil de soportar, y que introduce sentencias metafísicas sobre las que reflexionar a lo largo de la función; cuestiones universales y atemporales como el de la posteridad y la huella de nuestro paso por el mundo en un ejemplo de teatro humanista.

La dirección escénica, de un despojamiento y efectividad impecable, avanza con la enfermedad del personaje que encarna Ingrid Magrinyà, frágil en su dolor pero a la vez descarnadamente humana aferrándose a la vida en su naufragio. Nos invita a acompañarla a lo largo de su calvario médico y de su internamiento hospitalario: en las primeras consultas –con doctores distantes fielmente retratados por Inma Nieto con una economía expresiva apabullante-, luego en sus sesiones de quimio, donde se encuentra con su compañera de infortunio Laura Gómez Lacueva, muy convincente. Un columpio y un tobogán por escenografía nos recuerda la infancia, el nacer a la vida que es el morir también, y sobre todo la esperanza, la belleza de las cosas. Hay momento también para la fe, como medicina para el alma. El paisaje sonoro y la música de Bach contribuye a crear un ambiente crepuscular, de ensoñación. El final recuerda el de Hamlet, aunque con un añadido esperanzador: “Aquí comienza el silencio. Pero… ¿acaba el silencio?”.

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