Qué raro es todo! por Álvaro Guibert

La cueva de Lohengrin

16 abril, 2014 09:42

Un Lohengrin oscuro es una contradicción en los términos. El Lohengrin de Wagner es blanco desde el preludio, que es poco más que un acorde de la mayor pintado con todos los matices del blanco y mantenido durante diez minutos en el agudo. Apenas pasan cosas en todo ese tiempo, salvo el paso de un matiz de blanco a otro. Es la primera klangfarbenmelodie, melodía de timbres, donde no cantan las notas sino los colores. Blancos, en este caso. Schönberg y sus seguidores se montarán luego en esta idea y llegarán muy lejos.

[caption id="attachment_348" width="510"] Escena de Lohengrin en el Teatro Real. Foto: Javier del Real[/caption]

No sé si porque la contradicción es la madre del arte, Mortier ideó con el escenógrafo Alexander Polzin un Lohengrin negro, o gris carbón, subterráneo, nibelungo y minero. Es verdad que los protagonistas buenos van de blanco y los malos de malva, pero el espectador se pasa cuatro horas y media metido en una gruta oscura. El cisne-monolito, más que una presencia, es una aspiración. A lo mejor van por ahí los tiros, no lo sé y tampoco voy a entrar en averiguaciones. Lo importante es que el blanco caballeresco, el de las aristas encendidas de Rubén Darío y del Machado Manuel («el ciego sol se estrella / sobre las duras aristas de las armas, / llaga de luz los petos y espaldares / y flamea en las puntas de las lanzas»), el blanco custodia toledana de las de rayos radiantes, el blanco grial, el blanco Lohengrin, lo aportó la música. El “Preludio” sonó magnífico, partiendo del silencio y del oscuro total, sin aplausos de bienvenida al director, como en Bayreuth. Se lució el coro, que es clave en esta ópera, orgía de coros y fanfarrias. Lo mejor, el color de la voz del Lohengrin, Christopher Ventris, y el de la Elsa, Chatherine Naglestad, que además se marcó una lección de musicalidad, signifique eso lo que signifique. De la parte de los malos, la Ortrud de Deborah Polaski es un huracán sonoro que te aplasta en la silla, por poderío, oscura hermosura y perfección. El día que yo fui, se derrumbó al final. ¡No me extraña!

 

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