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Entreclásicos por Rafael Narbona

Slavoj Zizek: materialismo paulino en los balcanes

Žižek se pasea por la cuerda floja al reivindicar el cristianismo y un marxismo heterodoxo, pero su posición no coincide con ninguna iglesia ni con ningún partido

25 enero, 2021 12:59

Slavoj Žižek ya es un clásico. Polémico, intempestivo e imprevisible, su obra es una síntesis de idealismo hegeliano y psicoanálisis lacaniano. Nació en Liubliana en 1949. Actualmente, Liubliana es la capital de Eslovenia, pero en un pasado cercano perteneció a la República Federal Socialista de Yugoslavia. Sin la mezcla racial y religiosa de otras federaciones, se independizó en 1991 tras un breve conflicto conocido como la Guerra de los diez días, que causó algo menos de doscientas bajas. Con una población que apenas supera los dos millones, Eslovenia siempre fue la federación más próspera y menos conflictiva, gracias a su homogeneidad cultural y religiosa. Casi un 60% de la población, profesa el catolicismo. La presencia de otras religiones es casi marginal: un 2’4% de musulmanes, un 2’3% de ortodoxos, un 0’9% de protestantes, 150 judíos. Žižek se define como "materialista paulino". Se muestra escéptico sobre la existencia de Dios, pero cree en la necesidad de preservar el legado cristiano bajo una nueva interpretación, que desmonta los relatos clásicos de la teología católica, ortodoxa y protestante. 

Nietzsche derrumbó la escenografía del cristianismo, negando la existencia de trasmundos. Ese paso se interpretó como la muerte irreversible de Dios, pero la explicación del ser como simple devenir no resolvió los problemas que plantea la realidad, cuando surge la pregunta por el origen y el sentido de la vida. Slavoj Žižek rescata las categorías de Jacques Lacan (lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario) para explicar el ser en toda su problematicidad. Lo Real no es una evidencia, sino un fondo oscuro, críptico y complejo que se manifiesta como una resistencia. El Deseo choca con lo Real una y otra vez, descubriendo sus límites. Esa resistencia se relaja cuando aparece el lenguaje, transformando lo Real en una constelación de símbolos. Lo Simbólico introduce una dimensión relacional con el ser y con otros sujetos o hablantes. Lo Imaginario es la trascendencia de lo Real, pues implica la aparición del Otro, de la alteridad radical, con su demanda de reconocimiento y afecto. Es evidente que esta topografía no mantiene ninguna relación con la escisión de la realidad en dos esferas heterogéneas planteada por el platonismo. Platón sostiene que la Naturaleza o Mundo Sensible se caracteriza por el cambio. Los sentidos nos muestran a diario su devenir incesante, pero ese movimiento solo es el reflejo de lo suprasensible o Mundo de las Ideas. Los sentidos no captan lo suprasensible, pero la razón nos permite deducir su existencia. Lo verdaderamente real no es el devenir, sino lo eterno e inmutable, que actúa de matriz de lo puramente contingente. Esta metafísica, que provocó la ira de Marx y Nietzsche, prefigura la cosmovisión cristiana, con un mundo terrenal abocado a la extinción y una eternidad gobernada por un Dios todopoderoso y omnisciente. Es difícil mantener esa perspectiva, si nos atenemos a las numerosas pruebas sobre la teoría sintética de la evolución. Sin embargo, nuestra imagen del mundo se empobrece, cuando reducimos el universo a mera evidencia empírica. Lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario introducen en la materia una dimensión espiritual, que nos permite pensar en términos especulativos. Conocemos la materia por medios de los sentidos, pero -gracias a la especulación racional- pensamos lo inmaterial como una propiedad complementaria del ser. Ese ejercicio nos ayuda a constituir nuestro Yo como una respuesta al Otro, evitando la tentación narcisista de reprimir la alteridad. Žižek no resucita a Dios, sino que ejecuta la esencia del mensaje cristiano en un plano metafísico, epistemológico y ético.

Žižek señala que el mandato de "amar al prójimo" va más allá de cualquier exigencia legal. No se trata sólo de respetar los derechos del Otro, sino de amarlo. Es sencillo amar a un niño, un anciano o un amigo, pero los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas Paulinas nos piden que amemos a nuestros enemigos. Nadie debería proclamarse cristiano, sin reparar en lo que significa realmente esa herejía del judaísmo. Aficionado al cine y a la cultura popular, Žižek cita como ejemplo de amor cristiano lo narrado en Dead Man Walking (Tim Robbins, 1995), la célebre película basada en la historia de la monja católica Helen Prejean, que en 1982 aceptó ser la consejera espiritual de Patrick Sonnier, condenado a muerte en el estado de Luisiana por el asesinato de dos adolescentes. Susan Sarandon interpreta a Prejean y Sean Penn a un asesino con cargos similares a los de Sonnier, pero con el nombre ficticio de Mattew Poncelet. Poncelet es una síntesis de personalidad de Sonnier y de Robert Lee Willie, otro condenado a pena de muerte al que también acompañó Prejean en sus últimos momentos. El trabajo de Penn es excepcional, pues recrea de una manera convincente una forma de ser repelente y odiosa. Poncelet no inspira amor, sino miedo y rechazo, pues carece de empatía y no muestra signos de arrepentimiento hasta que la ejecución es inminente. Sin embargo, Helen le ama y le ayuda a encarar el final con dignidad, logrando que comprenda el dolor causado a sus víctimas y a sus familias. Poncelet encarna al "Otro en el abismo de lo Real, al Otro como una presencia propiamente inhumana, 'irracional', radicalmente mala, arbitraria, repugnante". Ese Otro no debe ser contemplado como Enemigo, sino como Prójimo. El amor de la hermana Helen convierte a un asesino violento y racista en ese Prójimo que posibilita la aparición de la trascendencia. No hay un más allá redentor y salvífico, sino una salvación aquí y ahora, que se produce cuando el Yo se encuentra con el Otro y le ama incondicionalmente. 

Según Žižek, el budismo y el cristianismo acaban con la diferencia excluyente, que retiene al yo en la inmadurez de lo Real, donde el Otro es mera resistencia a nuestro deseo, algo lejano e incomprensible, susceptible de ser cosificado y aniquilado. La enseñanza oral de Jesús y Buda apunta hacia la superación de los vínculos excluyentes, donde la clase social o racial define la comunidad, separando al resto como amenaza potencial. Žižek cita el Evangelio de San Lucas: "Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío". El odio que postula Cristo, aclara Žižek, no es real, sino simbólico y apunta hacia lo imaginario, constituyéndose como ideal ético. Ese odio no es el afán exterminador de un "Dios cruel y celoso", sino "una expresión directa de lo que San Pablo describe con insuperable poder, en Corintios 1-13, como ágape, el intermediario capital entre la fe y la esperanza: es el amor mismo el que nos exige que nos 'desconectemos' de la comunidad orgánica en la que hemos nacido. Como proclama el mismo San Pablo, para un cristiano no hay hombres ni mujeres, ni judíos ni gentiles…". Para Žižek, el cristianismo es "la violenta intrusión de la diferencia" en la Antigüedad, cuando la humanidad se dividía en amos y esclavos, griegos y bárbaros, aristocracia y plebe. El fin de las escalas jerárquicas sitúa en el centro de una nueva trama ética y social a mendigos, esclavos, prostitutas, parias, leprosos, extranjeros. Los excluidos, los individuos estigmatizados y segregados se convierten en protagonistas de un nuevo concepto de comunidad. No es menos importante el imperativo de no devolver las afrentas. Ofrecer la otra mejilla no constituye una humillación, sino una liberación del círculo infernal de la venganza. Aunque Žižek no alude a Orestes, podría ser un magnífico ejemplo de la "desconexión" cristiana, donde lo comunitario no está determinado por la semejanza, sino por la diferencia. Orestes ya no debe elegir entre Agamenón y Clitemnestra. La sangre derramada no se limpia con más sangre, sino con el perdón, un don que se prodiga sin esperar reciprocidad. Orestes no se libra del dolor, pero sí del espanto moral de matar a su propia madre para lavar el honor de los Atridas, un linaje fundado sobre un fratricidio y condenado a sufrir las peores iniquidades (parricidio, infanticidio, incesto). "Si uno es cristiano –afirma San Pablo–, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo" (Corintios II, 5, 16-17). Orestes ya no es el fruto de un linaje maldito, sino un joven que empieza a vivir sin el lastre del pasado.

La caridad posee una connotación negativa, pues se asocia al paternalismo y a la perpetuación de las injusticias, pero cuando San Pablo habla de caridad -"si no tengo caridad, no soy nada"- se refiere al amor en su forma más incondicional, pues no inventa al objeto de los afectos, sino que lo acepta con sus limitaciones. "El que ama –escribe Žižek– ve a la otra persona de la manera en que efectivamente es, y la ama por sus propias flaquezas, no a pesar de ellas". La caridad es un absoluto fugaz que se revela en momentos "extremadamente frágiles". Aunque Žižek no menciona Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sidney Pollack, 1972), el gesto de paz que intercambian el protagonista (Robert Redford) y un nativo al final de la película es uno de esos "momentos extremadamente frágiles", pues insinúa el final de años de violencia entre un cazador legendario y las tribus que intentan matarlo. Los enemigos se reconcilian y transforman el antagonismo en amor. El fascismo es la negación del amor cristiano al Enemigo. Escribe Žižek: "¿No supone el fascismo, en último término, el regreso a las mores paganas que, al rechazar el amor al enemigo, cultivan una plena identificación con la propia comunidad ética?". El cristianismo es "una comunidad alternativa" que suprime las distinciones tribales. 

Žižek es un provocador y sabe que su interpretación del cristianismo resulta estridente en los Balcanes, pues en Croacia el régimen ustacha de Ante Pavelic cometió un espantoso genocidio, aprovechando la ocupación nazi. Solo en el campo de concentración de Jasenovac se asesinó a 700.000 hombres, mujeres y niños. Se exterminó con especial ferocidad a los serbios de religión ortodoxa, pero también a judíos y gitanos. El comandante del campo era el franciscano y capellán militar Miroslav Majstorovic, que sería ahorcado en la postguerra por crímenes contra la humanidad. Desgraciadamente, las matanzas reaparecieron tras la caída del Muro de Berlín. Entre el 13 y el 22 de julio de 1995, las tropas serbias al mando del general Ratko Mladic asesinaron a 8.372 habitantes de Srebrenica. Es el único acto de genocidio perpetrado en suelo europeo después de la Segunda Guerra Mundial. El padre de Mladic era un líder partisano serbobosnio asesinado por la milicia ustacha, lo cual marcó su vida y determinó su prematura incorporación al Ejército Popular del mariscal Tito. Aunque se educó en el socialismo y el internacionalismo, se declaró defensor de los serbios cuando comenzó a desintegrarse la antigua Yugoslavia. En Srebrenica, las víctimas eran musulmanas. Sus verdugos no eran milicias cristianas, pero el conflicto tal vez hubiera discurrido de un modo menos cruento, si Alemania y el Vaticano no hubieran apoyado los anhelos independentistas de Croacia y Eslovenia. Es un dato casual, pero el líder serbio Slobodan Milosevic era hijo de un teólogo ortodoxo y una ferviente comunista. La convergencia del comunismo y el cristianismo no es una rareza, sino un punto de encuentro previsible entre dos ideologías con vocación ecuménica y una beligerancia teórica a favor de los pobres y los excluidos. Con notable perspicacia, Raymond Aron afirmó que el comunismo era una herejía del cristianismo.

Žižek se pasea por la cuerda floja al reivindicar el cristianismo y un marxismo heterodoxo, pero su posición no coincide con ninguna iglesia ni con ningún partido. De entrada, afirma que "Dios no es omnipotente". Si lo fuera, sería "un sujeto perverso que se entrega a juegos perversos con la humanidad y con su propio hijo: crea el sufrimiento, el pecado y la imperfección, para así poder intervenir y resolver el desorden creado por Él, y hacerse acreedor a la gratitud eterna de la especie humana". Desde su punto de vista, sólo hay una forma de absolver a Dios: destruir la fantasía infantil del Padre todopoderoso. "Dios no es omnipotente –escribe Žižek-. Es similar al héroe trágico griego subordinado a un destino más alto: su acto de creación, como la acción final del héroe trágico, provoca consecuencias terribles, y la única forma a su alcance para restablecer el equilibrio de la Justicia es sacrificar lo que es más precioso para Él, su propio hijo. En ese sentido, es el último Abraham". El "materialismo paulino" de Žižek es una relectura extraordinariamente fecunda del cristianismo. Dios no es un César, sino el primigenio acto creador que explica el origen del ser, pero ese acto no procede de la omnipotencia y la providencia, sino de una elección fatal y quizás ineludible. El mundo es el pecado original de Dios y la Pasión de Cristo es su forma de expiación.

Žižek entiende que el amor al Enemigo neutraliza la posibilidad de una utopía excluyente, pero no renuncia a la necesidad de una tensión utópica sin la cual sería inviable la posibilidad de superar un presente de esclavitud y opresión. La "buena nueva" del cristianismo no es la promesa de la Resurrección, sino la esperanza que vislumbran los reclusos de Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994), cuando Tim Robbins hace sonar en el patio de la prisión un aria de Fígaro. De nuevo, se trata de uno de esos momentos "extremadamente frágiles" donde se materializa la expectativa de un porvenir sin injusticias ni servidumbres. Srebrenica es uno de los múltiples fracasos del ser humano. En cambio, Mozart es la teofanía de un mañana ético. Žižek nos recomienda que no busquemos otro telos, pues desde su punto vista el sentido del mundo es el mundo y el instante es la única manifestación de lo divino que podemos conocer.

@Rafael_Narbona

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