Lucy Bolton en 'El caso de Ruth Ellis'.

Lucy Bolton en 'El caso de Ruth Ellis'.

En plan serie

'El caso de Ruth Ellis', la última mujer ejecutada en el Reino Unido

Este 'true crime' relata el proceso que la llevó a la horca y cómo la presión social derivó en la aprobación de la Ley de Responsabilidad Atenuada, un gran cambio legal hacia las mujeres.

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Un true crime sobre el proceso que llevó a Ruth Ellis a la horca tiene, más allá del componente procedimental que siempre suele activar el interés de los espectadores, un inequívoco valor histórico, pues trata de establecer, por un lado, cuáles fueron las causas reales que motivaron la condena de la acusada, además de estudiar los antecedentes que subyacían a la comisión del crimen; y, por el otro, explora las consecuencias que su ejecución tuvo de cara a la abolición de la pena capital en el Reino Unido fechada en 1965, diez después de su ahorcamiento.

La guionista Kelly Jones (Crimen en el paraíso, Des) y el director Lee Haven Jones (Shetland, Doctor Who) confeccionan un relato que se mueve entre la vistosidad y la corrección a partir del libro A Fine Day for Hanging: The Real Ruth Ellis Story, de Carol Ann Lee.

En lo referente a su proceder narrativo, esta miniserie de cuatro episodios asume algunas pautas propias de la serialidad contemporánea.

Hablamos de esa estructura discontinua, con constantes idas y venidas que nos sitúan ahora en un presente narrativo cuyo arranque podríamos ubicar en el instante el que Ellis (Lucy Boynton) le descerrajó cuatro tiros a su amante, el piloto de carreras David Blakely (Laurie Davidson), ahora en los inicios de aquella turbulenta relación, coincidentes con el aterrizaje de Ruth como gerente de un club, hecho del todo infrecuente en el Londres de la década de los 50. En Londres y en cualquier rincón del planeta.

Más allá de esa fórmula narrativa, un recurso caprichoso propio de la posmodernidad teleserial que casi nunca encuentra una justificación dramática (tampoco en este caso), lo interesante de esta producción para la ITV que Filmin estreno el pasado 22 de julio se encuentra en su figura central, como probablemente ya habrán deducido leyendo el párrafo anterior.

Ruth Ellis era una mujer poco convencional, un prototipo destinado a la incomprensión por parte de un sistema atrasado.  Joven empresaria, dueña de sus propios recursos económicos, madre soltera de dos hijos y poseedora de una imperdonable proactividad sexual.

También rebelde, dispuesta a enfrentarse a la poderosa familia de Blakely y a sus amistades, después de que este drenara sus ahorros como si estuviese limpiando un pantano. 

Y, por si no fuese suficiente, una mujer cuya lealtad mal entendida la llevó a convencerse de que su delito solo merecía la contraprestación establecida por el antiguo testamento (ojo por ojo) y que se envolvió en un manto de testarudez hasta procurarse una sentencia que, definitivamente, no merecía: la muerte. Por cierto, Lucy Boynton lo borda.

No entiendan que ella fue la única culpable de su destino, si no, más bien, que la organización social del momento, en la que tanto el clasismo como la misoginia decidían el orden de las cosas, le llevó a asumir que la pena capital era el único castigo posible.

En ese sentido, El caso de Ruth Ellis es una serie asfixiante en la que el uso intencionado de las escalas cortas y los reencuadres aprisionan a una protagonista dibujada como una víctima del sistema, tanto que llega incluso a atentar contra sí misma al desoír los consejos legales de su tan bienintencionado como pusilánime abogado encarnado por el siempre eficiente Toby Jones.

Fotograma de 'El caso de Ruth Ellis'.

Fotograma de 'El caso de Ruth Ellis'.

Ruth Ellis fue una mujer hostigada. La agredió David Blakely psicológica y físicamente hasta el punto de provocarle un aborto.

Probablemente, a este piloto de tres al cuarto al que el dinero de su familia salvaguardaba de su manifiesta inutilidad le hubiera ido mejor como candidato al título de campeón de tiro y arrastre emocional, pues su habilidad para hilvanar falsas promesas iba de la petición de matrimonio al talento de un alumno aventajado de la Royal Shakespeare Academy para despertar pena pasando por las consiguientes palizas a su pareja cuando esta no atendía a sus designios. Una joya, vamos.

No fue el único villano de la función. El tercer vértice de este desequilibrado triángulo amoroso lo formaba Desmond Cussen (Mark Stanley), piloto de la RAF durante al Segunda Guerra Mundial que se disfrazó de grisáceo contable para esconder un complejo de salvador de almas que para sí querrían muchos gurús.

Su misión no era otra que ‘cuidar’ a Ruth, es decir, poseerla a través de un afecto falso e interesado que derivó en su participación, jamás reconocida pero sí probada, como inductor del asesinato. O al menos así se afirma en la serie. 

Y después tenemos un sistema de justicia sesgado, incapaz siquiera de considerar los atenuantes esgrimidos por, digámoslo también, una desafortunada defensa y una acusada poco colaborativa, maniatada por sus propios prejuicios.

Lee Haven Jones muestra la corte como la manifestación arquitectónica de esa opresión masculina (todo son hombres), Ruth Ellis como un cordero blanco llevado al matadero, asfixiado por los tonos oscuros de la fotografía de Bryan Gavigan y por el uso de picados que denotan su posición de inferioridad.

En ese sentido, hay un evidente contraste entre la barroca colorimetría (verdes y rojos muy saturados) que se aplica a los momentos de esplendor de Ruth y a su vida como regente del club nocturno y la que se utiliza en el denominado presente narrativo.

Fotograma de 'El caso de Ruth Ellis'.

Fotograma de 'El caso de Ruth Ellis'.

Nótese que la escasa ayuda (o comprensión) que Ellis recibe procede de dos mujeres –su amiga y su celadora–, si bien el guion de Kelly Jones también nos muestra otra cara de la feminidad, representada por la pérfida Carole Findlater (Bessie Carter), ex amante de Blakeley y ahora casada con su mejor amigo, y clara defensora de los privilegios frente a cualquier posible intrusión.

En el segundo episodio se escucha la frase: "A nadie le interesa la sangre de las mujeres".

Por aquel entonces, el hecho de que tu pareja te moliese a palos, que otro hombre te proporcionase un arma y te enseñase a usarla o que un abogado escondiese pruebas (aún a petición de su cliente) no se tuvieron en consideración.

Los abusos y traumas que Ruth Ellis sufrió no le importaron a nadie, o al menos a nadie con poder para decidir sobre su último destino.

La presión social posterior, que cristalizó en la aprobación en 1957 de la Ley de Responsabilidad Atenuada como parte de la reforma de la Ley de Homicidio del Reino Unido, hizo que la sangre de las mujeres empezase a importar, aunque quizá siga sin importar lo suficiente.