Robyn Malcolm en un fotograma de 'Después de la fiesta'.

Robyn Malcolm en un fotograma de 'Después de la fiesta'.

En plan serie

‘Después de la fiesta’: ¿es la de Robyn Malcolm la mejor interpretación del año?

Filmin estrena 'Después de la fiesta', la miniserie neozelandesa de 2023 dirigida por Peter Salmon que fue nominada a mejor serie de televisión internacional en los premios BAFTA 2024.

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Sí, queridas lectoras, al final hemos sucumbido a la moda —o a la dictadura del SEO, según se mire— y hemos incluido en el titular la tan socorrida coletilla de ‘mejor del año’. Además, la utilización no puede ser más incorrecta, puesto que hablaremos de una serie producida en 2023 y, hasta donde yo sé, estamos en 2025, por lo tanto, ¿cuál es el año que aplica a la hora de otorgarle estos oficiosos laureles a la actriz neozelandesa?

En cualquier caso, sirva la licencia para resaltar la inconmensurable interpretación que Robyn Malcolm nos brinda en Después de la fiesta, miniserie que Filmin estrenó a principios de julio.

Si destacamos el trabajo de Malcolm es porque, en no pocas ocasiones, los analistas, casi siempre más preocupados por cuestiones relativas a la construcción del guion o por el aparataje formal de las propuestas a examen, nos olvidamos de que la dirección de actores también es una de las funciones, y no poco importante, de los realizadores.

Solemos capear las valoraciones referidas a la actuación con adjetivos concretos, rotundos y escuetos (estupenda, magnífica, espléndida, lamentable, penosa), probablemente porque carecemos de las herramientas necesarias para evaluar la labor de los profesionales de la escena y porque resulta complicado discernir si un actor o una actriz están ‘bien’ o ‘mal’ porque esa impresión también puede ser responsabilidad de quien les dirigió (¿acaso interpreta mal Ryan Gosling en las películas de Winding Refn?). A mí, y permítanme que abandone el plural inclusivo, me resulta complicado.

Entonces, ¿por qué destacamos lo que hace Robyn Malcolm en Después de la fiesta? En primer lugar, porque además de cargar con el peso de la función, ejerce como cocreadora de la serie junto a Dianne Taylor. Después, porque la construcción de su personaje se despliega en un abanico de complejidades infrecuente en la teleficción —veámosla como la hermana civil de Catherine Cawood (Sarah Lancashire), por ejemplo— y porque la actriz es capaz de moverse con pasmosa soltura entre la ira, la ternura y la derrota.

A sus casi 60 años, Penny (Robyn Malcolm) es profesora de biología, entrenadora de baloncesto y modelo para pintores. Esas tres facetas profesionales, aparentemente irrelevantes, sirven para dibujar a una mujer irreductible, también en lo descriptivo. Penny es muchas cosas. Es una madre (y una abuela) abnegada. Una mujer tenaz y combativa.

También alguien hostigada por sus obsesiones, ducha en ingeniería del autosabotaje y solicitante de un asiento de primera en un viaje sin retorno hacia una soledad que no desea pero a la que ella misma se empuja (en el capítulo final la vemos como una ermitaña).

Sus pulsiones se disparan el día en que, durante una fiesta de cumpleaños en su casa, descubre a su marido acostado en la cama con un adolescente ebrio y semidesnudo (Ollie). Nada estrictamente punible sucede en ese preciso momento, pero la actitud de Phil (Peter Mullan) y el contexto llevan a Penny a acusarle de violación.

Ese es el germen de una historia que se desarrolla cinco años después, cuando el exesposo regresa a Wellington con un expediente criminal limpio —nunca hubo denuncia ni se probó nada—, una comunidad escolar y vecinal que sigue venerándole (era un profesor de literatura reputado) y, lo más importante, una hija que quiere que regrese a su vida (Grace).

La vuelta de Phil hará que Penny se trastorne hasta la insania para demostrar que el hombre con el que compartió décadas de vida es un pederasta. Hasta el episodio quinto —son seis— la serie se mueve como un funambulista por la cornisa de un rascacielos y nos ametralla con un sinfín de interrogantes para los que nadie parece tener respuesta.

¿Qué vio exactamente Penny? ¿Acaso no acusó falsamente a su pareja? ¿Por qué está tan obsesionada con él? ¿Será una loca del coño? ¿Está celosa porque su hija se siente más próxima al padre que a ella? ¿Y si lo denunció porque quería apartarlo de ella?

Un fotograma de 'Después de la fiesta'

Un fotograma de 'Después de la fiesta'

Por ahí, el guion se preocupa de no convertir a Penny en una víctima, mucho menos en una santa. Tiene mal carácter, es agresiva (le patea las pelotas a un espectador en un partido de baloncesto), toma malas decisiones (se acuesta con el marido de su mejor amiga cuando menos conviene), es impulsiva (‘secuestra’ a su nieto cuando su hija le prohíbe verlo) y cometer delitos menores le asusta tanto como a un exministro de Hacienda meterle mano a la caja de caudales del Estado (hostiga a su exmarido, incurre en actos de vandalismo, …).

Robyn Malcolm carga con todo eso a sus espaldas y es capaz de ser Frances McDormand de Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017), Meryl Streep en Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) o incluso Sarit Larry en La profesora de parvulario (Nadav Lapid, 2014). Sí, a veces también parece un cruce entre el Michael Douglas en Un día de furia (Joel Schumacher, 1993) y la Kathy Bates de Misery (Rob Reiner, 1990).

En sus cinco primeros capítulos, la serie mantiene una sólida estabilidad, con esa secuencia inicial mostrada desde distintos puntos de vista (¿cómo vieron/interpretaron algunos de los presentes lo que sucedió aquella noche de celebración?), con el episodio cuarto utilizado como bisagra y focalizado en la cotidianidad de Grace (Tara Canton), que trata de recomponer su vida tras el incidente que atomizó a su familia, o con la inclusión de numerosos detalles que enriquecen a los personajes: Penny en la secuencia inicial y sus problemas con la tecnología, Grace arreglándose el pelo cuando su amigo Ollie (Ian Blackburn), al que lleva años sin ver, se presenta de improviso en su casa, las apariciones del cocodrilo de peluche que Penny le regala a su nieto Walt y que marcan el estado de las tensiones familiares, …

Tampoco es desdeñable el trabajo con la cámara de Peter Salmon, que sabe aislar a Penny de un entorno que ella, en virtud de sus decisiones, va abandonando paulatinamente. El uso del reencuadre y los picados —véase la charla con el director de la escuela en el capítulo 5 cuando es expulsada del instituto— insisten en esa situación de acorralamiento a la que la protagonista se entrega con convencida tozudez.

La actriz Tara Canton en un fotograma de 'Después de la fiesta'.

La actriz Tara Canton en un fotograma de 'Después de la fiesta'.

Ahora bien, y sin ánimo de destriparlos nada, el as en la manga que el guion se guarda y que saca a pesar en el último episodio, un gigantesco plot twist que cambiará la percepción de las cosas, se antoja demasiado oportunista amén de poco riguroso. En primer lugar porque el personaje que sobrelleva ese peso ha tenido un desarrollo mínimo.

Y después, y sobre todo, porque resulta incomprensible que un señor que ha tenido que marcharse cinco años del país en el que vive por el qué dirán, conserve una documentación altamente comprometedora que puede corroborar que los rumores que circulan sobre él son ciertos.

Dicho esto, lo importante en Después de la fiesta es observar el modo en que tan traumático suceso es interpretado por los afectados, no tanto por el sospechoso, que siempre actúa con apabullante normalidad —que Robyn Malcolm haya elegido a un maestro de la turbiedad como Peter Mullan (Redención, Quarry, El perdón) para batirse en duelo también es una decisión digna de elogio—.

Ahí está esa hija que desea el regreso de su padre no porque lo crea inocente —sus dudas se ponen de manifiesto en una tensa secuencia playera— sino porque busca sanar una herida. O la figura de Ollie, alguien que exonera claramente a Phil para, en una escena final tan sutil como desgarradora, asumir una durísima realidad (que él no era especial, que no era el único y que lo que le pasó tiene un nombre).

Y después está Penny, que arranca estando en posesión de una certeza que nota en sus entrañas, que brota de un instinto que ella sabe infalible, y que va corroborando con la interpretación retrospectiva de determinados hechos, para, poco a poco, ir cayendo en la vacilación, en el arrinconamiento progresivo, carcomida por el rencor y el recelo, empecinada en probar que su exmarido es un depredador mientras ve cómo este usurpa sus espacios —colegio, casa, equipo de baloncesto— y se maneja con un paternalismo y una condescendencia naturalizados por un entorno que asume esas conductas como si fuesen nuevas versiones de la amabilidad y de su voluntad conciliadora.

Asaeteada por las dudas, esas que todos los espectadores vamos coleccionando a medida que la serie avanza y que, finalmente, se despliegan ante los ojos de Penny como el álbum de cromos de la tristeza cuando Ollie le espeta que la acosadora, la que le ha hecho la vida imposible, es ella. Robyn Malcolm le , por eso su interpretación en  es la . Qué más da.