
Fotograma de 'Vera'
Las detectives de Filmin: tres series policiales que se alejan de la testosterona
Aunque están lejos de la excelencia, 'Vera', 'Inspectora Ellis' y 'Boglands' vienen a refrescar un género casi siempre masculinizado.
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Con los termómetros al borde del estallido por culpa de este tórrido verano, nada mejor que apaciguar tanto sofoco con un trío de ficciones confortables que vienen a refrescar el casi siempre masculinizado mundo del drama policial. Filmin, a la que Shetland le ha demostrado que el género sigue contando con adeptos tan numerosos como incondicionales, acaba de estrenar un trío de procedimentales ideales para estos días de bochorno (y no solo climático).
Vera
Kate Bartlett, 2011-2014
Vera Stanhope (Brenda Blethyn) no es una inspectora al uso. A mitad de camino entre la señora afable y la vecina chismosa, apartada de cualquier tipología de belleza asociada al género y con una dieta rica en azúcares —lo mismo devora pastelillos de crema que cena whisky—, Vera es, a su manera, genuina.
No es casual que una dama de la escena británica como Brenda Blethyn, la Cynthia de Secretos y mentiras (Mike Leigh, 1997) o la Mrs. Bennett de Orgullo y prejuicio (Joe Wright, 2005), se sintiese atraída por este personaje creado por la novelista Anne Cleeves, también responsable de Shetland (VV.AA., 2013-?), que la productora Kate Bartlett se empeñó en adaptar para la pequeña pantalla.
A lo largo de 14 temporadas —Filmin acaba de estrenar las cinco primeras y el 29 de julio lanzará otras seis entregas— la dos veces nominada al Oscar ha encarnado a esta detective cuya peculiar manera de relacionarse con su entorno, y en especial con las personas a las que aprecia, la distingue de homónimas como la mucho más agradable Miss Marple o la vivaz señora Fletcher (Angela Lansbury) de Se ha escrito un crimen (Peter S. Fischer, William Link & Richard Levinson, 1984-1996).
No es ya que Vera Stanhope se mueva en un entorno estrictamente profesional y mucho menos ‘agradable’ que el de las dos improvisadas detectives citadas, sino que su carácter atiende a modelos menos ortodoxos.
Carece del atractivo de otras colegas catódicas como la ‘Pepper’ Anderson (Angie Dickinson) de La mujer policía (Robert E. Collins, 1974-1978), y no posee un tipo de personalidad especialmente convulsa como la de Jane Tennison (Helen Mirren) de Principal sospechoso (VV.AA, 1991-2006).
Aun así, Vera se maneja de manera muy particular con sus seres cercanos. La serie, que se compone de episodios autónomos de unos 90 minutos de duración, arranca con ‘Hidden Depths’ en el que nuestra protagonista nos es presentada realizando un corto viaje junto con su subalterno Joe Ashworth (David Leon). Los dos se dirigen a un pequeño ferry desde el que lanzarán las cenizas del marido de Vera, que acaba de fallecer. Sin embargo, ella no bajará de su coche y será Ashworth el que complete el encargo.
Si ya desde ese arranque entendemos la relación tirante que Vera tenía con su esposo —motivo recurrente a lo largo de todo el capítulo—, ese inicio también nos servirá para observar cómo trata a Ashworth, el hijo que nunca ha tenido. Sobre el que, sin embargo, levanta un perímetro de seguridad en el que el trabajo funciona como una llamativa cinta amarilla que evita la creación de vínculos demasiado estrechos.
Aquí no se trata de entrar al detalle en el desarrollo de los casos —como Shetland es una serie solvente en el terreno procedimental—, algo que daría para una enciclopedia, sino de atender a los rasgos diferenciales del personaje. ¿Qué hace de Vera una gran detective? No es su gran capacidad deductiva, ni tampoco un físico preparado para la acción. Su principal cualidad pasa por sus dotes de observación, algo que el director Adrian Shergold se encarga de marcar ya desde el principio.
Vera mira mucho. Y lo hace con suma atención. Observa, a través de un pequeño telescopio para turistas, cómo Ashworth lanza las cenizas del difunto marido al río, de manera que la mirilla recorte su ojo, destacándolo como elemento definitorio del personaje, pero también como esencial herramienta de trabajo.
Cuando, acto seguido, se presenta en la escena del crimen, un primer plano de su rostro mientras camina dará paso, por corte directo, a un plano subjetivo, su mirada fijándose en cada detalle del entorno en el que se ha cometido el asesinato y reparando en las personas que deambulan por los alrededores. Su talento para la observación y su astucia hacen que Vera sea otra cosa, quizá por eso haya estado 14 años en antena.

Fotograma de 'Inspectora Ellis'.
Inspectora Ellis
Sian Ejiwunmi-Le Berre & Paul Logue, 2024
Si trazásemos una línea evolutiva dentro de la teleficción procedimental británica con mujeres al frente, el eslabón que media entre Vera Stanhope y la inspectora Ellis (Sharon D. Clarke) lo representa Catherine Cawood (Sarah Lancashire), protagonista absoluta de Happy Valley (Sally Wainwright, 2014-2023). Si nos ceñimos a la presencia de lo femenino dentro del policíaco atendiendo a los papeles protagónicos, estas tres DCI’s suponen una ampliación del espectro representacional y rompen con los clichés del género.
En primer lugar por cuestiones de edad, con mujeres de más de 50 años asumiendo el rol principal. También en lo relativo a su posición social, pues ninguna de ellas se integra en el seno de una familia nuclear al uso, más bien al contrario, pues las tres ven cómo lo familiar no es más que una fuente de conflictos (de distinto grado). Y después está su composición psicológica.
Pensemos en Catherine Cawood como piedra de toque: una sargento tenaz, inflexible, con mala baba, inteligente y desconfiada, honesta y con un sentido del humor a prueba de desgracias (su biografía es un vía crucis, acuérdense).
Pues bien, la inspectora Ellis le añade el componente racial a esta estirpe de heroínas a contrapelo, pues no cumplen ni con las características etarias, físicas y morales de las heroínas canónicas. Ellis apenas se habla con su hija Grace —del marido no hay ni rastro— y vive consumida por un trabajo policial itinerante que la lleva a ir de caso en caso tratando de resolver aquellos crímenes que los agentes locales son incapaces de desentrañar.
La autoridad que le confiere su puesto choca contra un código institucional refractario al cromosoma XX. Cuando la inspectora Ellis se presenta en una comisaría todo el mundo espera a un hombre, nunca a una mujer afrobritánica de mediana edad (nótese que en inglés no hay distinción de género para el cargo de inspector). Su lucha es doble: por un lado, tendrá que cerrar los casos que nadie acierta a zanjar y, por el otro, deberá hacer frente a los prejuicios que recaen sobre ella y que tienen que ver con su sexo, su raza y su rango.
Ahora bien, al igual que Cawood, la inspectora Ellis es pragmática y expeditiva. Se comporta con deferencia con respecto a sus compañeros y subalternos, e incluso con cierto estoicismo fingido para no remover demasiado unas aguas en las que podría ahogarse en un descuido, pero cuando las situaciones exigen que su dureza de temperamento emerja, esta aparece al instante.
En el primero de los tres episodios de 90 minutos que componen la que, hasta el momento, es la única temporada de la serie, Ellis practica un interrogatorio al padrastro de una niña desaparecida. En su móvil hay unas fotos de la chica que lo comprometen y el sospechoso no parece tener ganas de colaborar.
Hasta ese momento, la inspectora había procedido con cierta calma, incluso situándose en un segundo plano, dejando que sus compañeros condujeran las inquisiciones. Hasta que a Ellis se le hinchan los ovarios y pasa a la acción, y otro tanto sucede con la cámara de Nick Hurran que, manejando distintas angulaciones, desde ligeros contrapicados que magnifican la figura de la policía, hasta un picado que denota su ascendencia sobre el sospechoso, hacen que Ellis se convierta en la reina del baile.
Aunque es cierto que esta inspectora cuenta con menos matices que Vera Stanhope —habrá que ver qué pasa si su carrera se alarga—, y que se asemeja mucho a Catherine Cawood, la introducción de componente racial nos ofrece una nueva perspectiva dentro de este procedimental desarrollado con corrección (de nuevo la sombra de Shetland sobrevolando la serie, pues comparten al guionista Paul Logue).

Fotograma de 'Boglands'
Boglands
Philip Doherty, Doireann Ní Chorragáin & Richie Conroy, 2024
Hagamos un poco de trampa. En Boglands no hay una detective. Al menos no una detective al uso que ejerza como protagonista. Estamos ante una miniserie coral de 6 episodios ambientada en el pequeño pueblo de Gweedore, en la costa atlántica de Irlanda.
Un buen día aparece una mano con un reloj en uno de los pantanos que rodean la población. La extremidad corresponde a la madre de Conall Ó Súilleabháin (Dónall Ó Héalai), un policía local, que llevaba más de quince años desaparecida. El parentesco impide a Conall encargarse del caso, por lo que se servirá de su ayudante, el pavisoso Barry (Alex Murphy), para seguir con sus indagaciones.
Con lo que no cuenta Conall, y aquí es donde aparece nuestra detective, es con la aparición de Ciara-Kate (Hannah Brady), una periodista y podcaster de programas de true crime que, aprovechándose también de un tierno Barry al que no dudará en seducir, hará sus propias pesquisas. Por cierto, y antes de dejar a Barry a un lado, el estereotipo de compañero bobo y de buen corazón empieza ya a cansar… También aparece en Inspectora Ellis, representado por el ayudante Harper (Andrew Gower).
Boglands es una serie pensada por un turoperador en colaboración con la Real Academia de Gaélico y ejecutada con primor por un realizador publicitario experto en viajes. Su formato apaisado y los numerosos planos de transición dedicados al paisaje costero contribuyen a la venta del entorno para futuros visitantes, mientras que el uso del gaélico como idioma principal la convierte en una herramienta de defensa y supervivencia de la lengua (algo que queda expresado en el dossier de prensa que acompaña la serie).
Como ejercicio de género es mucho más pobre que las otras dos series citadas en este texto, sobre todo porque todo se desarrolla de manera caprichosa, con personajes que se deciden a contar las cosas 15 años después de que sucediesen y con demasiados secretos largamente guardados que se revelan oportunamente. Por no hablar de todas esas casualidades que conducen a la resolución del caso, como por ejemplo el hecho de que Barry encuentra un móvil perdido (y fundamental) cuando lo relegan a ordenar un almacén.
Lo más interesante se encuentra en el diseño de los personajes principales. Primero Conall, un miembro de la Garda con brotes violentos —la primera secuencia es muy significativa—, indisciplinado y con un sentido de la justicia que con demasiada frecuencia no coincide con lo que establece la ley. Y después Ciara-Kate, una reportera arribista, perspicaz y con las ideas claras que está dispuesta a hacer lo que sea necesario, no tanto por resolver el misterio, como por ser la primera en contarlo y darle un impulso a su carrera.
En ese sentido, en tanto coprotagonista extemporánea que se aparta de lo normativo, que posee un código moral dudoso y que, aún así, no se sitúa en la posición de antagonista; podemos ver a Ciara-Kate como otro ejemplo más de las nuevas mujeres que habitan el policíaco contemporáneo.