Un fotograma de 'Días mejores', dirigida por Adolfo Valor y Cristóbal Garrido

Un fotograma de 'Días mejores', dirigida por Adolfo Valor y Cristóbal Garrido

En plan serie

Series españolas: bienvenidos a la televisión generalista de plataformas

Calibramos el nivel de la cosecha anual de las producciones estrenadas hasta el primero de septiembre de 2022. La añada no se presenta halagüeña.

16 septiembre, 2022 13:39

-Papi, ¿de verdad es necesario?

Quién me lanza la pregunta es mi mujer, pregunta habitual, por otra parte. La viste con un apelativo cariñoso, que nada tiene que ver con una paternidad inalcanzada e inalcanzable, fruto de nuestro reciente viaje al Perú y de su divertida e incontrolable querencia por adoptar dejes idiomáticos, acentos y modulaciones orales propias de allá donde nos desplazamos sin importar el tiempo de permanencia en esos lugares más o menos remotos (si ese territorio se convierte en residencia habitual, la mímesis fonética es sorprendente, incluso para mí, que llevo años a su lado, escuchándola moldear el castellano o el catalán como si hubiese nacido en Betanzos o en Mondragón, deformándolo gozosamente en función de la ciudad en el que nos ha tocado vivir).

A lo que íbamos. Su pregunta, interpuesta como un acuse de recibo en una carta matasellada, vino precedida del anuncio de mis intenciones a propósito de escribir un texto sobre las series españolas estrenadas hasta el primero de septiembre de 2022, para así ir calibrando el nivel de la cosecha anual.

[Más allá del anillo: las otras series de septiembre que merecen la pena]

Sabiendo como ella sabía que mis apreciaciones para con las teleficciones que había podido ver hasta el momento, todas referidas a ese periodo que abarca los ocho primeros meses del año, estaban lejos de ser positivas, profirió aquel interrogante para que yo, a su vez, me preguntara si, de verdad, valía la pena exponer públicamente tal escrutinio.

-Papi, ¿de verdad es necesario?

La respuesta siempre -casi diría que de manera indefectible- es sí. Y es una afirmación porque abjurar del análisis de nuestras producciones conduce únicamente a la prevalencia de las operaciones de marketing y publicidad, que terminan imponiendo su presencia en los medios, presencia que se ve engrandecida por la falta de una contrapartida crítica que examine todos aquellos aspectos -principalmente narrativos y estéticos- que ni a la numerología mercadotécnica ni a los voceros promocionales, aquellos que creen que apoyan a la industria hablando bien de todo lo que lleve el famoso sello de ‘marca España’, les interesan.

Conviene matizar que el presente artículo no busca tanto presentarse como un catálogo exhaustivo, como una imposible revisión de las decenas de estrenos nacionales que vieron la luz a partir del uno de enero de este año, si no, más bien, como una enumeración de ciertas tendencias detectadas a partir del visionado de un buen puñado de teleseries cuyo éxito puede medirse en función de factores como su inmediata renovación, su probada fiabilidad en distintas cadenas/plataformas o los datos de visionados facilitados siempre (y esto hay que tenerlo en cuenta) por la parte interesada.

'Alba'

'Alba'

La hipótesis de partida, formulada tras deglutir unas cuantas horas de teleficción patria, vendría a decir que, tras un fulgurante 2020 atravesado por una retahíla de títulos importantes en virtud de sus logros expresivos, la estela de la excelencia fue apagándose a lo largo del año siguiente, dejando todavía algún que otro destello como el cierre de la trilogía protagonizada por Juan Carrasco, para quedarse en apenas un rescoldo en este 2022.

Ese agotamiento creativo se traduce en la recuperación de una serie de estándares propios de la televisión generalista española afianzada en la década de los 90, patrones que, con ligeros matices, se resumen en la conversión de la puesta en escena en un manual infantil para aprender a dibujar. El diseño visual queda reducido al papel de obediente chófer que pasea, en el asiento trasero del coche, al guion como si éste fuese Miss Daisy, un paseo plácido por una alameda recién asfaltada.

El problema es que buena parte de los guiones tiene la misma fuerza que un Diane 6 con el motor gripado y que, por más que en el apartado temático algunos de ellos se alejen de la blancura crítica que nos brindaban las series noventeras, o que amplíen el marco geográfico de nuestra teleserialidad huyendo de las localizaciones centralistas, su alcance es muy limitado.

Quizá los dos mejores ejemplos para demostrar que las decisiones de producción de las plataformas -y hablo del contexto español- cada vez se parecen más a las de las cadenas generalistas sean, precisamente, dos series como Alba (Carlos Martín & Ignasi Rubio, 2021) y Entrevías (Aitor Gabilondo & David Bermejo, 2022).

Las decisiones de producción de las plataformas españolas cada vez se parecen más a las de las cadenas generalistas

La primera, adaptación de la telenovela turca ¿Qué culpa tiene Fatmagul? (Melek Gençoglu, Ece Yörenç & Vedat Türkali, 2010) trasladada a la Costa Blanca valenciana, viene a certificar la adaptabilidad de las series de cadena a distintos contextos. Primero la estrenó Atresplayer, el canal de streaming de Atresmedia, y ello no supuso ningún impedimento para que, cuando pasó a emitirse en abierto (Antena 3), cosechara unos excelentes datos de audiencia (13,6 % de cuota de pantalla y 1,6
millones de espectadores de media).

Pero aún hay más. En virtud del acuerdo existente entre la corporación española y Netflix, Alba se lanzó en la plataforma y, en su primera semana, se colocó como la cuarta serie de habla no inglesa más vista, con más de 19 millones de horas de visionado.

Por lo demás, la adaptación que firman Carlos Martín e Ignasi Rubio se mantiene en pie gracias al excelente trabajo de Elena Rivera y a su habilidad para conectar la trama original con temas de actualidad como las violaciones grupales (inevitable no pensar en el caso de ‘La manada’). Más allá de esos dos apuntes, nos encontramos ante un guion efectista que aprovecha los lapsus memorísticos de determinados personajes para calzar sus plot twists y ante una puesta en escena tan plana como la playa de Sant Joan.

'Entrevias'

'Entrevias'

Otro ejemplo ilustrativo de estas series que, como las plantas epífitas, crecen allá donde tengan a qué agarrarse es Entrevías. Si Alba, siguiendo la decisión tomada hace unos años por el departamento creativo de Atresmedia, ya se adecua a los estándares de duración internacionales (capítulos de 50 minutos), este híbrido entre drama familiar y narcothriller protagonizado por José Coronado sigue alargándose hasta los 70 minutos por episodio sin resentirse, al menos en lo que número de espectadores se refiere.

Si la producción de Alea Media para Mediaset cerró su andadura por Tele 5 con un 15,7% de share y una media de 1,7 millones de espectadores, su aterrizaje en Netflix acumuló más de 20 millones de horas de visionado alcanzado el Top 3 de series de habla no inglesa más vistas en su semana de estreno.

Entrevías tiene su intríngulis. El Tirso Abantos que encarna Coronado es un viejo capitán de las fuerzas armadas de esos que solo dejaría entrar papeletas de Vox en las casetas electorales. El actor madrileño se mueve como un jugador profesional en un partido de solteros contra casados cuando se mete en la piel de tipo duro sin remilgos, ya sea en su versión más lacónica (cuando lo dirige Urbizu) o en esta vertiente más locuaz en la que los afilados y afinados diálogos de David Bermejo -en la mejor tradición de la novela hard boiled- lo transforman en una suerte de Walt Kowalski (el Clint Eastwood de Gran Torino) de verborrea inteligible.

El otro pilar sobre el que se sostiene Entrevías es Luis Zahera en el papel de Ezequiel, un volcánico policía con un pie en el departamento y el otro en el crimen organizado. Zahera es una remachadora de réplicas con la velocidad de una ametralladora Minigun, un portento de la dicción, de la mofa hiriente y del chascarrillo extemporáneo.

Coronado y Zahera son los contrafuertes de una función estirada como la carrera de un boxeador que se ha pulido sus ingresos, con situaciones que se reiteran una y otra vez (¿cuántas veces queda expresado verbalmente el problema que supone para Tirso convivir con su nieta adolescente, metida en un truculento asunto de tráfico de drogas?) y con un cúmulo de coincidencias, necesarias para que la trama avance, que haría las delicias de cualquier astrólogo.

La cuestión temática y contextual no hay que dejarla de lado. En un país como este -y como tantos otros- en el que el huevo de la serpiente de la extrema derecha ya ha eclosionado, la ambivalencia con la que se abordan asuntos como la inmigración, la delincuencia y la depauperación de determinadas barriadas da lugar a lecturas sumamente contradictorias, por más que Entrevías esté adherida a la actualidad como una garrapata a la piel de un perro callejero. No es casual que diversas asociaciones vecinales hayan clamado contra la descarnada imagen que la producción de Mediaset ofrece del lugar en el que viven. La cosa da que pensar.

El buen funcionamiento a nivel internacional de producciones testadas con éxito en nuestro país puede verse como un acicate para las plataformas a la hora de apostar por ficciones que no se aparten de esas pautas, con costes muy controlados y, a la vista está, excelentes rendimientos. Días mejores (2022) se inscribe dentro de esa corriente.

Tras su fallida pero arriesgada Reyes de la noche, Adolfo Valor y Cristóbal Garrido firman una tragicomedia vitalista sobre cuatro personas que han perdido a sus parejas en distintas circunstancias. Las sesiones de terapia, conducidas por la doctora Laforet (Blanca Portillo), suponen el nexo de una historia que se bifurca para explorar las vicisitudes personales de cada uno de ellos e ir hilvanándolas, mezclando las distintas perspectivas.

El problema está en que Días mejores puede seguirse mientras uno hace la cena o una maqueta de la Torre Eiffel con cerillas. No es necesario prestar atención a sus imágenes porque con tener las orejas pendientes de la banda de sonido
basta para capturar sus giros; incluso las notabilísimas actuaciones de Blanca Portillo, Francesc Orella y Marta Hazas se captan solo ateniendo a su trabajo oral.

Por si no fuera suficiente, el uso enfático de la música de Julio de la Rosa se encarga de señalarnos cuándo y cómo debemos emocionarnos, algo que también se observa en Entrevías, sobre todo en la recargada secuencia final del capítulo piloto, en la que el tiro de cámara, la actuación de Nona Sobo y la partitura de Víctor Reyes nos piden (literalmente) a gritos que nos desgarremos ante nuestro televisor.

Hay, pues, un sometimiento de la imagen a la dramaturgia en el que la realización sustituye a la dirección, en tanto en cuanto las situaciones planteadas no vienen acompañadas de un trabajo de puesta en escena que sitúe en el mismo plano expresivo al diseño visual y al dramático.

En Días mejores, una serie en la que se establecen distintas relaciones de ascendencia entre la doctora y sus pacientes, no se observa el más mínimo interés por aplicar conceptos como la altura o la posición que ocupan los personajes en el encuadre para fijar el estado de las cosas entre ellos, algo que se observa claramente en una propuesta de distinta filiación genérica pero tan o más hablada que ésta como es Mindhunter (Joe Penhall, 2017-2019).

Aquí, y en Alba o en Entrevías, asistimos a la reducción de la ortodoxia clásica a su funcionalidad narrativa más elemental.

Las cosas, sin embargo, siempre pueden ir a peor. El original de Netflix que ha roto estadísticas en este 2022 es Bienvenidos a Edén (Joaquín Gorriz & Guillermo López Sánchez, 2022-?), que en sus primeros 20 días acumuló la friolera de 116.970.000 horas de visionados. Su premisa ya activaba en tu cerebro el nivel de alarma DEFCON 2: la invitación a un evento promocional derivaba en la captación de nuevos feligreses por parte de una secta.

A tan atrevido planteamiento le siguen una serie de catastróficas decisiones de guion en la que los púberes invitados al sarao parecen afectados por alguna debilidad mental, pues nunca se interrogan sobre todo aquello que les sucede, ni les importa que les monitoricen con GPS, o que les requisen los móviles o que unos tengan acceso a la bebida que saldrá al mercado y otros no…

Aquí, en un inaudito ejercicio de coherencia, las arbitrariedades del argumento se trasladan a una puesta en escena propia de estudiantes de Comunicación Audiovisual recién graduados en una escuela pija que se han llevado el dron al viaje de fin de curso. Inenarrable. Tendrá segunda temporada, claro.

Y es que a la compañía de la gran N roja las denominadas series high-concept -esto es, basadas en premisas rompedoras- no le están funcionando. Sin llegar a los disparatados extremos de Bienvenidos a Edén, las dos propuestas adscritas al fantástico que Netflix ha lanzado este año se disuelven como una aspirina en una piscina olímpica una vez superado el piloto. Nos referimos a Feria: la luz más oscura (Agustín Martínez & Carlos Montero, 2022) y a Alma (Sergio G. Sánchez, 2022).

Por cierto, otra diferencia con respecto a las series de cadena generalista de toda la vida la encontramos en la exploración de géneros infrecuentes en la televisión de épocas no tan pasadas.

'Feria: la luz más oscura'

'Feria: la luz más oscura'

En Feria, dos hermanas residentes en un pequeño pueblo andaluz (¿recuerdan lo de la diversidad geográfica?) descubren que sus padres forman parte de una secta después de que 23 personas aparezcan muertas a la salida de una mina situada en la periferia de la localidad (por lo visto, a Netflix el tema sectas le funciona). Policías, investigaciones, ritos ancestrales, mitología oscura, malditismo … Todo muy sugerente, hasta que uno observa como los mantenedores del culto se pasean por el pueblo con demasiada frecuencia y empieza a preguntarse cómo palmaron más de dos decenas de personas de aquel pueblito sin que nadie sospechase nada.

También puede sorprenderse gritándole a la tele cuando ve que la inspectora interpretada por Patricia López Arnaiz se interna en la mina de la que, como hemos visto en un video de seguridad, han salido 23 personas en pelota picada para morirse nada más dejar atrás la entrada (no sé, igual es peligroso, igual conviene llevar mascarillas, un mínimo dispositivo de seguridad, ALGO).

Después están los flashbacks para recordarte algo que te han contado hace dos secuencias y los continuos subrayados emocionales (esa secuencia de las dos hermanas abrazadas en la ducha, filmada con un cenital con la música violando cualquier normativa municipal sobre el ruido) y uno empieza a lamentar el escaso poder de convocatoria de los líderes de la secta, que bien podrían haber inducido al suicidio colectivo a todo el pueblo y finiquitar el asunto en el primer episodio.

En Alma, un extraño accidente de autobús acabara con las vidas de varios estudiantes en su regreso de viaje de fin de curso. Alma (Mireia Oriol) es una de las pocas supervivientes, pero no recuerda nada del desastre ni de su pasado (que incluye a una hermana gemela muerta). La reconstrucción de los hechos, en la que están involucrados varios personajes y que articula otros tantos puntos de vista, queda contaminada por la presencia de un ser sobrenatural vinculado al lugar del suceso (ahora estamos en Asturias).

La multiplicidad de subtramas hace que la serie parezca que vaya a arrancar de nuevo en cada episodio y la visible desigualdad entre unas tramas y otras termina por sumirla en el pozo de la indecisión, tanto que uno no sabe si está viendo un remake de El arte de morir (Álvaro Fernández Armero, 2000) o un drama adolescente sobre el duelo. De nuevo, en lo que parece ser un recurso marca de la casa, una competición de orquestas filarmónicas atesta la banda sonora, los trucos de guion a golpe de flashback salsean el relato y los irremediables drones nos emborrachan los ojos con la belleza del paisaje astur.

Un fotograma de 'La noche más larga'

Un fotograma de 'La noche más larga'

Creo que esa manera de estructurar los guiones le debe mucho a un éxito como La casa de papel (Álex Pina, 2017-2021). Recurrir a la analepsis para resolver problemas del presente narrativo -es decir, jugar con dos barajas- se ha vuelto un recurso común que se observa en buena parte de las propuestas hasta ahora citadas y que se emplea a discreción en la inconsistente La noche más larga (Víctor Sierra & Xosé Moráis, 2022), un drama carcelario en el que las manos de los creadores se dejan ver en cada golpe de efecto, en cada intento por girar una trama que sacrifica la lógica interna y la verosimilitud en aras de una tensión pirotécnica e impostada.

Un asesino en serie, Simón Largo (Luis Callejo), trasladado a una cárcel/psiquiátrico el día de Nochebuena. Un alcaide que se ve obligado a pasar allí la noche con sus dos hijos pequeños (mientras le secuestran a la mayor). Y un asalto al penal para que Largo no salga vivo de allí. Es decir, un arranque que funciona por acumulación y un arsenal de secretos que irán revelándose a conveniencia -a los que hay que sumar los de los internos- y que alargarán lo que prometía ser una noche de acción hasta las casi cinco horas de metraje (menos mal que Howard Hawks no puede verla).

Por cierto, estamos ante un thriller en el que un comando parapolicial demuestra tener tanta puntería como Rompetechos ciego de Anís del Mono, tan poca que son incapaces de darle un tiro a un tío que conduce un coche por un estrecho pasillo en el que los tiradores están cartesianamente apostados.

Mayor solvencia se aprecia en el diseño de Intimidad (Laura Sarmiento & Verónica Fernández, 2022), drama femenino y feminista que, previo paso por el tamiz de la ficción, establece un diálogo entre los casos de Olvido Hormigos y Verónica Rubio, la empleada de Iveco que se suicidó en mayo de 2019, ambos desencadenados por un hecho similar: la difusión no consentida de un vídeo con contenido sexual. La voz en off de Ane (Verónica Echegui) alicata este mosaico de retratos femeninos en el que una concejala aspirante a la alcaldía de Bilbao (¡kaixo Euskadi!) y la trabajadora de una fábrica sufren las duras consecuencias de la violación de su intimidad.

El portentoso elenco de actrices que habita la producción, amén de unos personajes que buscan complejizar la feminidad, explorarla desde distintos ángulos, no siempre positivos (basta ver a la jefaza del partido encarnada por Emma Suárez), establece una pertinente conexión con un ramillete de realidades poco frecuentadas por nuestra teleficción.

Ahora bien, Intimidad confunde militancia con admonición y sobrecarga su discurso poniéndolo en boca de tantos personajes como puede, como si las situaciones por las que atraviesan la vicealcaldesa interpretada por Itziar Ituño o Begoña (Patricia López Arnaiz), la hermana de Ane, no fuesen lo suficientemente elocuentes como para describir las fallas del modelo de sociedad actual y la necesidad de incrementar los índices de sororidad para hacer un frente común que ponga freno a conductas atávicas y desagradables.

Tampoco ayudan las tramas accesorias destinadas a apuntalar la tesis de la serie -toda la que incumbe a Alicia (Ana Wagener), inspectora de la Ertzaintza, es directamente prescindible- ni la pobre caracterización de algunes rolos secundarios, amén de una realización que parece empeñada en que los fotogramas de la serie sean reutilizados por la Oficina de Turismo de la capital vizcaína.

Así pues, la pieza nacional más valiosa de entre cuantas pasaron a formar parte del catálogo de la compañía radicada en Los Gatos en este 2022 sigue siendo 800 metros (Elías León Siminiani & Ramón Campos, 2022), estrenada en el ahora lejano mes de marzo. Sigue siendo válido aquello que dijimos sobre esta producción de Bambú durante su puesta de largo en el Festival de Málaga, así que perdónenme la autocita a propósito de este documental de tres episodios sobre los atentados que el 17 de agosto de 2017 causaron 16 muertos y 152 heridos en Barcelona y Cambrils.

“El director de Mapa (2012) vuelve a demostrar su dominio del montaje en esta docuserie que se devora de un tirón (son 150 minutos que pasan volando) y en la que la equilibrada disposición de los distintos recursos es ejemplar. A saber: el trabajo de investigación del periodista Nacho Carretero y la escritora Anna Teixidor (cuya incorporación al equipo se produjo tras su entrevista para la serie), las reconstrucciones infográficas, las entrevistas a policías y a jueces (pero también a las trabajadoras sociales de Ripoll, ciudad en la que se formó la célula terrorista) y un valiosísimo material de archivo que incluye las conversaciones entre los yihadistas y los vídeos que ellos mismos registraron durante la preparación de los ataques”.

El sentido del ritmo, la toma de posición y la rigurosa organización del material hacen de 800 metros un trabajo de fuste, por más que sea una prolongación (con ligeras variaciones) de lo que el tándem Siminiani-Campos viene haciendo desde la intachable El caso Asunta (2017).

La productora gallega, que trabaja indistintamente y de manera infatigable para cadenas y plataformas, cultiva un sinnúmero de géneros y, además del documental arriba citado, estrenó para Apple TV la ficción transoceánica Now & Then (y en septiembre lanzará en Prime Video un divertimento en la estela de las novelas de Agatha Christie titulado Un asunto privado).

Con Gideon Raff (Homeland) metido en tareas creativas y con un reparto de campanillas (Maribel Verdú, Soledad Villamil, Rosie Perez, Zeljiko Ivanek, Eduardo Noriega, etc.), esta producción rodada en Miami partía de una premisa que alargaba las coordenadas temporales de Sé lo que hicisteis el último verano (Jim Gillespie,1997): si en la película escrita por Kevin Williamson pasaba un año desde que los autores involuntarios de un homicidio recibían una nota anónima en la que se les advertía que alguien los había visto, en Now and Then transcurren dos décadas entre el crimen y el aviso.

Su propia estructura desemboca en una aparatosidad provocada por esa organización en dos tiempos con constantes idas y venidas del presente al pasado de los personajes. Su desarrollo trompicado recuerda a aquel momento de La ciudad de Nueva York contra Homer Simpson en la que el protagonista decide marcharse con su coche a pesar de tener un cepo puesto.

Tampoco ayudan las conductas de algunos personajes, como es el caso de Isabel (Juana Acosta), esposa de uno de los involucrados en el crimen que observa cómo, de manera reiterada, su marido abandona la casa familiar a horas intempestivas y sin dar explicación alguna (o dando explicaciones que nadie podría creer ni aunque llegasen acompañadas de un maletín lleno de oro), cosa que a ella le parece de lo más normal.

Un fotograma de 'Rapa'

Un fotograma de 'Rapa'

No abandonemos Galicia y vayamos de Bambú Producciones a Portocabo, la compañía capitaneada por los hermanos Pepe y Jorge Coira, responsables de uno de los éxitos de Movistar Plus de este 2022 (o, al menos, eso se desprende de su renovación para una segunda temporada). Hablamos de Rapa, una suerte de continuación de Hierro en la que la isla canaria troca en el neblinoso paisaje de Cedeira y en la que, por fortuna, la química entre la pareja protagonista formada por Javier Cámara y Mónica López cristaliza en una interacción más armónica que la vista en Hierro, en la que Candela Peña y Darío Grandinetti parecían tomar parte en dos series distintas.

Y ese equilibrio en el registro no es fácil, sobre todo porque Cámara ha de hacerse cargo de un personaje antipático, un profesor de instituto aquejado de ELA, metomentodo, solitario y hosco, que presencia un crimen de manera fortuita y que, entre aburrido y apremiado por buscarse alguna razón para seguir viviendo sin pensar en su enfermedad, se ve empujado a convertirse en un improvisado detective. Su involuntaria socia será una inspectora de la Guardia Civil (Mónica López), encargada de la investigación oficial.

Los hermanos Coira, esta vez junto a Fran Araújo, arriesgan en esta propuesta abierta en dos por una elipsis, salpicada por incidentes tangenciales a la trama principal y sin ningún misterio por resolver, puesto que el autor del asesinato sobre el que se indaga, el de la alcaldesa del pueblo, nos es revelado a las primeras de cambio. Prevalece la descripción sobre la intriga, el porqué sobre el quién, la construcción de un microcosmos emponzoñado por la corrupción, el tráfico de influencias, la depauperación económica y las viciadas relaciones sociales y familiares.

Es una pena que, contando solo con seis episodios, Rapa se abra a temas como el maltrato, como si hubiera alguna agenda a la que atenerse, levantando una subtrama que funciona casi de manera independiente o que, como mínimo, posee peso específico suficiente (y diferenciado) como para dar pie a una nueva serie. La elipsis central también anula la supuesta ascendencia de algunos personajes. El caso más claro es el del superior de Maite (Mónica López) interpretado por Jorge Bosch, un rol al que los guionistas se esfuerzan por dotar de enjundia para luego borrarlo de un plumazo.

Ahora bien, al contrario que muchas otras producciones, aquí el paisaje tiene más valor que el de una postal, es determinante para el planteamiento dramático y contribuye a crear una atmósfera irrespirable (por más que la puesta en escena también se vea afectada por el tan común mal de dron).

La otra apuesta con sello (parcialmente) gallego de Movistar Plus es uno de sus mayores triunfos hasta la fecha. Hablamos de La unidad, junto con Mira lo que has hecho, Vergüenza y Skam, la serie más longeva de la plataforma, puesto que, como aquellas, también tendrá una tercera temporada. Mis argumentos sobre el proyecto desarrollado por el guionista Alberto Marini y el director nacido en Monforte de Lemos, Dani de la Torre, ya quedaron expuestos en su momento, y dado que esta segunda temporada transita por los mismos derroteros, tampoco es cuestión de reiterarnos gratuitamente.

Baste con señalar que, además de todos los problemas concernientes al diseño de personajes y a una realización en la que el espectáculo anula cualquier lógica dramática, aquí el flirteo con la xenofobia aumenta desde el instante en que se decide convertir en villano de la función a un potentado musulmán que se dedicaba a reinsertar a jóvenes que habían caído en las redes del terrorismo islamista (todo ello sin ofrecer ningún rol alternativo, incluso diría paliativo).

La añada, pues, no se presenta halagüeña, al menos si uno atiende a la parte de la cosecha que le ha tocado recolectar, sabiendo siempre que hay parcelas a las que es imposible llegar por falta de tiempo (de Sin límites a unos cuantos documentales) y otras en las que no era necesario adentrarse por haber sido reseñadas con amplitud (Operación Marea Negra, Nasdrovia) o porque traerlas a colación solo serviría para aburrirles con algunos de los razonamientos ya empleados para hablar de Bienvenidos a Edén (pienso en la segunda temporada de Paraíso, en la desopilante a su pesar Todos mienten o en la, para mi tristeza, acartonada Sentimos las molestias).

De todos modos, me gustaría terminar con dos ficciones adolescentes con escasa presencia en los medios y que despiertan en mí mayor interés que la mayoría de las propuestas vistas hasta la fecha, incluidas sus competidoras (léase Cómo mandarlo todo a la mierda, La edad de la ira o la enésima temporada de Élite).

Un fotograma de 'Fanático'

Un fotograma de 'Fanático'

La primera es Fanático. Cinco capítulos cuya brevedad se acorta todavía más a medida que avanza. Su duración total no alcanza los 100 minutos. Y tiene todo el sentido del mundo. Es la historia de Lázaro (Lorenzo Ferro), un joven repartidor de comida a domicilio, un pícaro abocado a una vida precaria, que ve una oportunidad de oro cuando Quimera, una estrella del trap, fallece en pleno directo. Lázaro es idéntico a él, así que no le dolerán prendas en postularse como su inmediato sustituto.

A medida que asciende en la escala del éxito, los capítulos se acortan (de los 21 minutos del piloto a los 14 del quinto), señal inequívoca de lo efímero de la fama. Una fama que se alcanza con una mezcla de astucia y oportunismo, también cayendo en un desagradecido desarraigo que aparta de tu vida a aquellos que te quieren y a los que se supone que algún día quisiste pero que ya no están a la altura de tu estatus. En ese sentido, Fanático deja claro, a través del discurso de la madre y de la novia de Lázaro, que lo del get rich or die tryin no va con todo el mundo, que sigue habiendo gente honrada a la que le basta con vivir de su curro, por humilde que este sea.

La realización de Roger Gual se muestra atenta a la hora de adaptarse a los ritmos, las texturas y los formatos audiovisuales con los que interactúan sus protagonistas (es casi una serie ticktocker) y retrata de manera despiadada una escena musical a la que no le importa devorar a sus ídolos si ello le permite mantenerse a flote y con los índices contables en perfecto estado de salud (eso sí, algunos personajes, como el interpretado con cabrona socarronería por Eva Llorach, desprenden el conocido aroma del cliché).

Pongamos el punto final recuperando Ser o no ser (Coral Cruz, 2022), otra serie que ya apareció en el blog, no sin antes adelantar que a lo largo de la próxima semana seguiremos analizando el paisaje seriéfilo español con las cuatro propuestas que se presentarán en el Festival de San Sebastián (Apagón, Fácil, La novia gitana y La ruta).

Permítanme que recurra de nuevo al autotune de los críticos (la cita propia): “He aquí una producción humilde, sin lujos presupuestarios, que sabe sacarle partido a una dramaturgia que en todo momento busca apartarse de los tópicos. Ficción adolescente sobre un joven trans de 16 años que inicia el bachillerato escénico en un instituto en el que, salvo sus dos amigos íntimos, nadie le conoce, Ser o no ser deja muy claro al final de su primer episodio que la transición de su protagonista no será el conflicto principal de la serie (…).

A lo largo de sus seis episodios queda patente que existe una preocupación por hablar en el lenguaje de los personajes. La duración de los capítulos (entre 20 y 25 minutos), la introducción de la estética –pero también de la gramática- de las redes sociales sin abandonar una narración clásica (cosa que permite la coartada teatral), el reflejo de comportamientos propios de esas edades (botellón, sexo casual) huyendo de cualquier espectacularización y evitando su demonización, la apuesta por la contención y, sobre todo, el planteamiento de un debate más o menos profundo sobre los roles de género, hacen de Ser o no ser un proyecto interesante" que no debería pasar desapercibido (lo tienen en PlayZ). Avisados están.

'Desierto particular'

'Desierto particular', una fascinante historia de amor

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La orquesta del Teatro Real de Madrid en el Carnegie Hall, en Nueva York (EE.UU). Foto: Ángel Colmenares / EFE

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