'Malaka'

'Malaka'

En plan serie por Enric Albero

Nuevo policíaco español. Aquellos polvos, estos lodos

'Malaka', 'Brigada Costa del Sol', 'Hierro' y 'Hache' reflejan la pervivencia de oscuras conductas surgidas en el seno de la dictadura

15 noviembre, 2019 10:47

En ‘El diablo en las tripas’, el tercer episodio de Brigada Costa del Sol, la paga extraordinaria del 18 de julio aparece como un elemento de asimilación del franquismo después de Franco: el dictador murió, pero su legado pervive a través de una simbología que las últimas elecciones han desvestido de cualquier inocuidad. La teleserie creada por Pablo Barrera, Fernando Bassi y Juan José García Rosa está ambientada en el Torremolinos de 1977, año en el que se celebraron las primeras elecciones democráticas en España, culmen de un proceso de transición iniciado apenas dos años antes. La teleficción de Mediaset, centrada en la creación del grupo policial encargado de detener el incipiente tráfico de hachís que desde entonces atraca en las playas andaluzas, interesa no tanto por su embrollada trama detectivesca o por la mezcla de referencias -de la desenfadada voz en off que recuerda a Narcos, pasando por los guiños a éxitos setenteros como Starsky & Hutch, sin olvidar menciones al cine quinqui o a Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975)- sino por el señalamiento de determinados usos y costumbres que hallaron acomodo en el nuevo orden por más que estuvieran asociados a los procederes propios del régimen franquista. A saber: la tranquilidad con la que los defensores de la dictadura se integraron en el nuevo sistema político, la supervivencia de prácticas policiales de dudosa legalidad (palizas, torturas, etc.) o la utilización de la delincuencia para financiar grupos de extrema derecha directamente vinculados al estamento militar. Aunque afectada por su extensísima duración -capítulos de casi 70 minutos que la obligan a tener de todo: thriller, romance, drama familiar, buddy film…- y por su arquetípica construcción, la serie estrenada por Telecinco (y ahora en Netflix) pone sobre la pantalla cuestiones que algunos pueden juzgar coyunturales cuando en realidad, a mi modo de ver, tienen eco en el presente, incluso en la ficción serial televisiva del momento. ¿O acaso la organización fascista que aparece en Gigantes no es una continuación de la que lidera Arturo (Gonzalo Trujillo) en Brigada Costa del Sol?

Esas resonancias no remiten solo a lo ideológico. Si en la serie de Barrera, Bassi y García Rosa se detalla el arribo de los primeros alijos de ‘chocolate’ a las costas andaluzas, en Malaka el tráfico de esta sustancia es uno de los pilares que sustenta la trama criminal desarrollada por Daniel Corpas y Samuel Pinazo. La producción de TVE parte de un caso de asesinato para cartografiar el laberinto de la compraventa de un hachís alterado químicamente, dédalo que termina conectando a las élites empresariales con los clanes de la droga, sin olvidar a los artistas del menudeo y a los policías con querencia por acumulo inmediato de ahorros, eslabones intermedios de esta lucrativa cadena delictiva. La importancia de Malaka, quizá la serie policiaca de esta temporada que más se acerca al noir por lo que tiene de retrato de una sociedad viciada y enferma, estriba en su implacable retrato de un ecosistema infestado de corrupción en el que, a poco que su utilice una lente de aumento, se observan claramente las sinapsis que forman un circuito que todo lo conecta (del narcotráfico al urbanismo), una perversión sistémica de la que los cuerpos de seguridad del estado son parte contratante y agente activo fundamental a la hora de engrasar una maquinaria que lleva décadas funcionando a pleno rendimiento.

'Malaka' - tráiler. Próxima serie de Televisión Española

Más allá del discutible cambio de punto de vista que los guionistas colocan en el penúltimo episodio -es como si el doctor Watson le cediera la voz a Moriarty para que nos explicara cómo cometió el crimen en lugar de llegar a la solución a través de las deducciones de Sherlock Holmes- lo verdaderamente importante de Malaka está en su desmarque estético. Si en Brigada Costa del Sol existe una estilización de los primeros años de la no tan inmaculada Transición (sobre todo por el tratamiento de luz), aquí se nos regala ese callejero que jamás nos repartirán en la Tourist Info malagueña. Los barrios depauperados, la rapiña como metodología para sobrevivir, el determinismo social y su mantenimiento interesado… No hay grandes alardes formales, la cámara se pega a los personajes y se empapa de esos ambientes que casi nunca aparecen en esta nuestra ficción televisiva, tantas veces vuelta de espaldas a las realidades más cercanas. Esas opciones de corte naturalista que van desde la puesta en escena a las interpretaciones pasando por los diálogos hablan de una conexión directa entre los creadores y su propuesta: estamos ante una serie escrita y dirigida por gente que sabe de lo que habla. Y todas esas decisiones creativas están en consonancia con un mundo plagado de miserias y habitado por unos personajes hostigados por las contradicciones, hombres y mujeres que solo buscan escapar unas veces del pasado, otras del futuro. Es aquello de “puedes salir del barrio, pero el barrio nunca saldrá de ti”.

Malaka no es una serie bonita. No podía serlo. Todo lo contrario le sucede a Hierro, la ficción seriada creada por Pepe y Jorge Coira ambientada en la isla canaria, que se hunde allí donde la producción de TVE sobresale. Hierro es tan hermosa como la intro de un video promocional de la agencia de viajes exclusivos jamás imaginada. Poco importa el homicidio que activa la narración o, una vez más, la presencia del narcotráfico en el territorio insular; de hecho, creo que ni siquiera la convocatoria de una convención de la iglesia de la cienciología -bueno, de cualquier iglesia- en la isla frenaría mi deseo de irme a pasar unos días a ese edénico paraje que insistentemente se nos muestra desde el aire (jodidos drones). Todo lo que en Malaka funciona con naturalidad, aquí se torna forzado: actores en registros muy diferentes (Candela Peña derrochando espontaneidad y Darío Grandinetti siempre presto a recitar a Shakespeare), impostados pegotes costumbristas, diálogos explicativos y repetitivos (¿cuántas veces se dice lo importante que es la virgen para los lugareños?), una trama previsible y archisabida… Aunque la producción de Portocabo parece preocuparse únicamente por mostrar la hermosura de la isla, en ella vuelven a aparecer esos tics temáticos a los que ya hemos hecho referencia: corrupción policial, pervivencia de viejas estructuras de poder o el peso de la tradición.

Hierro (Movistar) - Tráiler internacional (HD)

Está hornada de nuevas series criminales, estrenadas todas ellas en 2019 por distintas cadenas y/o plataformas, plantea un ramillete de debates que necesitaría de un espacio mucho mayor para su desarrollo, pero que, al menos, es interesante apuntar. En primer lugar, el aumento exponencial de las drogas en la ficción televisiva nacional que, en los últimos años, se ha constituido como una suerte de informe sobre el estado de la cuestión, algo que quizá responda a su masiva presencia en el seno de la sociedad, tema del que nadie parece querer hablar cuando, en realidad, forma parte de la cotidianidad que la gente compre, venda y, sobre todo, consuma drogas (si mi madre lee esto me dirá que soy un exagerado). La ficción surge aquí como sublimación de esa verdad obliterada en las sobremesas familiares y en los medios de comunicación y pone el foco en el narcotráfico y en sus consecuencias, que van del enriquecimiento a la degradación física y mental según en que parte del campo te haya tocado jugar. Si Malaka, y en menor medida Hierro, vienen a explicar como está el percal hoy en día -creando un interesante link con otras ficciones como El niño (Daniel Monzón, 2014) y El príncipe (César Benítez & Aitor Gabilondo, 2014-2016)-, Brigada Costa del Sol mira hacia atrás para buscar los antecedentes de este zeitgeist (las dos series malagueñas promueven una lectura en clave sociológica con apuntes sobre economía, educación, referentes culturales o urbanismo, integrados dentro de la ficción). La producción de Mediaset y Warner está, además, en sintonía con Fariña, por más que ambas se nutran de modelos estéticos muy distintos. Si la serie basada en el libro de Nacho Carretero proponía un recorrido cronológico y multifocal por la historia del narco gallego a través de la figura de Sito Miñanco (Javier Rey), Brigada Costa del Sol también parte de material documental -el libro ‘Vivencias de un policía. Tráfico de drogas en la Costa del Sol 1976-1992’ del inspector José Cabrera y el documental Los que caminan solos (Antonio Moreno, 2009)- para armar su relato sobre el inicio del tráfico de hachís a gran escala a través del estrecho. A esta corriente de carácter ‘histórico’ habría que sumar Hache, escrita por Verónica Fernández para Netflix a partir de una vieja noticia rescatada de ABC que situaba el puerto de Barcelona como uno de los enclaves utilizados por Salvatore ‘Lucky’ Luciano para enviar heroína desde Europa a Estados Unidos. Hache es el sobrenombre de Helena (Adriana Ugarte), una joven abocada a la prostitución después de que su marido haya sido encarcelado por participar en una huelga, una mujer que para seguir adelante se enreda en una tumultuosa relación con Salvador Malpica (Javier Rey), el hombre de Luciano en la ciudad condal. Más allá de su inexplicable estética -niebla en exteriores y en interiores, luz contrastada, cámara en constante movimiento - o de un guion redundante hasta la saciedad –“traficamos con heroína, la marcamos con una hache… Hache, igual que tú”- quedémonos con la corrupción generalizada -de funcionarios portuarios a cónsules norteamericanos-, con la brutalidad de los policías del régimen y con el inicio del consumo de drogas por parte de las élites de la Barcelona de los años 60.

Hache | Tráiler oficial | Netflix

No dejo de atisbar una correlación no tanto entre la celebración del golpe de estado de 1936 que supuso fijar la paga extraordinaria un 18 de julio sino en lo que ello tiene de gesto continuista, de naturalización de un acto subversivo y criminal, de “tampoco fue para tanto”, y entre la reiteración de determinadas actitudes y comportamientos que aparecen en series ambientadas tanto en los 60 y en los 70 como en la actualidad. Si, por un lado, estas nuevas ficciones policiacas muestran la evolución del tráfico de drogas en nuestro país en las últimas seis décadas, por otro, reflejan la pervivencia de conductas surgidas en el seno de la dictadura (solo tenéis que repasar los ítems que se repiten en las series mencionadas). Es cierto que algunas de las temáticas apuntadas pueden adscribirse al género al que pertenecen estas producciones y que sería una estupidez comparar el actual estado de las cosas con el de 1977, pero no me parece descabellado vincular la podredumbre sistémica que, con mayor profundidad que ninguna otra serie española de este año, muestra Malaka con determinadas herencias de un pasado no tan remoto.

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