Los escritores Gioconda Belli (i) y Sergio Ramírez (i). En el centro, el dictador Daniel Ortega. Fotos: EFE/Juan Carlos Hidalgo/Europa Press/Xin Yuewei/A. Pérez Meca

Los escritores Gioconda Belli (i) y Sergio Ramírez (i). En el centro, el dictador Daniel Ortega. Fotos: EFE/Juan Carlos Hidalgo/Europa Press/Xin Yuewei/A. Pérez Meca

A la intemperie

El dictador Ortega persigue a los poetas más allá de las fronteras de Nicaragua

La persecución, que comenzó con Sergio Ramírez y Gioconda Belli, hoy se extiende a todos los autores que silencia y encarcela por defender la libertad.

Más información: Sergio Ramírez: "Nicaragua ha aprendido que las revoluciones armadas solo engendran más dictaduras"

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La poesía verdadera encierra un secreto que no todo el mundo conoce: la libertad.

El dictador nicaragüense persigue a los poetas más allá de las fronteras de Nicaragua. Su mano tenebrosa llega ya a Costa Rica y a otros países de Centroamérica.

Comenzó con Sergio Ramírez y Gioconda Belli, los más conocidos y reconocidos en su país y en todo el mundo, pero hay otros muchos sobre los que cae el siniestro poder dictatorial de Ortega porque en cada ciudadano nicaragüense vibra la libertad, porque en cada ciudadano nicaragüense hay un poeta libre (perdón por la redundancia).

En los años 80 del siglo pasado, el primer gobierno sandinista tras Somoza nombró al poeta Ernesto Mejía Sánchez embajador en España. Lo conocí mucho, éramos amigos desde antes del triunfo del sandinismo y un día me invitó en Madrid siendo ya embajador. Fuimos al Café Gijón.

Recuerdo, ese día, hablar todo el tiempo de la Generación poética del 50, no sólo de la española, donde tenía grandes amigos como Caballero Bonald y Ángel González, sino de la de todas las literaturas de lengua española, la de todos los países de Hispanoamérica. Mejía Sánchez era un gran conocedor de toda la poesía de la lengua española, conocedor por dentro, y no le costaba ningún trabajo hablar de los poetas y de su obra.

Llegó al Gijón en el Mercedes Benz amarillo que "heredó" del último embajador y muerto de risa me dijo: “Hay que venderlo, esto es muy mal ejemplo para nosotros”. Después de almorzar, me llevó en el Mercedes amarillo a la librería Turner, la librería de Pepe Esteban en la calle Génova, y se bajó conmigo a comprar algunos de los últimos libros de poesía que habían sido publicados recientemente en nuestra lengua.

Durante el almuerzo le hice saber mis reticencias y sospechas sobre dos de los comandantes que me resultaban "sospechosos": Daniel Ortega y Tomás Borge. Ortega, desde el principio, me había colocado en su lista negra. Se lo dije porque lo sabía. "Se irá moderando, no te preocupes", me contestó el poeta. Se ha visto que no fue así sino todo lo contrario. “El cura”, me añadió, "no es peligroso". También con Borge se equivocó.

Una vez en Nueva York, años después, conocí al poeta ruso Eugenio Evtushenko, el embajador cultural de la Unión Soviética en todo el mundo.

Comimos con nuestro amigo íntimo el poeta cubano Heberto Padilla, de quien yo había sido editor en dos ocasiones, el famoso poeta del "caso" que puso contra las cuerdas a Fidel Castro y al castrismo y que lo divorció para siempre de cierta izquierda universal que todavía pensaba que la libertad y la vida eran la misma cosa.

Eugenio nos contó un viaje poético que había hecho a la Nicaragua de los sandinistas triunfantes, que lo recibieron como a un héroe excepcional. "Todo el mundo es poeta en Nicaragua", nos dijo. Y para que tuviéramos constancia de su verdad nos narró su pavor cuando los nicaragüenses, hombres y mujeres, de uno en uno o en grupo, se acercaron a su hotel a conocerlo y a traerle de regalo un ejemplar de alguno de sus libros de poemas con dedicatoria personal al siberiano.

"Imagínense ustedes mi pánico: me trajeron en aquellos días en Managua casi 2.000 libros de poesía", nos dijo todavía asombrado. "¿Y qué hiciste con ellos?", le preguntó Padilla con una sonrisa de provocación. "¿Qué iba a hacer? Yo seguía viaje a Argentina y los dejé todos debajo de la cama y en el ropero de mi habitación", contestó Eugenio.

A todos esos poetas y a muchos más persigue y silencia, y siempre encarcela si caen en sus garras, el dictador Ortega. Porque el dictador Ortega odia y teme a la libertad, mientras en cada poeta nicaragüense, en cada ciudadano de ese país, late implacable la libertad y la esperanza del futuro.

No he ido a Nicaragua en los últimos años, siendo como soy académico correspondiente en Madrid de la Academia Nicaragüense de la Lengua Española, porque no me fío ni un pelo de Ortega ni de sus triquiñuelas mafiosas.

Podría "confundirme" con un poeta, detenerme acusándome falsamente de ser agente de la CIA o algo de ese estilo, como ha hecho con muchos otros ciudadanos de la libertad, y en un juicio rápido meterme en una cárcel por algunos años. Y no estoy para esas bromas del dictador, que no parece cejar en su odio contra lo más excelso de la literatura: la poesía.

Así fue y así es de grave el asunto. Ciudadanos y poetas de ese país están en las cárceles de Ortega o perseguidos por los esbirros de su dictadura militar. Yo sigo aquí, en Madrid, libre como los pájaros libres, y escribiendo mis novelas y mis artículos de los miércoles libremente, ya que no puedo -ni me atrevo- a escribir poesía. Así es la vaina.

Deseo vivamente que toda esa pesadilla se acabe lo antes posible y poder ir, por fin, a Managua, a celebrar la libertad y la poesía con mis amigos nicaragüenses.