Donald Trump jugando al golf. Foto: Steve Welsh / Pa Wire / Dpa

Donald Trump jugando al golf. Foto: Steve Welsh / Pa Wire / Dpa

A la intemperie

Nerón jugando al golf en Miami

Como hiciera el emperador romano, Donald Trump, haciendo gala de una ausencia total de principios, sigue a lo suyo mientras ve su propio imperio arder. 

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Oswald Spengler escribió hace poco más de un siglo, desde 1918 a 1923, un ensayo en dos tomos titulado La decadencia de Occidente. Fue y es un libro de obligada lectura para quienes quieren conocer la historia del mundo contemporáneo. Un ensayo que fue considerado como parafascista o, directamente, fascista. Un libro que se adelantaba a un tiempo convulso y tenebroso cuando no hacía sino unos pocos años que había salido de la Primera Convulsión Mundial. Un libro que mostraba el principio de la decadencia del mundo y la civilización occidentales. Un ensayo, en fin, decadente. ¿Tenía razón Spengler?

En 1929, después de que los arúspices económicos advirtieran de la gravedad del tiempo nublado y ruinoso que se le venía encima a los Estados Unidos de América, la gran recesión que comenzó ese año, el mundo occidental pareció hundirse. Dos años después, en 1931, el presidente norteamericano Herbert Clark Hoover, atenazado por la situación económica y asesorado por suicidas que se creían genios, impuso la política más cerrada y reaccionaria de la historia de los Estados Unidos hasta ese momento: los aranceles al resto del mundo.

Esa política resultó un fiasco para los norteamericanos, alargó la crisis interna de su país y la de todos sus aliados y, en fin, según los exégetas más serios, fue el preludio de la Segunda Convulsión Mundial.

Spengler escribió en La decadencia de Occidente una tesis que ahora, un siglo después, está a punto de cumplirse: señalaba los puntos de encuentro entre la vieja Roma y el mundo de la primera parte del siglo XX, y establecía los paralelos entre la caída de Occidente y el Imperio romano.

Roma tardó un siglo en caer. El Imperio romano no dejó de desmelenarse durante cien años hasta desaparecer del mundo. Pero un siglo antes, la decadencia de Roma era una evidencia palpable para los más avisados: la degradación ética y estética, la ruina económica, el desastre humanitario, la miseria generalizada, el empobrecimiento e incumplimiento de las leyes divinas y humanas.

Y, sobre todo, la absoluta estupidez del ejercicio del poder por parte de emperadores estúpidos que no hicieron otra cosa que apoyar la destrucción de la civilización y el imperio que Roma había fundado siglos antes.

Nerón, por ejemplo: quema la ciudad de Roma con la excusa de limpiar de lumpen y miseria la Ciudad Eterna. Utilizó la coartada de liquidar la miseria de los suburbios romanos y matar con fuego el espectáculo horrible de la decadencia que se venía encima. Recuerden la historia y la leyenda: mientras arde Roma, Nerón toca la lira desde el supremo balcón del palacio imperial romano, aplaudido por una turba de crápulas aduladores.

"El actual presidente de los Estados Unidos le prende fuego al mundo entero con la misma cerilla con la que Hoover quemó la vida de millones de personas: los aranceles"

En nuestros tiempos, ahora mismo, el emperador del mundo occidental, Donald Trump, un psicópata paranoico, nos demuestra con su caso que el homo sapiens no ha llegado todavía a evolucionar lo suficiente. En un mundo que vive gobernado por adolescentes ególatras y criminales, niños mimados que juegan con la vida de millones de personas con la misma sobrecogedora altivez que lo hicieron Hitler y Stalin, el actual presidente de los Estados Unidos le prende fuego al mundo entero con la misma cerilla con que, en 1931, Hoover, uno de sus antecesores, quemó la vida de millones de personas: los aranceles.

Trump, como Nerón, es un pirómano enfermizo que necesita ver la caída de Occidente para pasar a la historia. Nerón toca la lira durante el incendio romano; Trump se va a jugar al golf a sus predios de Miami tras el principio del fin y deja a sus crápulas sonrientes que, mientras él hace hoyos y descansa de su esfuerzo, le expliquen al mundo los beneficios del incendio.

La lira y el golf son, en este caso, paralelos de la falta absoluta de principios de dos emperadores de épocas distintas. Como si el tiempo de los siglos no hubiera transcurrido. Como si el ser humano no hubiera aprendido nada durante estos mismos siglos. Como si se repitiera la política suicida de la ruleta rusa: a ver qué pasa con la próxima bala.

Trump, un nacionalista retrógrado, enemigo del comercio —¡Cuánto me acuerdo ahora de los escritos de Antonio Escohotado!—, camina hacia la tiranía, la misma o parecida a la que Vladimir Putin ha instalado en Rusia desde hace décadas. Hacia eso vamos, mientras el emperador juega al golf en Miami menospreciando la caída inminente de un Occidente —sí, su propio mundo y el nuestro— que ya ha perdido la memoria y la conciencia de sus propios principios fundadores. Trump y Nerón: el golf y la lira. Avanza el horror, avanza Calibán, impasible ante la decadencia brutal de Occidente y de todo el orbe conocido.