El presidente estadounidense Jimmy Carter y el jefe del gobierno panameño Omar Torrijos después de firmar los tratados. Foto: Wikipedia.

El presidente estadounidense Jimmy Carter y el jefe del gobierno panameño Omar Torrijos después de firmar los tratados. Foto: Wikipedia.

A la intemperie

La voladura del Canal de Panamá

La amenaza de Omar Torrijos de volar el Canal si Estados Unidos no devolvía su soberanía sigue viva en el imaginario panameño y se ha transformado en leyenda.

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El día en que las más altas instituciones norteamericanas se reunieron oficialmente para votar "la devolución" o no del Canal a la soberanía de los panameños, Omar Torrijos y un puñado de los más cercanos de los suyos estaban reunidos a la expectativa en uno de los despachos más queridos por el General, creo recordar que en la calle 51 de Panama City.

Durante todo el día habían recorrido la ciudad y el país entero rumores de cualquier tipo. Uno de ellos era la hipotética voladura del Canal ordenada por Omar Torrijos, en el caso de que los miembros del Congreso y el Senado de los Estados Unidos no devolvieran el Canal a Panamá en esa misma jornada.

Los rumores añadían detalles que el imparable bullicio panameño había ido creando a lo largo de todo el día. Uno de ellos es que el Canal ya estaba minado de arriba a abajo por tropas submarinas panameñas desde hacía unos días, esperando la decisión de las altas instituciones norteamericanas.

Por ese entonces, en la Ciudad de Panamá, mirando al Pacífico había una suerte de gran cantina que funcionaba al mismo tiempo como centro de reunión cotidiana de las clases dirigentes, donde periodistas, diputados de todos los partidos, empresarios y gente informada hablaban hasta por los codos mientras aceleraban hacia sus gargantas profundos tragos tras tragos del ron panameño por excelencia, el Abuelo. Se llamaba, y creo que sigue llamándose, "Bulevard Balboa".

En mis estancias en Panamá City, caminaba por la mañana y ya hacia el mediodía para sentarme en una silla del “Bulevard Balboa” y asistir, atento y en silencio, a aquel parlamento popular inasequible al cansancio y a cualquier desaliento alcohólico. Era un espectáculo único, donde los múltiples murmullos se mezclaban con el repentino griterío de tal o cual grupo tratando de imponer su voz sobre los demás.

Ahí, uno de esos días, se me ocurrió escribir una novela panameña que empezaba precisamente con el rumor revoltoso e interminable de la voladura del Canal de Panamá, en el caso de que los Estados Unidos no devolviera la soberanía a los panameños. Torrijos había convencido al mundo entero de que el Canal era panameño, a pesar de que los norteamericanos había levantado muros de acero en toda la zona considerándola de ellos desde el principio de su puesta en marcha.

La diplomacia tenaz de un tigre incansable cruzado de burro implacable, Omar Torrijos, iba ganando la batalla. Su palabra estaba clara: "Yo no quiero entrar en la Historia, yo quiero entrar en el Canal", había dicho en todas partes. Y era su verdad real: lo había empeñado todo a esa empresa y el día de autos estaba preparado para cualquier cosa.

Años después, cuando el Canal ya era panameño, hablé en el despacho de Juan David Morgan con uno de los amigos más cercanos de Torrijos en esos momentos, de los pocos que había estado con él en su despacho en las últimas horas de la expectativa por la devolución.

Le pregunté por aquel rumor inmenso que había sido el estruendo del día en el “Bulevard Balboa”, en todo Panamá City, en el resto del país y en todo el mundo. El mundo entero estuvo pendiente de la decisión norteamericana, tal vez sin saber qué tenía preparado Torrijos para ese día si no le hubieran devuelto el Canal a los panameños.

"Lo habría hecho", me contestó mi interlocutor en el despacho de Morgan aquel día. Era una respuesta crucial, de alcance planetario y a mí me pareció que esta leyenda bien valía una novela que todavía no había sido escrita. Y así empecé a escribir notas para Bulevard Balboa, haciéndome eco del rumor que casi fue una realidad, pero que nunca llegó a serlo.

"Yo no quiero entrar en la Historia, yo quiero entrar en el Canal", había dicho Torrijos en todas partes

La novela, en reserva y a medio escribir aún, hablaba también de la aventura del artista Paul Gauguin que huyó de París y estuvo en Panamá trabajando durante meses como obrero puro y duro en la construcción del Canal. ¿Pintó algo Gauguin durante su estancia en Panamá? No se conoce ninguna obra, pero también los rumores corren todavía hecho leyendas sobre cuadros perdidos en las casas de panameños ricos que, en silencio y clandestinamente, se habían hecho con cuadros que nadie había visto.

Ese día de autos, el Senado y el Congreso de los Estados Unidos decidieron por la mínima —dos o tres votos— la devolución del Canal a Panamá y Torrijos entró por fin en la zona, desde entonces hasta hoy de soberanía panameña. Todos los congresistas y senadores norteamericanos que votaron a favor de la devolución jamás fueron reelegidos. Todos los senadores y congresistas norteamericanos que votaron en contra, fueron reelegidos una y otra vez por el pueblo norteamericano.

Me he pasado estos días releyendo un viejo ejemplar de Por el Canal de Panamá, de gran Malcolm Lowry, que por suerte había encontrado en una de las grandes librerías del microcentro peatonal de Buenos Aires durante una de mis estancias en la capital argentina. Y ahí, en el aire del recuerdo, sostengo en mi memoria la leyenda de la voladura del Canal de Panamá. Nunca fue la voladura, pero, como en el far west, la leyenda sigue viva convertida en Historia por la voz popular de los panameños.