Image: Néstor Basterretxea, el tercero en discordia

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Exposiciones

Néstor Basterretxea, el tercero en discordia

Forma y universo

12 abril, 2013 02:00

Ama lur. Tierra madre, 1968

Museo de Bellas Artes. Museo Plaza, 2. Bilbao. Hasta el 19 de mayo.


La bahía de La Concha, en San Sebastián, está cerrada por los dos extremos de un paseo que la recorre en toda su longitud. En el izquierdo se encuentra El peine del viento, la conocida obra de Eduardo Chillida. Para acallar protestas, hubo que colocar en el otro, bajo el monte Urgull, Construcción vacía, obra de Jorge Oteiza. Pero claro, con eso no se logró sino hacer que surgiera un tercer coro de voces reclamando igualdad de trato, a la que se llegó instalando la Paloma de la paz, de Néstor Basterretxea (Bermeo, 1924), en el paseo que rodeaba entonces el agujero donde luego Rafael Moneo edificó su Kursaal. La reordenación del entorno hizo que la obra fuera trasladada al barrio de Amara, donde se encuentra ahora. Sirva esto de referencia para hacerse una idea del ambiente que sigue reinando en el arte vasco, a pesar de que dos de sus protagonistas, Oteiza y Chillida hayan ya fallecido. Basterretxea fue siempre el tercero en discordia.

Compañero de Jorge Oteiza, con quien compartió durante años estudio-taller, vivienda y exposiciones, Basterretxea ha jugado siempre en la eterna guerra de celos mantenida entre Oteiza y Chillida. No es que la suya fuera una alternativa a la escultura de los otros dos, mucho más relevantes en cuanto a producción artística y teoría estética, sino que su obra ha sido el punto de distancia que rompía, en muchos casos la tensión entre las dos figuras opuestas. Néstor Basterretxea: Forma y Universo, la exposición comisariada por Peio Aguirre, presenta a un artista empeñado en todo tipo de proyectos y actividades; alguien muy al estilo de los primeros constructivistas, para quienes la actividad creativa consistía en la combinación de formas básicas, aplicando este principio desde la pintura al cartelismo y el diseño de los más variados objetos. Los comienzos en el campo de la pintura se amplían muy pronto a las construcciones espaciales, en las que, pese a mantener el plano del cuadro como superficie principal, las formas saltan a la tercera dimensión e inician su despegue del plano. El paso de esas "progesiones en el plano", como él mismo las denomina, a la escultura no es sino una evolución formal lógica que pronto lleva a piezas como Meridiano (1960).

Toda esta evolución creativa se enmarca en la constatación, a finales de los 50, del agotamiento del ideario constructivista en el que tanto Oteiza como Basterretxea y el mismo Chillida habían iniciado su andadura. La búsqueda de la salida fue diferente en cada uno de ellos. Si Oteiza abandonó la escultura, y Chillida buscó su propio camino invirtiendo el proceso del constructivismo, Basterretxea se implicó en la construcción de una "estética vasca" que entroncara los planteamientos del arte moderno con los elementos tradicionales de la cultura vasca, como las estelas funerarias y las formas "primitivas" de las culturas americanas precolombinas, en una mezcla confusa de arte e ideología. Lo que caracteriza a Basterretxea es la expansión de su actividad, más allá de los límites convencionales de la acción artística, actividad que ha desarrollado de manera mucho más intensa que sus congéneres. Socio fundador de la empresa de mobiliario de oficinas Biok, es el autor de varios de los diseños comercializados por ella. En el campo de la arquitectura, la exposición nos muestra la gran variedad de diseños y maquetas (la mayoría imposibles de construir) que realizaba para los fines más diversos y que habrían cubierto el País Vasco de centros culturales, museos y viviendas de rotundo aspecto escultórico y pinta de mazacote. En la cartelería, multitud de convocatorias del más variado signo cultural y político, siempre dentro del nacionalismo, llevaban su firma, así como logotipos y distintos elementos de comunicación institucional. Basterretxea ha llevado su peculiar ideario estético a los aspectos más variados de la vida del País Vasco. Desde la escultura pública a la silla de oficina, pasando por el cine documental y a la presa de un embalse (Arriarán, 1996), la suya es la impronta de un arte que se quiere instituir en la expresión de un pueblo.