Image: Pintura habitada

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Exposiciones

Pintura habitada

¡A vueltas con la maldita pintura!

18 noviembre, 2011 01:00

Juan Ugalde: Gato ZZZ, 1984

Una propuesta de Juan Ugalde. Museo Colecciones ICO. Zorrilla, 3. Madrid. Hasta el 19 de febrero.

Juan Ugalde, pintor presente en la Colección ICO, selecciona a tres artistas jóvenes para dar una vuelta de tuerca más a la pintura. El resultado, una exposción fresca y con sentido del humor que además proporciona un espacio para el diálogo entre pintores: además de Ugalde, Miren Doiz, Maíllo y Fernando García.

El comienzo de un nuevo ciclo expositivo siempre despierta expectación y debe felicitarse si entre sus presupuestos está el apoyo decidido a jóvenes artistas. MUICO ha encontrado una fórmula en la que salen ganando todos: el encargo a un artista con obra en su colección para seleccionar a otro artista joven, del que se adquiere alguna pieza, prestigia el patrimonio acumulado al tiempo que asegura su coherencia futura. Acorde con este momento de crisis es, además, una opción de presupuesto ajustado. Después del pasado ciclo de lecturas sobre su colección de pintura a cargo de varios comisarios, en el que se evidenció el giro hacia una política artística más austera y también más accesible para el público, se vuelve a insistir en la pintura, con este primer encargo a Juan Ugalde (Bilbao, 1958), con lo que el ciclo no puede haber comenzado con mejor pie. Porque Ugalde, además de pintar, ha ejercido siempre de agente catalizador de la escena artística, propiciando el diálogo intergeneracional en toda suerte de iniciativas. De manera que inmediatamente ha mejorado el proyecto, invitando a participar no a uno, sino a tres.

¿Otra vez pintura? En la historia occidental ha acumulado tantos poderes y saberes que a duras penas los pintores, a modo de atlas y cariátides, y también el público podemos sobrellevar hoy el peso de la maldita pintura, irresoluble. La antigua anécdota de Zeuxis y Parrasios (las uvas y la cortina) ya avisaba de su insidia, con el dilema entre la fascinación ante el engaño de la reproducción de la realidad, o bien ante su ocultamiento bajo el velo, es decir, ante el enigma, como decía Lacan.

Esta exposición de pintura merece verse porque, para empezar, no es nada envarada; al contrario, rezuma vitalidad y frescura, incluso bastante humor, y proporciona un espacio visual donde se transparenta el diálogo entre pintores sobre lo que puede ser ahora la pintura. Con la misma franqueza que se ha abordado la elaboración del catálogo, reproduciendo casi paso a paso el proceso curatorial, las tentativas, entrevistas y visitas a los estudios, se abunda en mostrar la sencilla peculiaridad de la peripecia vital de cada artista, sin que este rechazo a la retórica de la venerable distancia ante la figura del artista merme en absoluto el respeto hacia su trabajo. Maíllo (Madrid, 1985) recomienda música (Odd future), Miren Doiz (Pamplona, 1980) deja claro que "está abierta a cualquier propuesta", aunque ahora se haya enzarzado en buscar alternativas a sus intervenciones, y Fernando García (Madrid, 1975) cuenta sus "triquiñuelas" para producir obra cuando se queda sin estudio.

Como Juan Ugalde, los tres pertenecen a una comprensión de la pintura vinculada a la cultura visual y en sus conversaciones aparecen referencias a Luis Gordillo y Juan Uslé. Pero ellos son más gamberros. Se nota en las obras que han seleccionado de Juan Ugalde, en justa correspondencia, y que compensan el abismo formal y de ejecución entre las pinturas recientes, ya de maestro, y el Gato ZZZ de su época en Estrujebank, perteneciente a la colección de ICO, con que se inicia la muestra.

Es inevitable rastrear qué es lo que le interesa a Ugalde entre los elegidos de estas tres generaciones, que laminan a su vez aspectos diferenciados en su pintura. Fernando García parece haber asumido la fotografía, como esa llamada insistente a la vida real y cotidiana, y ese resto fuera de la pintura que queda para todo pintor después de la ruptura conceptual. Y en Maíllo encontramos todo el desparpajo y el repertorio ingenuista de signos extraídos de la basura de la baja cultura, infantilizada; sobre todo, el placer de la experimentación, las capas de manchas y los goterones que enfatizan la acción de pintar y la tela fresca y viva.

Con Miren Doiz nos adentramos en un vicio compartido: el hambre de pintura, de vivir y trabajar con colores, que puede ir desde jugar a componer primorosamente con los restos del papel, que antes se guardaron tras utilizarse para otros trabajos, a inundarlo todo de color. ¡Vaya orgía de pintura que ha montado Doiz en estas salas! Porque, como dice Ugalde, aunque ahora hay muchos artistas que pintan sobre las paredes, su intervención es tan expansiva que convierte el espacio en un cuadro tridimensional donde el espectador queda atrapado: pintura habitada, dice ella. Creo que por eso comenzó a meter otros volúmenes en el espacio, fundidos aquí con las columnas y espejos de la sala. La pintora no pretende potenciar las características del espacio: todo lo arrasa con energía expresionista y abstracta, proclamando el poder de la pintura para producir la magia de la irrealidad. Quizás este sea el misterio desde siempre, que sigue explicando la supervivencia de la pintura.