Image: Rosenquist, América desde el andamio

Image: Rosenquist, América desde el andamio

Exposiciones

Rosenquist, América desde el andamio

13 mayo, 2004 02:00

El polizón mira a la velocidad de la luz, 2000

Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 17 de octubre

Durante muchos años, primero los veranos, para pagar los estudios, luego como forma de vida, James Rosenquist (Dakota, 1934) se subió a un andamio para pintar enormes vallas publicitarias. Allá en lo alto su mirada tenía dos dimensiones: ante él una figura descomunal de la que sólo podía abarcar un pequeño detalle. A sus pies, Times Square, el corazón de la vida neoyorquina en los años cincuenta, un batiburrillo de personas, coches, enormes edificios y anuncios; inmensas vallas publicitarias como la que él pintaba, que el azar del alquiler combinaba de forma aleatoria.

Entender este ecosistema visual resulta imprescindible para aproximarse a la obra de Rosenquist, a quien el museo Guggenheim dedica una retrospectiva, patrocinada por la Fundación BBVA, que ha sido expuesta anteriormente en Houston y en la sede neoyorquina del museo. Tras una primera etapa de exploración de la corriente en boga en el momento de su aproximación al arte, el expresionismo abstracto, Rosenquist decide variar su trayectoria e iniciar una investigación del entorno cultural americano. Su mirada no se posa en lo que había sido tradicionalmente el objeto del Arte: el mundo, sino que, junto a otros pintores de la llamada cultura Pop, parte de la asunción de que las imágenes han comenzado a suplantar al mundo real y, en consecuencia, el tema de sus cuadros son... ¡imágenes! Imágenes tomadas de los medios de comunicación, de las vallas publicitarias que durante tantos años ha pintado él mismo. Imágenes yuxtapuestas de forma aleatoria, igual que aparecen en esos mismos medios, fragmentadas, escaladas al infinito. Toda una elegía al optimismo de una época de tecnología, progreso infinito y consumo ilimitado. Los temas favoritos de su obra.

Sin embargo, y a diferencia de otros colegas del movimiento Pop, como Warhol o Liechtenstein, Rosenquist no deja de lado la vertiente crítica del sistema del cual vive. Una de sus obras emblemáticas, que lamentablemente su propietario, el MOMA neoyorquino, no ha prestado para la muestra de Bilbao, es F-111 (nombre tomado de uno de los bombarderos utilizados en la guerra del Vietnam), que Robert Hughes define en Visiones de América como "una escatología de la era nuclear". En su lugar, en la exposición se incluyen los bocetos preparatorios de esta obra, que puede considerarse el punto culminante de la primera etapa de Rosenquist. Y junto con éstos, una serie de bocetos y collages, que el artista ha sido hasta ahora reticente a mostrar, que permiten comprender de forma mucho más completa las características del proceso de elaboración de sus obras.

Rosenquist no se limita a trasladar al mundo del arte la iconografía del consumo y a plasmar en pintura lo que Walker Evans supo ver a través de sus fotografías, que América constituía una sociedad de la imagen. Además llevó al ámbito del Arte las técnicas, y los colores, de la pintura industrial, contribuyendo con ello no ya a difuminar, sino a eliminar pura y simplemente la barrera entre Arte e imagen utilitaria. Los bocetos y collages, con el trazado de la cuadrícula utilizada para poder ampliar luego la imagen sobre el lienzo, hacen este proceso más evidente.

Fiel a la historia americana, en los años setenta un accidente de automóvil da al traste con lo que había sido hasta ese momento un sueño de gloria y triunfo social. Su mujer y su hijo, gravemente heridos, quedan en coma durante semanas. Las facturas comienzan a acumularse y la jaula de oro se rompe. Al divorcio se le suma un período de crisis artística del que tardaría años en reponerse. Su obra vuelve a relanzarse en los ochenta, pero a costa de un nuevo escándalo. Ladrón de estrellas, la obra que le había encargado el condado de Dade (Florida) para la terminal del aeropuerto, fue recibida con críticas. Frank Borman, antiguo astronauta y presidente de la compañía aérea para cuya terminal iba destinada la obra, reaccionó diciendo "no soy un experto en arte moderno, pero he estado en el espacio y puedo jurarles que allí no hay beicon". Tras tres años de toma y daca, las autoridades del Condado decidieron no comprarla.

Rosenquist volvió a los inmensos hangares de aviación que utiliza como estudio en Florida, refugiándose en su obra. Desde entonces ha venido produciendo una nueva iconología en su obra, introduciendo flores y cambiando las fotos de anuncios por otras tomadas de las páginas de revistas de moda, que tijeretea hasta hacerlas jirones para luego pintar el collage resultante a gran escala. En una entrevista reciente comentaba: "Hace poco le dije a Jasper Johns que estaba encontrado dificultades con cierta obra. Y Johns me contestó ‘no tiene nada de particular, ¿no?’ La razón es simplemente que Johns es muy sincero consigo mismo, y como yo, muy obsesionado por no repetir lo que ya está hecho".