Vista del Museo Guggenheim Bilbao desde La Salve.

Vista del Museo Guggenheim Bilbao desde La Salve. Erika Ede / © FMGB, Guggenheim Bilbao Museoa, 2022

Arquitectura

Frank Gehry y el Guggenheim Bilbao, el éxito de un edificio singular

Un gigante de titanio irrumpió en la margen izquierda de la ría bilbaína en 1997. Una compleja, aerodinámica y cambiante silueta que renovó la imagen de la ciudad.

18 octubre, 2022 03:12

En 1997, el mundo asistió asombrado al nacimiento de una extraña flor de titanio sobre el hosco suelo herrumbroso de las ruinas industriales de Bilbao. El nuevo Museo Guggenheim, que surgió con violenta energía, brillaba con una fuerza deslumbrante que hacía desparecer al contemplarlo el triste entorno oscuro en que se levantaba.

Ahora, veinticinco años después, su potencia seminal cargada de futuro se ha extendido a lo largo de la ría y ha transformado la ciudad hasta poder afirmar que fue el punto de partida de un nuevo Bilbao.

La obra, firmada por el arquitecto norteamericano Frank O. Gehry (Toronto, 1929), nacía cuando finalizaba el siglo XX, pero llevaba en su interior el XXI.

Una colisión de formas aerodinámicas que otorgaban a una gran construcción la libertad de una pequeña escultura

Sin referencias a la cultura local o a la tipología museística supuso un mensaje dirigido a un mundo globalizado, que saltaba por encima del contexto y afirmaba al autor del proyecto como artista visionario, en sintonía con la sociedad vasca que quería mirar al futuro saltando por encima del presente.

El edificio concentra sus valores en la imagen externa. Una volumetría compleja atraía las miradas hacia su silueta, una colisión de formas aerodinámicas que otorgaban a una gran construcción de grandes dimensiones la libertad formal de una pequeña escultura.

Vista  interior del Museo Guggenheim.

Vista interior del Museo Guggenheim. Erika Ede / © FMGB, Guggenheim Bilbao Museoa, 2022

Para realizar el museo, Gehry fue pionero en llevar a la arquitectura un programa de diseño aeronáutico, abriendo un camino empleado por los protagonistas de la arquitectura-espectáculo de principios del siglo XXI.

Acertó el autor al escoger para su obra una piel de piezas de titanio a modo de escamas. Su cromatismo, cambiante al reflejar con suavidad las tonalidades del cielo, le permite transformar su imagen a medida que lo hace la luz natural en función de la hora del día o del celaje.

Veinticinco años después nadie duda de que se trata de una obra de valor excepcional

Gehry empleó nuevas formas y materiales para crear algo diferente y fascinante, propio de un valioso artista plástico, sin olvidar los valores arquitectónicos del respeto a los materiales, que empleó sin traicionar su textura o color.

El edificio, en su interior, ofrece una gran riqueza de conexiones visuales que atraviesan el gran espacio que lo recorre en vertical conectando las salas de exhibición.

No se puede destacar la calidad de la iluminación natural, ni la eficacia de las circulaciones, y muchos colegas criticaron la calidad de los acabados, la escasa racionalidad de las formas y el elevado coste.

Pero a menudo no se valora que cumplió sus principales funciones, la de transformar el entorno de ruina industrial en que se asentaba y ayudar a definir un nuevo Bilbao, obteniendo visibilidad y presencia mediática.

Veinticinco años después nadie duda de que se trata de una obra de valor excepcional, que ha pasado a la historia como paradigma del poder de la arquitectura para transformar positivamente el espacio urbano y el cultural. 

Arquitecto y escritor, Enrique Domínguez Uceta es profesor en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y en la Universidad Europea de Madrid.