Image: Desert City, naturaleza artificial

Image: Desert City, naturaleza artificial

Arquitectura

Desert City, naturaleza artificial

8 septiembre, 2017 02:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vista exterior del puente y jardín. Foto: Imagen Subliminal (Miguel de Guzmán + Rocío Romero)

En la periferia norte de Madrid, el arquitecto Jacobo García-Germán acaba de concluir Desert City: un edificio-paisaje sintético y multiusos que superpone, hasta hacerlos inseparables, naturaleza y cultura.

En la llegada desde Madrid, Desert City aparece dos veces y a dos velocidades distintas. Al paso por la autovía del Norte (120 km/h), el edificio es apenas un borrón de brochazos negros y broncíneos; a la obligada vuelta por la vía de servicio, el ralentí (70 km/h) enfrenta al conductor con un diorama californiano: una gran viga-pasarela salva un terreno salpicado de cactus y láminas de agua que contrastan con las encinas del horizonte. Al observar el reflejo del tráfico aéreo de Barajas en la fachada, Jacobo García-Germán (Madrid, 1974), el arquitecto, echa mano del móvil: "desde donde mejor se entiende es desde el aire". En las fotografías, el proyecto queda rodeado de elementos tan diversos como un circuito de carreras, el cauce del río Jarama, el campo de Golf de La Moraleja o los carrascales autóctonos de donde provienen los jabalíes que, de cuando en cuando, curiosean por la zona. Lo natural es, aquí, un estado de ánimo.

Como buen híbrido, Desert City es un ejercicio de diplomacia obligada; no solo la necesaria para insertar un paisaje importado en su nuevo entorno, sino una más prosaica: el proyecto aloja un jardín, una superficie de venta de especies xerófilas y un espacio de restauración y eventos. Toda esa panoplia se resuelve, sin embargo, con una concisa economía de gestos y materiales. El puente oscuro de acero sobre el exterior pintoresco constituye, Google mediante, la imagen más repetida de la intervención. Lejos de ser un recurso puntual, el registro se mantiene si se amplía el encuadre: el proyecto se desarrolla a partir de una tira vertical de fachada repetida a lo largo, medida en sus matices y longitud de aleros, con el fin de que arroje la cantidad precisa de sombra. El eficaz mutismo de la solución parece establecer, así, una preeminencia de la arquitectura sobre el diseño. La impasible estructura metálica, de inequívoco sabor americano, se transforma en fachada de una gran sala diáfana en la que, bajo un entramado traslúcido de cables y membranas plásticas se ponen a la venta cactus de toda condición, similares a cerebros, pezuñas o bálanos.

La prevalencia de lo global frente al detalle aleja al proyecto de tensiones obsesivas, y lo dota de una atmósfera relajada. Jacobo García-Germán suele explicar su trabajo como el de un editor que hubiera dado un formato común a los diferentes discursos de ingenieros, constructores y paisajistas. Más allá de ese diálogo, Desert City también puede entenderse como relato, construido a partir de una serie de citas: desde la inevitable referencia estructural a Mies van der Rohe -o el espíritu hedonista de sus discípulos norteamericanos- a la herencia pragmática del primer Norman Foster. "Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma", decía La Agrado en Todo sobre mi madre para justificar su cuerpo hecho a medida. Suele asociarse lo natural con un inocente retorno a las esencias. Desert City, con su paisaje sintético y su programa mutante parece, no obstante, predicar lo contrario: que botánica y arquitectura parten de un sustrato común. La genética y la historia pueden ser instrumentos similares que utilizan la genealogía como construcción cultural. Nada es más auténtico que lo inventado.