John Akomfrah, 'Canto VII,' 2024. Foto:  Jack Hems

John Akomfrah, 'Canto VII,' 2024. Foto: Jack Hems

Arte

John Akomfrah en el Museo Thyssen: una expansión de agua infinita

El artista que representó a Gran Bretaña en la última Bienal de Venecia llega a Madrid con una adaptación a pequeña escala de su proyecto italiano.

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En los jardines de la Bienal de Venecia, el espacio situado a mayor altitud es el Pabellón de Reino Unido. Allí, en 2024, el artista afrobritánico John Akomfrah (Acra, Ghana, 1957) presentó por primera vez un ambicioso proyecto que otorgaba protagonismo a la dimensión sonora.

John Akomfrah. Listening All Night To The Rain

Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Madrid. Comisario: Tarini Malik. Hasta el 8 de febrero

Se trataba de una compleja videoinstalación distribuida en salas monocromas, con una estructura que dividía el discurrir del relato en ocho Cantos. Recorriendo todos ellos, como brotando de un secreto manantial en lo hondo del edificio, se mantenía la presencia constante de las imágenes y sonidos del agua fluyendo.

La sensación mojada precisamente daba título al proyecto, que tomaba prestados unos versos del poeta chino Su Dongpo (1037-1101): Escuchando toda la noche la lluvia. Ahora, una adaptación de esta propuesta ha sido traída al Thyssen dentro del programa de la Fundación TBA21.

A Madrid ha llegado una versión más corta, que incluye cuatro de los ocho cantos originales, y añade como preámbulo una selección de obras de la Colección Thyssen: Romare Bearden, Stuart Davis, Joan Miró, Yves Klein o Lucio Fontana nos preparan antes de sumergirnos de pleno en el universo de Akomfrah.

Ya dentro de su videoinstalación, la primera sala, de color rojo teja, alberga el Canto IV. En él, se muestra una serie de personajes situados junto a la costa, rodeados de recuerdos de vidas anteriores, mientras bajo el agua contemplamos el movimiento de los bancos de peces.

John Akomfrah: 'Canto VII'. Foto: Jack Hems

John Akomfrah: 'Canto VII'. Foto: Jack Hems

La siguiente estancia, toda ella pintada de verde, acoge el Canto VII, dedicado a la llamada “generación Windrush” de migrantes que en 1948 llegaron a Inglaterra y Escocia desde el Caribe.

El final de la muestra, con el Canto VIII, hace referencia a la destrucción del medio ambiente que implican los conflictos bélicos, centrándose en el bombardeo masivo de pesticidas por parte del Ejército estadounidense en la Guerra de Corea (1950-53) y en la Guerra de Vietnam (1955-75).

Sin embargo, el bombeante corazón del relato se encuentra en el centro del recorrido. En una gran sala azul, donde los asientos toman la forma de una “X”, el Canto VI es un monumento a los movimientos de lucha decolonial y feminista.

John Akomfrah:'Canto VIII'. Foto: Jack Hems

John Akomfrah:'Canto VIII'. Foto: Jack Hems

Las imágenes, que rodean al espectador desde la multiplicidad de pantallas que ocupa las cuatro paredes, se centran en los movimientos anticoloniales en África y Asia, entre las décadas de 1940 y 1970. Sus historias de lucha se ponen en conexión con la diáspora en Reino Unido, ligando la historia colonial con su legado persistente.

Desde el principio, en los vídeos puede verse un mismo procedimiento que va a acompañar toda la exposición: las pantallas, por una parte, muestran escenas oníricas filmadas por Akomfrah. Estas se conforman como una suerte de retratos de personas que se sitúan en paisajes vacíos, rodeados, como si constituyeran restos de un naufragio, de toda una serie de objetos que hacen referencia a los movimientos de poblaciones y a las capas estratigráficas del tiempo.

Por otro lado, estos tableaux se alternan con grabaciones procedentes de una multiplicidad de archivos. En ellas se conectan lugares y momentos históricos diversos, trayendo del pasado rostros concretos ligados a historias de trabajo, violencia colonial, exterminio y diáspora.

Algunos elementos reaparecen en salas distintas, como si hubieran sido arrastrados por el movimiento del agua. Para Akomfrah, el mar no solamente hace referencia al transporte de poblaciones, sino que aparece como un repositorio de la memoria, configurándose como un archivo que contiene las historias del pasado, el presente y el futuro.

Así, su flujo hace referencia también a formas no lineales de entender el tiempo, con estratos de memoria que retornan a la superficie del mismo modo que el oleaje trae vestigios de otras épocas y lugares.

Lo cierto es que, pese a estar compartimentada en diferentes Cantos, la exposición tiene un claro sentido unificado. El propio artista ha insistido en el hecho de que en realidad ha de ser percibida como una sola pieza. Y si pensamos en las distintas dimensiones de su propuesta, podemos aventurar que funciona como una actualización de la “Obra de Arte Total” (en alemán, Gesamtkunstwerk).

Este concepto operístico que popularizó Wagner se refiere a la concepción de una forma estética que incluyera todas las artes al servicio de una misma obra. Si bien el protagonismo de los paisajes sonoros es algo evidente en su trabajo, abundan también alusiones literarias, desde la estructura por Cantos tomada de Ezra Pound, hasta el propio título de la muestra.

La centralidad de la pintura se hace patente en la importancia del color, cuyo cromatismo hace referencia a la paleta del pintor estadounidense Mark Rothko y cuyo diseño expositivo cita de manera especial su capilla en Houston.

Los espacios devocionales fueron una referencia para Akomfrah y su equipo curatorial, que se refieren a los paneles compuestos por piezas de vídeo como “altares”. La dimensión meditativa y el sentido espiritual es algo que se percibe a lo largo de todo el recorrido, que puede ser leído como un memorial dedicado a las personas anónimas que han protagonizado los grandes movimientos de población, y a aquellos que lucharon contra las violencias coloniales y racistas.

Jorge Manrique decía que “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”: al tropo literario de la existencia humana como agua que corre, se suma el análisis de la historia humana como un conjunto de viajes, muchos de ellos forzados por las dinámicas del colonialismo.

Tener presente esta realidad se hace cada vez más importante frente a tendencias xenófobas y excluyentes que quieren borrar la inherente movilidad de nuestra historia colectiva