
'Desnudo femenino reclinado', 1917, Moravská galerie Brně / Moravian Gallery in Brno, Foto: Moravian Gallery in Brno
El futuro interrumpido de Egon Schiele: sus últimos dibujos antes de morir, ahora en Viena
El Museo Leopold celebra una completa monográfica de los cuatro últimos años de vida del artista. La guerra y el matrimonio calman los trazos apasionados del enfant terrible vienés.
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“Estamos viviendo el tiempo más violento que el mundo ha visto nunca, tenemos que sufrir nuestro destino viviendo o muriendo –nos hemos vuelto duros y valientes–. Todo lo que existía antes de 1914 pertenece a otro mundo, aún así, siempre miraremos al futuro”. Egon Schiele escribe estas palabras en una carta a su hermana favorita, Gertrude, en noviembre de 1914. La Gran Guerra acaba de estallar y Viena se convierte en epicentro de la contienda.
El pintor y dibujante Egon Schiele (Tulln, 1890–Viena, 1918) tan solo viviría cuatro años más, pero se convertirían en los más convulsos de su existencia. La gripe española acabaría con su vida en 1918, tres días después de que su mujer Edith –con la que contrajo matrimonio en 1915– falleciera del mismo mal embarazada de seis meses. Se dice que pasó sus últimos días bosquejando obsesivamente a su esposa moribunda. Tenía veintiocho años y estaba en el cénit de su carrera.
Este es el periodo en el que se centra la exposición Tiempos de cambio: Egon Schiele, sus últimos años: 1914-1918, que se puede visitar hasta el 13 de julio en el Museo Leopold de Viena. Este museo tiene el conjunto más grande de Schieles del mundo, un artista que apasionaba a Rudolf Leopold y a su esposa, los oftalmólogos y coleccionistas de expresionismo vienés más famosos del mundo y en cuya colección también se encuentran Gustav Klimt, Oskar Kokoschka o Alfred Kubin.
Los Leopold aprovecharon un momento en que Schiele estaba denostado por el mercado por su explícito contenido sexual (había sido tildado de artista degenerado por los nazis) para comprar su obra a bajo precio. Ahora su colección está valorada en más de 550 millones de euros. Una colección que vendieron en el año 1994 por un tercio de su valor al gobierno austríaco, a cambio de preservar su unidad y de la construcción de este museo. Al legado Leopold le acompaña la controversia de la procedencia de ciertas obras, supuestas incautaciones nazis de colecciones judías cuyo origen Rudolf Leopold se negó a investigar.
Pero volvamos a la línea vibrante e impetuosa de los dibujos de Schiele, más calmada en esta última etapa, más empática y humana; puliendo, en poses que rehace una y otra vez, su destreza innata para la composición y el retrato. La asombrosa fuerza de sus miradas, el brillante encaje de sus dibujos –a veces mediante diagonales afiladísimas, escorzos radicales que acaban en una nalga o en la parte de atrás de una rodilla–, además del inteligente uso del espacio negativo (esos fondos blancos que desnudan a la figura de su contexto, y que funcionan como un personaje más), le convierten en, quizás, uno de los mejores dibujantes del siglo XX, uno de los que, conociendo las reglas académicas, sabe romperlas creando un universo propio.
La línea vibrante de sus dibujos se vuelve más calmada en esta última etapa, más empática y pulida
La exposición del museo Leopold incluye 130 obras de su propia colección de un total de 300, repartidas en nueve salas, y, como novedad, presenta por primera vez el diario que su mujer Edith escribió mientras él estaba en el frente, lo que ella llamó su “libro de consolación”.
En la muestra se mezclan aspectos artísticos y biográficos que nos ayudan a dibujar el perfil de un artista muy joven y muy reconocido en la época. De hecho, mientras servía militarmente en el campo de prisioneros de Mühling le dieron una pequeña habitación para que montara su estudio y pudiera retratar a sus superiores.

'Mujer sentada con la rodilla doblada', 1917. Foto: National Gallery Prague 2025
Cuando regresa del frente en 1917 vuelve a tener acceso a las modelos, pero su estilo sufre varios cambios: sus cuerpos ganan plasticidad, mientras que sus mujeres pierden carisma, y su mirada, antes sexualizada por el deseo, ahora se transforma en contemplativa, en voyeur, como en Edith Schiele sentada con vestido de rayas, (1915), donde trabaja la tridimensionalidad de esta prenda, un vestido que, cuenta Edith, fascinaba al pintor, y cuyas líneas compone en reflejos verdes azules y marrones.
La exposición incide en aspectos cotidianos, como la representación de la familia y de los niños –símbolos de vitalidad y salvación espiritual– coincidiendo con que su hermana le convierte en tío por partida doble. No ocurre lo mismo con las madres, que pinta cadavéricas, con extremidades infinitas como delirantes personajes de El Greco. Se dice que nunca tuvo una buena relación con la suya después del fallecimiento de su padre cuando tenía 15 años, y que, por eso, tenía conflictos con la maternidad.

'Edith Schiele sentada con vestido de rayas', 1915. Foto: Leopold Museum, Viena
Continúa con la representación de la sexualidad libre y explícita, aunque sus parejas de esta etapa carecen de conexión emocional, pareciendo marionetas más que amantes. Los retratos de soldados y prisioneros de guerra son, también, de una gran potencia y penetración psicológica.
Terminamos el recorrido expositivo –pintado de un intenso azul añil– despidiéndonos de su máscara mortuoria, la de un joven rostro cuyo futuro y cuya prometedora carrera se vieron interrumpidos demasiado pronto.