'Todo se desmorona', de Jorge Peris en la Sala de Bóvedas de Condeduque

'Todo se desmorona', de Jorge Peris en la Sala de Bóvedas de Condeduque

Arte

Arte en el fondo del océano: cuando todo se desmorona

El comisario Iñaki Martínez Antelo reúne a ocho artistas en el centro madrileño Condeduque para reflexionar sobre el mar, sus problemas y abismos

17 mayo, 2023 04:15

El iniciador en la construcción de la noción moderna de lo sublime, Anthony Ashley Cooper, conde de Shaftesbury, fue el primero en utilizar la brillante expresión “océano mar” para referirse a la experiencia abismal ante la contemplación desde la costa de un amplísimo horizonte. Como después lo plasmaría el pintor Caspar D. Friedrich, llevando al extremo la figura del solitario sujeto estético en la Modernidad, erigido sobre un risco sobre el océano; pero pisoteado después por las hordas de turistas que visitan faros y detienen sus coches en las carreteras ante la señal de vista panorámica.

Océano mar

Centro Condeduque. Madrid. Comisario: Iñaki Martínez Antelo. Hasta el 23 de julio

En los años noventa, en plena posmodernidad, el hábil escritor Alessandro Baricco rescata la expresión para el título de una novela donde se opone la vida cotidiana a orillas del mar frente al océano inconmensurable. De ahí parte el comisario de esta exposición Iñaki Martínez Antelo, durante años director del MARCO Vigo, un centro de arte abierto al océano Atlántico, desde el norte de Europa a Sudamérica.

Es un especialista en el tema, del que no cabe esperar lugares comunes, más allá del sentido recuerdo de la catástrofe de la marea negra del Prestige en las costas gallegas, documentada por las fotografías de Allan Sekula (Pensilvania, 1951-Los Ángeles, 2013), Fragments for an Opera.

'Fragments for an Opera', de Allan Sekula en el Centro Condeduque

'Fragments for an Opera', de Allan Sekula en el Centro Condeduque

La exposición se abre y concluye con dos grandes instalaciones. El gran conglomerado de artefactos recogidos en Todo se desmorona por Jorge Peris (Valencia, 1969), recubierto y sobre una base de sal, evoca una arquitectura ceremonial antes sumergida en el fondo del mar, con todas las posibles connotaciones de hallarnos ante tesoros ocultos o quizás ante ruinas del progreso moderno, es decir, traídas desde el futuro.

Solo es extraño y resulta molesto para los visitantes que se haya dejado la lona blanca sobre la que en el montaje se plantó esta instalación, un alarde constructivo que casa mal con el poético y atractivo título de esta muestra, a la que los espectadores llegan ya entregados e inmediatamente se ven recompensados con esta imponente y muy sugerente pieza.

La muestra repite un esquema de colectiva con variados medios. Exposiciones 'interesantes', pero nunca 'redondas'

En la conclusión del recorrido, también se invoca el imaginario. La instalación de Vasco Araujo (Lisboa, 1975) con dieciséis grandes cuadernos de acuarelas –como dieciséis son las puntas de la rosa de los vientos que se usa para navegar– con vistas de horizontes marinos. Bajo toda suerte de cielos plácidos y tormentosos, acompañados de reflexiones genéricas sobre la vida en una grafía insegura y a lápiz, nos lleva directamente a la experiencia común –al menos, antes, sin móviles ni redes–, cuando nos paramos ante el mar y volvemos a reconsiderar quiénes somos, de dónde venimos y a dónde nos gustaría dirigirnos.

Además, hay otras dos piezas importantes, aun cuando su lectura sea menos intuitiva. Las dos sencillas rampas de madera enfrentadas de María Luisa Fernández (León, 1955) adquieren un nuevo sentido cuando leemos su título: Mar Rojo, cuyas aguas Yaveh partió en dos para permitir la huida del pueblo judío. Según Baricco, el origen de todos los mares.

'Performance' de Laia Estruch en la exposición 'Océano mar'

'Performance' de Laia Estruch en la exposición 'Océano mar'

El vídeo de Rosana Antolí (Alcoi, 1981), I Will Give You the Sea, 2020, pertenece a la cosecha del confinamiento a causa de la pandemia y es probable que la autora reconsidere con el tiempo depurar en otra versión toda la parte testimonial de aquellas limitaciones. Sobre todo, por las potentes secuencias siniestras que, como diría Eugenio Trías, siempre están contenidas en lo sublime del mar y de los líquidos en general.

El resto de propuestas, desde las esculturas de Grace Schwindt (Offenbach, Alemania, 1979) a Laia Estruch (Barcelona, 1981), pasando por el bello pero ya recurrente vídeo de la fotografía sumergida entre las olas cristalinas de Mar Guerrero (Palma de Mallorca, 1991), parecen estar ahí para completar la fórmula que viene repitiéndose en esta Sala de Bóvedas en los últimos tiempos bajo el sello de la firma privada MadBlue.

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Empresa que, si bien ha vuelto a incorporar a la agenda madrileña el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque, dependiente del Ayuntamiento de Madrid, desaparecido durante la construcción y consolidación de Matadero y Medialab por falta de presupuesto, parece repetir una y otra vez el mismo esquema de exposición colectiva con piezas en variados medios. Y con semejantes resultados: exposiciones interesantes, pero nunca redondas. Hasta el punto de borrar prácticamente la idiosincrasia de cada comisario. Una fórmula que parece responder más a criterios económicos y empresariales que a un programa artístico comprometido con la singularidad de la excelencia.

Vista de la instalación de Grace Schwindt en Condeduque

Vista de la instalación de Grace Schwindt en Condeduque

Francamente, después de más de media docena de exposiciones cortadas por el mismo patrón, se hace cada vez más cuesta arriba volver a visitar para ver solo lo interesante, una categoría de la Modernidad que, si bien tuvo la virtud de resquebrajar criterios de calidad canónicos en el Antiguo Régimen, tampoco se merece presidir el sistema artístico en la actualidad.

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En arte, si todavía queremos que sea algo más que un entretenimiento, se precisa una cierta épica individual o grupal de la aventura, el juego o la apuesta. Aunque desemboque en honroso fracaso.