Image: ¿Hacia un arte situado?

Image: ¿Hacia un arte situado?

Arte

¿Hacia un arte situado?

23 noviembre, 2018 01:00

Hito Steyerl: How Not to Be Seen: A Fucking Didactic Educational.MOV File, 2013 en el Reina Sofía

El debate intelectual y artístico de las dos últimas décadas ha venido marcado por un término: crisis. Una multitud de pensadores y activistas (Immanuel Wallerstein, Judith Butler, David Harvey o Paul B. Preciado, entre otros) ha reflexionado sobre su naturaleza y causas. La obra de artistas como Allan Sekula o Hito Steyerl refleja asimismo la inseguridad e incertidumbre contemporáneas, porque si en algo se diferencia el momento actual del de hace veinte años es en el hecho de que la realidad social y política es hoy más confusa y difícil que entonces.

Nuestra época se halla en un estado de urgencia que se diría endémico. La crisis de 2008 no mitigó los efectos del neoliberalismo, sino que acentuó su faceta más destructiva, tanto a nivel ecológico como social. Ello ha acarreado el resentimiento de los que sufren diariamente y carecen de expectativas de futuro, constituyendo un caldo de cultivo para la incubación de los nuevos populismos de derechas que, aun siendo diferentes de los fascismos de los años treinta, presentan preocupantes paralelismos con los mismos. Bolsonaro, Trump, Salvini, el Brexit, son síntomas de una situación de emergencia social y, al tiempo, de impotencia intelectual y política.

La sociedad contemporánea se presenta como transparente: todos vigilan a todos, nada escapa a la supervisión colectiva. En este proceso desaparece la separación burguesa entre la esfera privada y la pública, sus límites se esfuman y se instaura el autoritarismo de una sociedad-plató. Por ello, lo enigmático e impenetrable deviene relevante, se oponen a la idea que da por sentado que, en nuestro lado, hay verdad y en el opuesto, engaño. Para Edouard Glissant lo inextricable se relaciona con los procesos decoloniales, ya que supone la aceptación de alguien que se concibe como distinto, pero no necesariamente como contrario: "¿Por qué hemos de evaluar a la gente en función de la transparencia de las ideas propuestas por Occidente? (...) Es racista aquel que niega lo que no comprende. Yo soy capaz de aceptar lo que no entiendo. La impenetrabilidad es un derecho que debemos tener. Lo que es una barbarie es imponer la transparencia propia al Otro".

La crisis no ha inquietado a las figuras principales del sistema del arte sino a lo que Gregory Sholette describe como su "materia oscura"

La transversalidad ha sido otro concepto clave en estas décadas. Ha constituido una fuente de liberación, pero también de sometimiento. Si para la modernidad más académica el verdadero artista era aquel que seguía de un modo fiel la especificidad de su oficio (la pintura debía ser pictórica, la escultura escultórica, etc.) y lo narrativo o teatral en el arte eran considerados anatema, ahora sucede todo lo contrario: la interdisciplinariedad ha devenido norma. Muchos artistas alternan la etnografía, el activismo o la política de archivos con la pintura, el cine o la escultura de campo expandido. Pero ese ir y venir de un terreno a otro ha propiciado un nuevo virtuosismo vacío y desprovisto de cualquier perspectiva crítica. Sin embargo, autores como Dierk Schmidt, Rosa Barba, Alejandra Riera o Pedro G. Romero, por mencionar algunos, han superado este nuevo academicismo contemporáneo. Tienen en cuenta el lugar que ocupa el arte en la sociedad y las condiciones en que el conocimiento y los afectos se producen, transformando ese virtuosismo interdisciplinar en una externalidad que interpela nuestros pensamientos y hábitos. Esta externalidad no implica un "afuera" absoluto, que es impensable, sino más bien lo que Brian Holmes ha denominado extradisciplinariedad: se promueven investigaciones en terrenos tan alejados del arte como las finanzas, la biotecnología, la geografía, el urbanismo o la psiquiatría para experimentar en el libre ejercicio de las facultades que caracteriza el arte, pero también para tratar de identificar, dentro de esos mismos dominios, los usos espectaculares o instrumentales que con tanta frecuencia se hacen de las libertades sorpresivas y subversivas del juego estético.

Es cierto que la crisis, que ha propiciado un cambio en los esquemas sociales, no ha inquietado a las figuras principales del sistema del arte sino a lo que Gregory Sholette describe como su "materia oscura". Un ejército de estudiantes, jóvenes y no tan jóvenes artistas, comisarios e investigadores malviven en condiciones laborales que son de una precariedad extrema. En contraposición a eso, los grandes nombres se han visto muy poco afectados por la crisis. Excepto en momentos puntuales, sus obras han incrementado su valor, el mercado ha estado más fuerte en este periodo, se han celebrado más bienales, más eventos. Como nos recuerda Peter Osborne, el sistema del arte ha servido para conferirle a un mundo que es altamente heterogéneo y desigual una aparente imagen de uniformidad y estabilidad. En los últimos veinte años se ha producido una involución en la que las instituciones públicas han visto que tienen cada vez más dificultad para desarrollarse y los medios de comunicación encuentran más problemas para que la cultura, y un tipo de pensamiento reflexivo, tengan cabida.

Vivimos una época en la que predomina la imagen descorporeizada, la imagen que no es material, la imagen del iPhone, del ordenador, y en este contexto es muy importante reivindicar lo vernáculo, que es aquello que está "situado" y es "menor", en el sentido que Gilles Deleuze le da a este término. El pensador francés no hablaba de poderes y saberes establecidos, sino de la potencia de los cuerpos y las cosas, de su movimiento inmanente. Lo menor señala y pone en valor ese devenir. Lo vernáculo no debe ser asociado a lo original ni identitario, sino que está estrechamente vinculado a las transliteraciones, los olvidos e intentos por recordar aquello de lo que no quedan testimonios.

En la búsqueda de esa identidad relacionada, del cuestionamiento de nuestra noción de lugar y pertenencia, de entender nuestra subjetividad no como algo cerrado en sí mismo sino dinámico y abierto al otro, se encuentra, hoy en día, veinte años después, nuestra institución.