Image: Ángeles Santos, pintora intimista

Image: Ángeles Santos, pintora intimista

Arte

Ángeles Santos, pintora intimista

11 octubre, 2013 02:00

Niña durmiendo, 1929

Una pintura lejos de modas y convencionalismos. Una vida larga, con años atormentados y obras memorables. Así fue Ángeles Santos Torroella, una de las artistas más singulares de la primera mitad del siglo XX, que falleció el pasado 3 de octubre casi a punto de cumplir 102 años. Habría que inventar un reconocimiento para esta artista superviviente, enigmática, para la que pintar, solía decir, era una fatalidad. Por lo pronto, sirvan estas líneas como homenaje.

La última vez que vi a Ángeles Santos fue hace no muchos años en casa de su hijo, el también pintor Julián Grau Santos. Tan alegre y risueña como siempre y con sus útiles de pintar en la mano. Me volvió a maravillar, como otras veces, que a sus años siguiera con la ilusión diaria de la pintura. Una pintura como de otro tiempo, o más bien como fuera del tiempo. Pintura feliz, luminosa, post-impresionista. Pintura intimista, a la cual había vuelto en el 'blanco refugio' de Sitges, a mediados de los sixties, y después de un paréntesis de tres décadas.

En la hora de la desaparición de quien prácticamente llevaba desde 1936 -año de su boda con su colega Emili Grau Sala- desaparecida de la escena; pienso en el destino singular de quien antes de esa fecha había sido una de las grandes promesas de nuestra vanguardia. De quien, desde Valladolid, entonces su ciudad de residencia, y con un puñado de cuadros de excepcional calidad y misterio, había retenido la atención de algunos grandes ingenios españoles.

Su cuadro más conocido, que casi ha ocultado el resto de su producción, es Un mundo. Lo pintó a los dieciocho años. Lo expuso con gran eco en el Salón de Otoño madrileño de 1929. Lo enseñó en cambio sin demasiado éxito en el París de 1931 en una galería próxima a la Ópera y relativamente importante, la de Charles-Auguste Girard -ver la crítica de la misma en L'Art Vivant, a cargo Maximilien Gauthier, crítico que como 'Max Goth' había colaborado en la revista barcelonesa y picabiesca 391-. Hoy Un mundo está en el Museo Reina Sofía, después de haber estado en el Museu de l'Empordà, en Figueras.

Casi tres metros por tres, atmósfera cósmica y onírica, escaleras hacia el cielo, ángeles, juegos y rondas infantiles egurenianas, las extrañas músicas del ángulo inferior derecho, y hasta el detalle exacto de un aeroplano en un campo de aviación un poco para Saint-Exupéry... Pieza clave, más que del Surrealismo, al cual se le ha adscrito muchas veces, del realismo mágico que entonces proliferó aquí, tras la publicación del famoso libro de Franz Roh por la editorial de Revista de Occidente, para la cual lo tradujo Fernando Vela... (Por cierto que quien había recomendado a la editorial el libro de Roh, había sido un joven filósofo entonces residente en Alemania: Xavier Zubiri).

Realismo mágico, sí, ese realismo mágico de Roh que Alejo Carpentier trasplantaría en literatura al Nuevo Mundo. Esa es la atmósfera del resto de los cuadros reunidos -y contextualizados- en 2003 por Josep Casamartina para el Patio Herreriano de Valladolid. La desolación de la provincia, interiores en penumbra, mujeres en tertulia de brujas, niñas somnolientas, muñecas, un velatorio con algo de casi solanesco... Todo exacto, como exactos los bodegones de Maruja Mallo o las figuras de Togores. Todo intimista, también, pero de una intimidad mucho más enigmática, turbadora y desasosegante que la que impregnaría su obra de la inmediata preguerra, expuesta en 1936 en la barcelonesa Syra, y no digamos ya su obra tardía.

Acabo de citar a Maruja Mallo, otra a la cual frecuentamos quienes allá por los ya lejanos años 70, empezamos a reescribir la entonces semioculta historia de nuestras vanguardias. Si la de Vivero, de 1927 en adelante, tuvo consigo a la casi totalidad de la 'nueva literatura', en 1929 el fenómeno se reprodujo casi idénticamente con la de Port Bou. Hijas ambas, por cierto, de inspectores de aduanas, como lo señalaba siempre Rafael Santos Torroella, hermano de la segunda. El rastro de la pintora hay que seguirlo en La Gaceta Literaria de Giménez Caballero -donde también cabe encontrar una carta del propio Rafael-, en el Butlletí de Juan Ramón Masoliver, en la vallisoletana Meseta de José María Luelmo y Francisco Pino, en la zaragozana Noreste de Tomás Seral. Estudiaron su caso Manuel Abril (que tituló uno de sus artículos de Blanco y Negro Ángeles Santos... y demonios), Luisa Carnés, Francisco de Cossío, Guillermo Díaz-Plaja, Juan de la Encina, Gil Fillol, un José Francés bastante agridulce, Enrique Lafuente Ferrari, Antonio Méndez Casal, Joaquim Nubiola (otro de los de Butlletí), más tarde Ignasi Agustí, Carles Capdevila, Joan Cortés, Josep Maria Junoy o Joan Teixidor, aunque estos últimos nombres corresponden ya al período barcelonés y grausalesco de su existencia...

Frecuentó a García Lorca, a Guillén, a Huidobro, y en San Sebastián, su ciudad de residencia tras Valladolid y antes de Barcelona, a Aizpúrua y compañía. Juan Ramón Jiménez, anatemizador, en la citada Gaceta Literaria, de Maruja Mallo, a la cual acusó de pervertir la inocencia de Alberti, incluyó en cambio a la autora de Un mundo, en el club ideal de sus Españoles de tres mundos. Y 'the last but not the least', Ramón Gómez de la Serna, el padre fundador de todas nuestras vanguardias. Ramón acogió en Pombo a la pintora adolescente, cuyo Mundo había admirado sin conocer a su autora. La retrató inmejorablemente, en la inevitable Gaceta Literaria. Ya desde Buenos Aires, en Automoribundia volvería nostálgica y crípticamente -sin citar siquiera su nombre-, sobre aquella rara visita, en Valladolid, camino de París, a una pintora enamorada, encerrada luego en un sanatorio...

A lo largo de los últimos años, ha sido fascinante contemplar el progresar paralelo de esa atormentada Ángeles Santos de los inicios, y de la serena Ángeles Santos de la extrema vejez.