Image: Rosemarie Trockel, un viaje fantástico

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Arte

Rosemarie Trockel, un viaje fantástico

Rosemarie Trockel: Un cosmos

8 junio, 2012 02:00

Vista de la exposición de Rosemarie Trockel en el Reina Sofía. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 24 de septiembre.

El Museo Reina Sofía nos invita a entrar en el cosmos de Rosemarie Trockel. Un universo que la artista alemana dibuja con trabajos propios y ajenos que van desde las obras del botánico español Celestino Mutis a reproducciones de medusas en cristal. Un viaje fantástico casi al modo de 20.000 lenguas de viaje submarino.

Veinte años después de su primera exposición individual en el Reina Sofía (1992), la artista alemana Rosemarie Trockel (Schwerte, 1952) vuelve al edificio Sabatini. Si aquella fue una muestra de sus trabajos de los años ochenta y primeros noventa, conformadores y partícipes de los cambios y ampliaciones de los motivos artísticos que contemplaríamos durante la década siguiente y en los que Trockel -discípula de Beuys y activa en Düsseldorf- desempeñó un papel relevante, esta exposición, también muy propia del tiempo en que acontece, es fruto de una aquiescencia entre artista y comisaria -Lynne Cooke-, que, renuentes al sistema del arte, invitan al espectador a un viaje fantástico, itinerante además por nombres y tiempos.

La artista se apoya, una vez más, en un hecho ajeno pero próximo a lo artístico: la publicación de Cosmos de Alexander von Humboldt (1845-1862), que el naturalista alemán describió como "la disparatada idea de plasmar en una sola obra todo el universo material, todo lo que hoy en día sabemos de los fenómenos de los espacios celestes y de la vida terrestre, desde las nebulosas estelares hasta la geografía de los musgos en las rocas de granito, con un estilo vivo que causará deleite y cautivará la sensibilidad". A partir de aquí, Trockel y Cooke han hecho una recopilación de especímenes, ilustraciones, obras de procedencia diversa y de autores varios, en distintas técnicas y disciplinas y, desde luego, obras, preferentemente de los últimos años, de la artista -entre ellas un proyecto específico para la muestra-. Con todo configuran un universo tan rico y pródigo en curiosidades y cosas excéntricas, como indescifrable en su desarrollo y evolución natural, y, desde luego, en la historia cultural que pretende elaborar, más allá, insisto, de lo desplazado respecto a su centro de ubicación, el museo.

El recorrido por los tres tramos que configuran este Cosmos incluye las ediciones de catálogos y libros de artista de Trockel en una secuencia bibliográfica. Asistimos, además, al diálogo de sus piezas de cerámica vidriada, espejo, mobiliario, esculturas hiperrealistas, pinturas de hilos de lana, libros-caja, serigrafías, fotografías, vídeos y algún dibujo, con obras de otros artistas. Así, los pájaros de James Castle, los objetos textiles pintados de Judith Scott, los cuadernos de notas de Günter Wessler o los aparatos de Ruth Francken, y, también, objetos, películas, ilustraciones, etc., pertenecientes al mundo científico, como las decimonónicas ilustraciones de Maria Sybilla Merian y las reproducciones en vidrio de medusas de los Blaschka o la película de animación, La venganza del cámara, protagonizada por insectos, de Ladislaw Starewicz, y filmada en la segunda década del XX, o ejemplares de cangrejos gigantes procedentes del Museo de Historia Natural.

Con todo ese material se configuran por una parte dos grandes espacios, por así decirlo, contemporáneos en los que el entrecruzamiento de obras permite atisbar entre ellas ciertas relaciones formales -asentadas, fundamentalmente, en una búsqueda del feísmo-, así como una mirada sobre el mundo entre ingenua e irónica que, de vez en cuando, deja escapar una punta de crítica y, más marcadamente, la configuración de un escenario de contemplación dominado por la confusión de jerarquías y la puesta en cuestión de la relevancia de significados.

En el tercero, allí donde se muestra también el site specific de Trockel -un recinto embaldosado de blanco, habitado de pájaros disecados y móviles, de eléctrico canto, y una palmera que crece desde el techo-, se ubican las delicadas ilustraciones naturalistas, las sugerentes reproducciones de medusas en cristal, los originales ejemplares del museo -para uno de los cuáles sirven de pedestal, reveladoramente, fragmentos de los antiguos textiles feministas de Trockel- y la divertida y escalofriante película del saltamontes y el escarabajo. La apariencia de estas piezas es mucho más antigua, pero no más vieja y, al término de la visita, pese a la presión ideológica de la exposición y del proyecto alimentado desde el museo, en el pasado es donde únicamente pude alimentar la fantasía, la imaginación y el vuelo. De lo demás, no creo que me queden muchos recuerdos de viaje.