Image: Katharina Fritsch

Image: Katharina Fritsch

Arte

Katharina Fritsch

Kunsthaus Zurich. Del 3 de junio al 30 de agosto

3 junio, 2009 02:00

Pieza de Katharina Fritsch expuesta en la Kunsthaus Zurich.

La escultura de Katharina Fritsch ha sido una de las más aclamadas de las últimas tres décadas. En Zurich se pueden ver ahora muchos de sus mejores trabajos.

La artista alemana Katharina Fritsch presenta durante este verano en Zurich un buen conjunto de trabajos de todas las etapas de su ya larga trayectoria. Nacida en Essen en 1956, pertenece a la misma generación que sus compatriotas Thomas Schutte o Stephan Balkenhol, artistas que introducen la figuración en la década de los ochenta dando un giro radical con respecto a la escultura que se venía realizando en los últimos años. Si un lenguaje necesitaba renovarse en los ochenta, ése era el de la escultura y estos tres artistas, junto con Antony Gormley, Robert Gober y otros, algo mayores que ellos, como Juan Muñoz o Isa Genzken asumieron la responsabilidad situándola, de nuevo, en un lugar preeminente en el concierto artístico internacional.

Katharina Fritsch estudió en Dusseldorf y comenzó a mostrar sus esculturas a finales de la década de los setenta. Su gran salto llegó en 1984 con la exposición From Here On, celebrada en Dusseldorf en 1984. Es pues, "hija de los ochenta", como los artistas antes mencionados. En 1995 representó a Alemania en la Bienal de Venecia y hoy enseña en la prestigiosa academia de Munster, una ciudad que, como se sabe, siente gran aprecio por el lenguaje escultórico y en cuyo Proyecto de Escultura participó en 1987.

Esta exposición de Zurich no es la primera que la artista realiza en la ciudad suiza. Además, su presencia en este país se ha acentuado en los últimos años con la instalación permanente que creó en Shaulager, el centro de arte construido por Herzog & De Meuron al sur de la ciudad de Basilea. Creada específicamente para el centro, junto con otros trabajos fabulosos de Robert Gober, la monumental escultura de un rondo de animalillos de escala descomunal produce una vibrante experiencia. Porque el trabajo de la alemana juega con la dicotomía entre realidad y apariencia. Representa formas y animales y de seres humanos con una minuciosidad abrumadora para, después, tintarlos de colores inverosímiles. Todo es reconocible, pero extrañamente distante. La exposición de la Kunsthaus de Zurich, que pasa por ser uno de los centros-museos más prestigiosos del Europa, arranca con un trabajo reciente, Cook, de 2008, un camarero hecho en resina de poliéster y virado al dorado que precede a una gran fotografía de una posada suiza. Se nos dice desde el museo que la pieza quiere desconcertar al espectador, hacerle pensar que se encuentra ante la encrucijada de que el arte puede ser una comodidad, un motivo de relajación.

Pero no debe confiarse. Hay una sensación oscilante ante muchos trabajos de Fritsch, fundamentalmente porque el espectador va pasando por diferentes estadios que producen sensaciones encontradas. Trata la artista motivos iconográficos muy variados que toma de las mitologías griegas y cristianas, el folclore, la historia, la religión y la historia del arte… Y hay una combinación de manejo artesanal, de contacto manual directo con el material, y de producción industrial, de distanciamiento entre artista y obra. Utiliza imágenes encontradas y otras que crea ella misma y con todas logra descentrar al espectador, hacerle repensar el lugar en que se encuentra respecto al trabajo. En muchas obras de esta exposición vemos motivos escultóricos con fotografías o grabados de fondo. Unas y otros nos sitúan ante realidades dispares, como en Cook, que comentábamos anteriormente, un camarero a todas luces ficticio que parece salir de una posada típica suiza, un lugar común, anodino y rotundamente real.