Image: Grau Santos, lo huidizo y lo imperecedero

Image: Grau Santos, lo huidizo y lo imperecedero

Arte

Grau Santos, lo huidizo y lo imperecedero

25 septiembre, 2008 02:00

Valle-Inclán, por Grau Santos.

Galería de imágenes

Organizada por la Fundación Mapfre y comisariada por Juan Pérez de Ayala, hoy se abre al público en La Alhóndiga de Segovia la mayor exposición de retratos de escritores de Grau Santos. El Hay Festival homenajea así a este pintor cuya carrera está íntimamente ligada a El Cultural. Además, se ha editado un estupendo catálogo con un centenar de estos dibujos que completan esta galería de grandes escritores. La poeta Clara Janés nos acompaña en este paseo por los 66 retratos de la muestra.

Una mano desliza el lápiz sobre el papel y surge un trazo sutil que cobra distinta intensidad y grosor y, a través de ello, movimiento. Si es un brazo lo que reproduce, lo vemos girar; si son unos ojos, la pupila se clava en nosotros y nos inmoviliza. Y la mano sigue, decidida, sin detenerse. El papel es papel posteta, hojas sueltas -que van y vienen del interior al exterior de la carpeta-, en las cuales todo va quedando consignado. ¿Escenario?: un café, que puede ser La luna o El Oro del Rin, pero también un parque, como el Parque Göell, o el puerto de Barcelona.

Hablo de los años en que Julián Grau Santos estudiaba Bellas Artes y, sólo verle, ver su actitud y continua actividad, se manifestaba una evidencia: lo que el estudio podía aportarle eran detalles, su naturaleza de artista y sus dones superaban cualquier enseñanza. Estaba tan integrado el dibujo a cada momento de la vida, como la carpeta -o el bloc de Canson- con el brazo.

Había, sin embargo, otros momentos, cuando ya no se trataba del asalto al instante, sino que se iba al estudio, se preparaban los colores, el aguarrás, las espátulas, los pinceles, el caballete, el rincón adecuado, y uno posaba. En este caso, el del retrato al óleo, el joven artista seguía muy de cerca los cánones, y era de maravillar la fidelidad a lo representado. Sin embargo, una tarde…

La sesión se alargaba, parecía haber llegado a un punto muerto, pero por la lentitud de los gestos del pintor y la concentración de sus ojos, uno sabía que debía permanecer en silencio. Al poco empezó a barruntarse una muda e inmóvil agitación, como un invisible reverbero en el aire. Y, de pronto, se produjo un arrebato: los pinceles corrían, cambiaban de tamaño, acudían a los colores, volvían, subían y bajaban por el cuadro, con la agilidad del agua de un manantial que súbitamente ha cobrado renovado ímpetu. Algo estaba sucediendo, pero había que seguir silencioso y, dominando la impaciencia, esperar a que él dijera: "Ya está".

Y estaba: el vestido que era negro se había transformado en violeta, el cabello castaño, en naranja, unas mínimas manchas rojizas y otras mayores de color lila animaban las manos… ¿Qué había pasado? Sin duda un cambio de luz le había revelado aquella posibilidad. Y a través del color, algo que estaba más allá de lo visible se había manifestado. En mi mente quedó claro: nunca la fotografía acabaría con la creación de un artista.
Uno de los frutos de esta experiencia, que tuvo lugar el verano de 1959, son los retratos que, valorando la importancia de la prensa, ha hecho Julián Grau Santos a lo largo de los años para este suplemento cultural. Siguiendo la mejor tradición de los dibujantes antiguos, y lanzándose al colorido con el empleo del óleo, mezclado con lápices, o la tinta china, ha ido reuniendo un verdadero tesoro iconográfico-literario que ahora se expone con motivo del Hay Festival de Segovia.

Ver esta obra junta es más que ver unos espléndidos retratos de nuestros escritores, es una inmersión en la atmósfera y lo que el arte de comienzos del siglo XX ha aportado a este campo. No se trata de ecos de un Monet o de un Cézanne, sino de cómo las técnicas que surgieron en su tiempo han sido integradas en un estilo de absoluta actualidad. Pero además, sí, ahí están Vargas Llosa de mirada distante, cuya sonrisa concentra un toque sepia, el adusto Ramón J. Sénder, fijado con lápiz litográfico, el vivo grupo, atrapado a bolígrafo, del Café Gijón, presidido por Ignacio Aldecoa, Valle Inclán por un momento pensativo, con un fondo floreal de colorido modernista, Gerardo Diego de perfil inconfundible con la oreja atenta, María Zambrano, las manos crispadas y un gato al lado, Pepe Hierro de torso de atleta de la palabra, el espléndido retrato de Unamuno de cuerpo entero -tinta, lápiz y acuarela sobre papel-, sentado a la mesa junto al balcón desde el que se ve un luminoso paisaje de tejados y plantas trepadoras, Victoria Ocampo en sutilísimos trazos realizados a tinta china ya con pluma, ya con pincel, César Vallejo, cuya inmovilidad pensativa se apoya en el marrón claro de la chaqueta contrastando con el vivo fondo que otorgan los carteles del café, Bioy Casares apuntalado por una dinámica corbata en azules y pardos y el impecable Jorge Guillén en Nueva York, exacta imagen para el cantor de la exactitud, hecho con rotuladores, en negros y grises con los rascacielos visibles a través de la ventana.

Sí, aquí están, y todos están vivos y nos transmiten su pensamiento, que del modo más inesperado, a través de un color o un detalle, ha rescatado para nosotros Grau Santos con un estilo que apunta a un doble mensaje: lo huidizo de la vida y lo imperecedero del arte.