Arte

Per Barclay, a sangre fría

Ayúdame Ribera

13 septiembre, 2007 02:00

La fotografía Monica, Giulio, Marco e Matteo, 2006, en el centro de la instalación de vino

Galería Oliva Arauna. Barquillo, 29. Madrid. Hasta el 20 de octubre. De 4.500 a 52.000 E.

Se entra en la Instalación de vino de Per Barclay (Oslo, 1955) por el corazón de la pieza. Un sistema neumático que impulsa vino hacia un tubo transparente articulado que se extiende por las salas de la galería. La tapa de la bomba está manchada de pequeñas burbujas de un rojo translúcido, que rememoran, o al menos a mí me las recuerdan, las vidrieras de iglesia.

El conducto semeja sobre el suelo un ser vivo en movimiento. En uno de los espacios se extiende independiente. En el otro, iluminado por dos potentes luces halógenas -que transforman a la vez ámbito y ambiente-, forma un círculo de dimensiones generosas y acumula tubería sobre tubería hasta componer un cierto cúmulo orgánico.

En la segunda sala, instalada en un montaje escultórico y protegida por un vidrio, una fotografía recoge el cuerpo de un hombre, festiva o dramáticamente alzado sobre los brazos de otros: se distingue el pecho de una muchacha y los brazos de un hombre, que expele de su boca un limpio chorro de vino que se derrama por su tórax y abdomen.

Una tecnología fría y mecánica para un contenido caliente y la performance son dos de los ingredientes habituales del trabajo del artista noruego, que ha hecho de las formas, los sonidos, los flujos, las luces y las imágenes estáticas de lugares y cuerpos su universo creativo. Un universo que ha mantenido una constante y singular relación con los materiales líquidos.

Giulietta Speranza, comisaria de la última gran muestra de Barclay en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño, recordaba que el abuelo de Per era marinero, lo que quizás explique sus estrechos lazos con el agua, que considera como "pacífica y saludable, pero que en grandes cantidades se convierte en una amenaza, en un peligro real". Llueve dentro de sus casas de cristal o se condensa el agua, que corre desde depósitos y mesas de vidrio en competencia con los que construyen el Palacio, en la muestra citada (2003), o hincha los colchones de una instalación muelle en obras más antiguas. Se ha servido de aceite para cubrir los suelos de edificios nobles o de galerías jugando a la vez con la imposibilidad de acceso del espectador, con la dominancia de un punto de vista único y con la supresión sensorial de los olores -olor que, curiosamente, exhala aquí y desplaza a cualquier otro flotante en la galería-.

Finalmente, hace ahora una década, anegó con sangre los tajos de un matadero abandonado, en una coagulación de ciertos rasgos de violencia latente o explícita -sobre todo en la torsión, maleabilidad y dislocación de los cuerpos- que igualmente caracteriza su trabajo.

Por otra parte le interesan las formas básicas, muy primitivas, como en este caso el círculo, un arcano formal que evoca simbólicamente la pujanza del sol y el cielo mismo y, también, la perfección y la eternidad. Y si en Barclay ha habido desde siempre un interés porque el tiempo constituya un modo de lo escultórico o, dicho de otro modo, porque el espectador tome conciencia del mismo y de su transcurrir interior, aquí la permanente circulación del vino nos remite a su eterno y vacío retorno.

Un posible antecedente de Instalación de vino puede ser la pieza que emplazó en la abadía de Maubuisson en 1996. Entonces ocupó dos estancias, en la primera mil metros de tubo transparente se enrollaban circularmente en el suelo entorno a una columna. En la segunda, los tubos derramaban el líquido en una bañera-sarcófago. La metáfora de vida y muerte de aquella obra mayor se traduce ahora en el mero flujo y reflujo de la sangre, desde el corazón-tonel que la impulsa por las salas de la galería.

Y si en 2004, y bajo el título Rosse Spirali, instaló en la Iglesia de San Francesco de Montalcino, cuna del celebre vino Brunello, un tubo de mil metros antecedente inmediato de éste, ahora en esta exposición titulada Ayúdame Ribera evoca no sólo al pintor valenciano, que, como Barclay, vivió en Italia y al que alude la fotografía, sino también al vino de las orillas del Duero. Allí la confrontación entre iglesia y ornamento, entre rito pagano y ceremonia regligiosa daban, creo, calor a lo que en el terreno de la galería resulta más bien sangre fría.