Arte

Miguel Ángel Blanco, la memoria del paisaje

Visiones del Guadarrama: Miguel Ángel Blanco y los artistas pioneros de la Sierra

26 octubre, 2006 02:00

Miguel Ángel Blanco: Libro Nº I. Deshielo, 1985

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 7 de enero.

Celebrando veinte años de trayectoria, el comienzo de temporada está resultando especialmente intenso -incluso estresante, dado que es un solitario- para Miguel ángel Blanco (Madrid, 1958). Partícipe en la colectiva Naturalmente artificial. El arte español y la naturaleza 1968-2005 (Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Segovia) y recién inaugurada su exposición Musgo negro (Monasterio de Santo Domingo de Silos, MNCARS), llega ahora su proyecto más ansiado: el diálogo entre su Biblioteca del Bosque y la tradición de pintores paisajistas del Guadarrama. Y logrado, ya que se han cuidado hasta los mínimos detalles en motivos y atmósferas para facilitar al espectador la continuidad armónica de un mismo sentimiento romántico de la naturaleza. Para Blanco, que basa su obra en la materialidad particular de elementos botánicos, minerales y zoológicos, conteniéndolos y desplegándolos en estilizadas huellas y gráficas abstractas, su origen en España se encontraría en el género decimonónico del paisaje panorámico de Gredos.

De la experiencia primera, de eremita en el monte, a la pasión historiográfica: una "conclusión coherente a mi trayectoria", me asegura el artista. Su obra ha crecido bajo el signo de la reconciliación de contrarios: de la experiencia del momento a su conservación taxidermista y archivística, del cierre hermético tras el cristal del fenómeno natural único de aprehensión intuitiva a la multiplicación de sentidos simbólicos y poéticos, de la rudeza encontrada a la sofisticación de su tratamiento como naturalista y virtuoso grabador de "estampasión" sobre papeles orientales. Lo que vale decir, entre la emoción y el estudio, o bien, entre lo vivo y lo muerto: en el terreno de la memoria, desde el futuro.

Cada una de las humildes mil cajas que componen su gran Biblioteca del Bosque lleva una fecha concreta y relata un lugar específico, como fósiles de hallazgos arqueológicos. La concentración en la conservación de una naturaleza que ahora desaparece a un ritmo especulativo desenfrenado -y que hace pensar al artista que el momento de la valoración de su obra todavía no ha llegado-, se ha prolongado en los dos últimos años en la reconstrucción de la actividad del grupo de pintores a plein air, liderado por Carlos de Haes (con excelentes obras de Martín Rico, Juan Espina y los increíbles nevados de Jaime Morea) y continuada por el hálito de la Institución Libre de Enseñanza (Beruete), recuperando cuadros prácticamente desconocidos de colecciones privadas junto al préstamo excepcional de telas y grabados del Museo del Prado, Calcografía Nacional y el Museo Sorolla. Incluso presenta su indagación bibliográfica, con los mejores tratados, y un vídeo documental del nacimiento del río que da nombre a la sierra, de tantas connotaciones emocionales para los madrileños. Además, el artista guiará dos excursiones. En conjunto, plantea un posicionamiento contundente frente al presente del arte contemporáneo más banal.