Arte

Las pasiones de Bill Viola, por Guillermo Solana

Lo mejor del año

29 diciembre, 2005 01:00

Emergence, 2002

Bill Viola se ha hecho con el mayor número de votos de nuestros críticos y su exposición en Madrid ocupa el primer puesto de la lista. Guillermo Solana, protagonista también de este año tras su nombramiento como conservador jefe del Museo Thyssen, escribe hoy sobre el artista neoyorquino. Las novedades: la entrada triunfal del MUSAC y la apuesta por dos individuales de jóvenes españoles, El Perro y Jordi Colomer.

La génesis de la serie The Passions se remonta a 1998, cuando Bill Viola fue invitado al Getty Research Institute como scholar-in-residence, donde participó en un seminario sobre la representación de las pasiones en la historia del arte. Entre tanto, el padre del artista padecía una grave enfermedad que pronto le llevaría a la muerte. Un día, Viola tuvo que viajar a Chicago y en el Art Institute, en la galería de pintura del siglo XV, descubrió una Dolorosa de Dieric Bouts. Un rostro minuciosamente pintado, los ojos enrojecidos e hinchados y las lágrimas corriendo por la cara. Contemplando aquella tabla, Viola se echó a llorar y estuvo sollozando incontrolablemente, sin poder parar. Por primera vez, y a pesar de una educación que le había preparado para responder a las obras de arte con cierta distancia, como espectador y no como participante, acababa de entrar en una zona prohibida: la zona del sentimentalismo, de la labilidad emocional, de la histeria, y lejos de arrepentirse, sentía que tenía que explorar ese territorio.

La ocasión perfecta para ello se presentó cuando la National Gallery de Londres le invitó a participar en una exposición colectiva de obras contemporáneas inspiradas en los fondos de su colección. Viola escogió el Cristo escarnecido del Bosco como punto de partida y proyectó una obra titulada The Quintet of the astonished. El artista se proponía filmar a un grupo de personas que pasaran por una amplia gama de emociones en conflicto: desde la risa al llanto, desde la pena al arrebato. En las notas donde Viola esbozó sus ideas al respecto se menciona el nombre de Charles Le Brun, el pintor del XVII que en su Conférence sur l’expression générale et particulièrequiso codificar en un sistema toda la variedad de las pasiones humanas. También Viola se ha propuesto forjar una tabla de las pasiones, que en su caso se basa en cuatro emociones "primarias": la alegría y la pena, la cólera y el miedo, las cuales serían como los colores básicos de la paleta, que podrían mezclarse y fundirse para dar lugar a infinidad de gradaciones y matices.

El primer Viola (hasta mediados de los noventa) destacaba por su virtuosismo en el dominio de la edición de vídeo. Pero en la serie The Passions renuncia por completo al montaje. Lo que ahora le interesa es "el paso de una ola emocional a través de un ser humano" y eso sólo puede captarse en una toma única sin edición. Las emociones son movimientos que tienen su tempo peculiar; la risa, el llanto o la ira brotan y crecen durante unos segundos para alcanzar su clímax y luego caer y desvanecerse. A Viola le obsesiona captar esa curva, ese "arco de intensidad", como él lo llama. En varias de las piezas de The Passions, hace que sus actores cambien de expresión gradualmente, en el espacio de un minuto, de la tristeza a la cólera y de ésta a la alegría. Para evitar cualquier ruptura y mantener esa sensación de una continuidad fluida, Viola se sirve de la cámara lenta. La mayoría de las piezas de The Passions fueron filmadas en película de 35 mm, con cámaras de alta velocidad, trabajando a un ritmo de hasta trescientos fotogramas por segundo, para luego ralentizarlas drásticamente.

El título The Passions, que se refiere a las emociones humanas, alude al mismo tiempo al ciclo de la Pasión en el arte cristiano, que representa el suplicio, la muerte y la resurrección de Jesús. Toda la serie refleja, según confiesa Viola, su fascinación por la tradición medieval y protorrenacentista de la pequeña pintura devocional, aquellas imágenes portátiles que se tenían en un rincón de casa o se llevaban de viaje para orar en la intimidad. Imágenes como la de Cristo como Varón de dolores, que con su realismo descarnado estaban destinadas a excitar su compasión, la empatía del creyente con los Sufrimientos de Jesús. Viola no pretende otra cosa sino restaurar aquel poder de la imagen para provocar la compasión, la Piedad.

La cámara lenta reaparece aquí para jugar un papel decisivo en esta reanimación de las viejas pinturas. Al entrar en una exposición de la obra reciente de Viola, tenemos la impresión de contemplar una serie de cuadros. Nos acercamos a uno de ellos para contemplarlo y de pronto asistimos a un fenómeno maravilloso: una cabeza se inclina, una boca se entreabre, unos ojos parpadean. La transformación que Viola opera sobre la pintura antigua actualiza el viejo mito de Pigmalión: el anhelo de hacer vivir la imagen, de verla convertirse en carne.

Bill Viola. Fundación "la Caixa", Madrid


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