Image: Venecia, un poco más de romanticismo

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Arte

Venecia, un poco más de romanticismo

51 Bienal de Venecia: Arsenale

16 junio, 2005 02:00

Runa Islam: Be The First To See What You See As You See It, 2004

Venecia es hoy, y hasta el mes de noviembre, la capital mundial del arte contemporáneo. El Cultural también ha estado allí y sus críticos han tenido la oportunidad de participar del recorrido propuesto por las dos comisarias españolas. En estas páginas, David Barro pasea por el Arsenale de Rosa Martínez, Pilar Ribal se ha detenido sobre todo en el Pabellón Italia, cuya exposición, más histórica, comisaría María de Corral, y Javier Hontoria descubre la Venecia de los pabellones nacionales, desde el español ocupado por Muntadas hasta los más clásicos de Gran Bretaña o Francia.

En una Bienal donde se han definido irónicamente los pabellones nacionales como un geriátrico capaz de albergar las propuestas de Messager, Gilbert & Georges, Jonas Mekas, Helena Almeida o Ed Ruscha y con una exposición -la encargada a María de Corral- dedicada a ofrecer una visión más histórica o retrospectiva del arte actual, sólo quedaba el Arsenale para esa siempre deseada interpretación más prospectiva. Así, con el visionario título Siempre un poco más lejos, que deriva del romanticismo de Corto Maltés, el personaje de ficción creado por el dibujante Hugo Pratt, Rosa Martínez confiesa intentar superar lo establecido (nos preguntamos por quién) y apela a la fantasía para entender la realidad.

En el Arsenale no se descubren "nuevos" nombres -tampoco son los de siempre- y sí se reafirman "buenos" artistas, casi todos ellos con los que Rosa Martínez ha trabajado, en la Bienal de Moscú (Jennifer Allora & Guillermo Calzadilla, Micol Assael, John Bock, Carlos Garaicoa, Subodh Gupta) o en la galería Filomena Soares de Lisboa (Oleg Kulik, Ghada Amer). Era de esperar, sobre todo pensando en el comentado poco tiempo que se les ha dejado para trabajar, que la exposición preparada para el Arsenale fuera una afirmación en lo que uno cree, aun a riesgo de caer en la insistencia. En todo caso, entiendo que lo propuesto por Rosa Martínez, como propuesta visionaria, no lo es tanto si pensamos el Arsenale como un lugar de riesgo y descubrimientos. Aunque, tal vez, no sea ésta la función de una bienal que hace tiempo que ha dejado de actuar de termómetro del arte o de indicadora de tendencias y/o movimientos. Es el camino marchito pero por el que debemos transitar una y otra vez con el fin de llegar más lejos, que señalaba Beckett y que magistralmente reinterpreta aquí Navridis con una proyección en loop, tal vez la mayor sorpresa en la selección de la comisaria. En líneas generales, la muestra concebida por Rosa Martínez funciona. Lo hace a partir de una generosa diversidad de lenguajes, saltos temporales y conexiones entre distintos campos (Koolhaas, el citado Beckett.). Rosa Martínez insiste en difuminar toda barrera que pueda establecerse entre géneros o disciplinas, países o etnias, entendiendo la Bienal como afortunado modelo de convivencia de contextos geográficos, pero sobre todo como oportunidad de reivindicación de la periferia, de explorar los límites y cruces que vemos en piezas como Ramallah/Nueva York de Emily Jacir o en esa suerte de sambódromo festivo que conforma Stephen Dean. Ese equilibrio también se ha procurado en la selección de hombres y mujeres (la apertura con las Guerrilla Girls y la impresionante lámpara de Joana Vasconcelos, ahora a partir de 25.000 tampones, son una prueba de las intenciones de la comisaria).

Ciertamente la Bienal es una tipología privilegiada para la utopía transnacional, para la convivencia, y ahí radica su atractivo que, cada vez más, se aleja de ser un receptáculo de tendencias y de plantear tesis sobre hacia dónde se dirigen los lenguajes artísticos. Aquí no hay lugar para la nostalgia iconoclasta que nos conduce a experiencias de los años sesenta y setenta, ni muchas relecturas de la escultura minimalista, ni demasiadas recuperaciones psicodélicas. Tampoco pintura de ésa que hacen los pintores que ya no se preocupan de si lo son y que sólo piensan en construir imágenes en el medio más adecuado, ni dibujos subversivos capaces de enfrentarse a la espectacularidad de muchas piezas aquí presentadas, claramente pensadas para un espacio de tanta potencia física como el Arsenale que demanda, sobre todo, obras de gran formato. En este sentido, hay que decir que el montaje es de agradecer, mostrándose desahogado y capaz de permitir que obras y mensajes respiren para conformar un discurso claro que responde a la máxima de Deleuze (vía Proust) recuperada por Rosa Martínez en su texto de presentación: "El verdadero soñador es el que sale para verificar algo".

Quebradas, por tanto, esas visiones utópicas de "ir un poco más lejos", intención que entiendo que podría leerse a modo de atractiva metáfora en ese buscar el otro lado de las cosas o ruptura de toda norma a partir de lo absurdo (que vemos en el trabajo conjunto de Jennifer Allora y Guillermo Calzadilla, tanto en su escultura-performance sobre un hipopótamo de fango, como en el vídeo donde el protagonista navega sentado sobre una mesa puesta del revés), en la Bienal podemos disfrutar de una buena exposición con trabajos ya conocidos como los de Mona Hatoum, Diango Hernández -con uno de los mejores proyectos que vimos en la última edición de ARCO-, Jimmie Durham, Mariko Mori y su inconfundible (re)construcción futurista, Nikos Navridis y su poesía de lo efímero, Bölent Sangar y sus fotografías de encuadres secuenciados, o la simpática y cutre ironía de las facciones ridículas de crueldad casi maquinal de los Blue Notes. También con muchas acciones y performances entre las que destacaría la propuesta por Micol Assael, una rica escenografía para terminar el recorrido como la sobrecogedora instalación de holografías, humo y luz de Carlos Garaicoa o el desconcertante caleidoscopio de baile de Valeska Soares, y otros buenos trabajos como los inquietantes vídeos de Kimsooja o Adrian Paci, los accidentes sincopados de Runa Islam, la libertad de la escritura en clave de Rivane Neuenschwander o la preciosa precipitación de cebollas como si fuesen flores caídas de Bruna Esposito. Y como no, nuestros españoles (?) Sierra, Albarracín y García Rodero.